sábado, 19 de abril de 2014

Sevilla íntima para la esperanza

En la amanecida del Viernes Santo, cuando aún la bulla y la algarabía no han cesado, en la calle Zaragoza parece como si hubieran colocado una barrera para alejar a todo el que acuda con intenciones diferentes a la posibilidad de estremecerse con la llegada del Cristo del Calvario. Es otra parte de la Sevilla íntima que perdura, y que pensamos que perdurará. Nada altera la serenidad. Es verdad que todo está consumado. El Calvario avanza con el contraluz de un sol que ya empieza a abrirse paso en la oscuridad.
 
Esta Sevilla íntima, tan alejada de esa otra que está logrando que la Semana Santa ya no se parezca a lo que siempre ha sido, perdurará. Contra la impostura basta una cofradía con elegancia y seriedad en la calle. Nada más íntimo y revelador que todo el cortejo de la Carretería. Es como si a esas horas las masas dormitaran de la batalla de la noche, de forma que por el Arenal se citan los mismos de todos los años, porque saben que por mucho que vuelvan a comprobar como anda una cofradía nunca se cansarán de admirar tanta elegancia y compostura. La Carretería es el símbolo de una Sevilla que mantiene sus raíces. El sevillano, que ya lo sabe, presencia su recorrido con respeto. Nadie se atreve a levantar la voz, cuando hay masificación, como ocurre a la vuelta en Temprado, Dos de Mayo y Rodo, nadie osa interrumpir la esencia antigua y eterna de una cofradía señera. Esa misma noche del viernes, cuando vuelve la Mortaja por Bustos Tavera, Sevilla acude a ser testigo de un rito no por muchas veces contemplado menos sobrecogedor. 
 
El Sábado Santo a primeras horas de la tarde le regala a la parroquia cofrade la salida de la cofradía de Los Servitas. La calle Dueñas y Santa Ángela son el escenario perfecto de la intimidad cofrade en su más pura esencia. No cabe ninguna destemplanza. El paso de la Piedad con Nuestra Señora de los Dolores camina a sones de Amarguras, en honor a la señora de San Juan de la Palma, que está allí muy cerca, mientras en el ambiente se oyen las respiraciones. Nada altera la paz profunda. Todos respetan el silencio fúnebre.
 
Y de pronto, hay que correr a ver a la Cofradía de El Sol. Si la tarde tiene tintes solemnes y de recogimiento, El Sol le imprime un carácter de verdad  y originalidad. Ese Cristo agarrado a su cruz es una llamada a la reflexión. Las túnicas de capa de ruán verde, únicas en la Semana Santa, anteceden a un palio con San Juan y la Magdalena y una Virgen del Sol ribeteada por los rayos del astro rey. Los respiraderos y varales de madera de cedro también son un motivo para recordar que no solo de plata deben vivir las cofradías. Entre los naranjos de las calles aledañas a la Plaza Nueva, con humildad, se dejó ver esta Hermandad del Plantinar.
 
Todo acaba. El cierre con la Soledad de San Lorenzo también nos mueve a pensar que todo no está perdido. El llanto de la madre en el día del luto por su hijo llegó a todos los rincones. Sevilla, la de siempre, tiene argumentos para que esta Semana Grande conserve sus valores eternos, que no están reñidos con la innovación.

viernes, 18 de abril de 2014

La suprema armonía de la Victoria

Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol… Ayer fue uno de ellos, Jueves Santo, lo que quiere decir que la Virgen de la Victoria salió a la calle de nuevo para recordarnos lo que es la perfección en un paso de palio. Todo es armonía, la Virgen y el paso. No hay nada mejor conjuntado en toda la Semana Santa. Es la imagen de la dolorosa un prodigio de naturalidad en la tristeza; es un canto a la belleza en la pena honda; es la mejor expresión de cómo podríamos imaginarnos a una madre a la que le han crucificado a un hijo. No cabe más serenidad en el lamento. Son sus ojos llorosos, su gesto desconsolado, su barbilla recortada, todo en la Victoria es perfecto.
 
Su salida a las calles de su barrio debería concitar una multitud para admirarla, Pero camina muy sola. Es cierto que el marco es poco agradable; ese puente de San Telmo y el Paseo de Colon no se hicieron para las cofradías. También el calor limpió la calle y dejó solo a los que tenían que estar para verla caminar hacia la Catedral. Muchos turistas y cuatro sevillanos que saben lo que encierra ese palio. Es la Virgen, claro está, pero la han rodeado de los adornos justos: un tocado de encajes que no tapa su belleza, una corona sin alardes, un rosario en sus manos, la candelería precisa sin velas rizadas y un palio de cajón que se mueve como llevado por los ángeles del cielo.
 
Muy sola caminaba por el puente, cuarenta grados al sol, pero con la frialdad de la ausencia de un barrio que no sabe lo que habita en la capilla de la Fábrica de Tabacos. No había sol terrible que le hiciera sombra, ni siquiera ese absurdo abandono de los que deberían estar a su lado, cuando la imagen comenzó a cimbrearse al final de San Telmo. Más de quince minutos estuvo parada cerca de la Torre del Oro hasta encajarla de nuevo. Nada importa cuando uno de esos palios que justifican toda una semana camina por las calles de Sevilla en su estación de penitencia. No le hace falta ninguna corona, ella misma lo llena todo con su presencia, no importa que el escenario del puente o la calzada amplia sea tan adverso, es la Victoria de Las Cigarreras, una obra divina a la que Sevilla le regaló el trono ideal para dejar sin respiración a quienes acuden a verla como el mejor sol del Jueves Santo.
 
La tarde estuvo marcada por el calor. Lo sufrieron con mayor intensidad los Negritos y la Exaltación, las primeras en poner sus pasos en la calle. El guión estaba escrito. Niños, padres, carritos, sillitas, agua y sudor hasta que el sol bajó para perderse por el Aljarafe. En Las Cigarreras se doblaron los cirios. El desajuste de la Virgen de la Victoria, me contaron, fue debido a la dilatación de las juntas de sujeción.
 
La Semana Santa de cada sevillano se llena de momentos mágicos. Cada uno cuenta el suyo como el ‘no va más’. En la noche del Miércoles Santo, junto a las murallas del Alcázar, viví uno de ellos. Ocurrió al paso de la Caridad del Baratillo a los sones de La ‘Madrugá’ de Abel Moreno, tocada por la banda del Carmen de Salteras. Es difícil encontrar algo más redondo. Fue mi momento mágico.

jueves, 17 de abril de 2014

Seis crucificados y una Piedad


Seis crucificados salen a la calle en la tarde del Miércoles Santo. También sale una Piedad. Salen más imágenes, misterios, nazarenos y dolorosas, pero la del miércoles es la de los crucificados. La mirada se ha llenado de la cruz, el símbolo del cristianismo, aunque el recuerdo vuelve siempre a un balcón del Arenal para seguir viendo la llegada de la Piedad por la calle Adriano. El monte de claveles rojos, el rayo de sol entre nubes tibias, una cara de niña dolorida y unas sábanas blancas conforman este día tan repetido en la vida del sevillano.

En la Alfalfa luce el Santísimo Cristo de la Salud. El cortejo de nazarenos de esta cofradía es interminable. Entre los más de dos mil penitentes, una legión de niños que aseguran un futuro que debe ya recibir algunas lecciones, como la de permanecer en las filas, no levantarse el antifaz o llegar a quitárselo sin ningún disimulo, a no comer ni beber cuando tan solo llevan dos horas en la estación penitencial. Hace calor, es cierto, pero son detalles que deben cuidarse, lo mismo que el calzado, algo que ya se ha señalado antes y que en San Bernardo también ofrece un variopinto colorido, muchos negros, algunos marrones y deportivas para no ser menos. Como lo de los guantes. ¿Llevan guantes negros los nazarenos de San Bernardo? Unos sí y otros no.

El Cristo de la Salud se ha detenido en la plaza con su marchamo solemne y piadoso. Los claveles sangre de toro van salpicados por golpes de lirios que embellecen un paso clásico en este día. Ha dado tiempo a acercarse a ver a la Virgen del Refugio en San Nicolás. Algún problema en los candelabros de cola retrasó el cortejo, pero sonó una vez más Candelaria delante de la Virgen del mismo nombre en la visita de la dorada Virgen del Refugio.

A toda marcha el gozo del cofrade callejero llega a San Lorenzo. Todo está medido en la plaza. Delante de la parroquia, los estandartes del Dulce Nombre y la Soledad. A la izquierda, la basílica donde vive el señor de Sevilla. También ha salido su estandarte para esperar el paso de la Hermandad franciscana del Buen Fin. La Hermandad pasa por el andén de San Lorenzo. Todo es orden y concierto. Hay gente en la plaza, ni mucha ni poca, la que tiene que estar en un momento tan delicado de esta jornada cofradiera. Los naranjos se han desprendido del azahar y Juan de Mesa sigue soñando la cara del nazareno. A este marco llega el crucificado del Buen Fin. El crucificado pasa, ya sin las imágenes del pasado,  y en la plaza queda el sabor de las cosas bien hechas, un olor a torrija y a piñonate y un recuerdo imperecedero.

Que me perdona la Virgen de la Palma, que también me eximan de culpa las otras cofradías, como el crucificado del Cristo de Burgos, pero tengo una cita y no sé si llegaré a tiempo. Lo consigo. Era el Miércoles Santo y uno, qué le vamos a hacer, no puede dejar de volver a mirar a esa Piedad que camina por Pastor y Landero. Quiero revivir una vida en unas cuantas ‘chicotás’. Es una hermosa Piedad en tarde de crucificados.

miércoles, 16 de abril de 2014

Prodigios sevillanos

El Martes Santo es un día de prodigios, ya de visiones maravillosas, ya en el aspecto físico. Solo así se puede entender que el cronista alcanzara a ver el paso de misterio de San Esteban en la calle Águilas, se acercara lo más posible al arco ojival de la Iglesia para sentir la salida de la Virgen de los Desamparados y al poco tiempo anduviera entre las filas de los nazarenos del Cerro del Águila por Hernando Colón, todo como paso previo a la llegada a uno de esos centros íntimos de la Semana Santa de Sevilla como es la plaza de la Contratación. Pero no es prodigio de quien escribe, mi compañero Manolo Grosso, junto a Anabel Moreno, anduvo por la misma senda, señal que la Sevilla de primeras horas de la tarde tiene citas ineludibles para el sevillano arraigado en lo más profundo de la ciudad, es decir lo que algunos llaman sevillanos rancios.

Ayer fue un día de bodas de plata. Veinticinco años de la primera salida del Cerro y otros tantos en los que uno acudía a la plaza de la Contratación a presenciar la vuelta del Cristo de la Buena Muerte. Antes era con la luz tenue de la atardecida, ahora con la luz brillante de las cinco en todos los relojes. No importa que vaya o venga, la imponente figura del Cristo de los Estudiantes sigue su senda a ritmo fijo y preciso, rompiendo los esquemas de la bulla, apabullando los sentidos, dejando un rastro de incertidumbre en las entrañas. Rodeado de estudiantes, cientos de ellos con la cruz, la talla de Juan de Mesa lo llena todo hasta dejar reducido a la nada lo que lo rodea.  
 
Decíamos que primero fue San Esteban por Águilas y la Cuesta del Rosario, cuando en lugar se subirla sus pasos lo que hacen es bajarla. Bulla de barrio, desorden ordenado en clara paradoja de cofradía en la calle, niños como seguridad de futuro y muchas madres cerca de la prole. Eso sí que es una penitencia, la de madres que se han cargado de agua y bocadillos, preparados con mimo por la mañana, como lo hizo mi amiga Loli Velázquez, para que su familia sintiera en todo momento el calor de la madre a su lado. Esa es otra penitencia sin papeleta de sitio.
 
En la Alfalfa, sevillanos con etiqueta. En su balcón, Álvaro Pastor que sigue escudriñando rincones de la Sevilla de siempre y disparando fotos sin descanso. Ya ha llegado el misterio de San Esteban la cruz de guía se ha metido en Cuna y la Virgen de los Desamparados no ha salido de San Esteban. Así que el cronista se marcha para ver un ratito al Cerro, que cumple veinticinco años de su salida, aunque el gozo de esta salida no tiene parangón después de quedarse en su templo durante un trienio. Por la calle Hernando Colón dejan la Catedral a un lado, esa misma a la que deberán volver para realizar su estación de penitencia. Abandono y Desamparo, un barrio ensimismado, un canasto de misterio embellecido y mucha devoción.
 
Queda ver a uno de mis iconos preferidos, la Virgen de los Estudiantes, María Santísima de la Angustia, que sale con su palio de crestería a la calle San Fernando para recibir un baño de sol intenso. De ahí, a San Benito. Gozo indescriptible de un Martes al que aún le quedaba el Dulce Nombre. Hay cosas que un sevillano puede contar.

martes, 15 de abril de 2014

Ojos verdes del Polígono


Me la encontré en la calle Tetuán y la miré para verle los ojos verdes. Era cierto, la Virgen del Rosario tiene los ojos verdes, como los tiene su hijo Cautivo que marcha por delante. Y en sus ojos he podido apreciar mucho amor, que no solo se desprende de sus pupilas, sino que se irradia a sus hijos que la acompañan. Al mirarle los ojos verdes se siente uno reconfortado, Es como una brisa alegre sobre un mar en calma que lo cubre todo. La Hermandad del Polígono salió antes del mediodía, el cansancio podía ser natural cuando a las cinco en punto de la tarde el palio se adentraba en la carrera oficial. Pero no había cansancio ni en los mayores ni en los pequeños. Cuánta dignidad me dijo una devota; era algo más que dignidad, era la grandiosa seriedad de una Hermandad en su estación de penitencia dejando en el ambiente un rastro de gran categoría.
 

En su camino, la del Polígono ha lanzado un mensaje de fervor con medida. Todo se puede mejorar, claro está. Por ejemplo, sería bueno que el calzado se uniformara en los penitentes. Había de todo, sandalias, zapatos, mocasines de colores y hasta deportivas. Un verdadero galimatías en los pies de los cofrades. Las plumas de los romanos son el estandarte del misterio. Álvarez Duarte ha dejado lo mejor de su gubia en las imágenes, pero hay que volver a la Dolorosa del Rosario. La banda de la Cruz Roja ha tocado Caridad del Guadalquivir, para luego lanzar a los cuatro vientos la maravillosa Candelaria de Manolo Marvizón, una marcha que gana calidad con el tiempo.

¿Qué puede sentir un maestro al oír su obra en la calle? Fue finalizar la composición y el maestro Marvizón apareció en la Plaza Nueva para ver pasar al Cautivo del Tiro de Línea. La habrá escuchado Manolo mil veces en la calle, pero si ayer no lo hizo cuando la banda de la Cruz Roja se la tocó a la Virgen del Rosario Doloroso, seguro que se ha perdido una de las interpretaciones más delicadas, la que estaba destinada a la Señora de los ojos verdes del Polígono cuando llegaba al centro de la ciudad.

En la plaza Nueva había revuelo de nazarenos de corta edad. También llegan a este punto después de un largo recorrido, el cansancio aparece en unas filas que se desordenan, tal vez demasiado, unos sin el capirote, otros buscando un abanico y otros relamiendo un helado. Todo esto se empequeñece ante la llegada del Cautivo, que me imagino que sigue siendo obra de Paz Vélez. Las mujeres acompañan al Cristo solitario. Todo es devoción, como la de esa hermana que con su mascarilla caminaba para no dejar solo al Señor del Tiro de Línea. Igual que pasó detrás del palio de Nuestra Señora de las Mercedes Coronada. El Lunes Santo tiene mil perfiles, pero nada como el entusiasmo de las Hermandades del Polígono y del Tiro de Línea.

Los barrios dominaron la primera parte de la tarde. La Redención y San Gonzalo fueron fieles a su historia. Todo quedó preparado para las hermandades del centro. Pero en la mente seguía el color verde de unos ojos que llegaron desde el Polígono.

lunes, 14 de abril de 2014

Azul y plata

Se llama Esperanza Macarena. Es nazarena de la Hiniesta. A las una media de la tarde, ya con las puertas de San Julián cerradas para el público, estaba en el templo con su túnica blanca. Se situó cerca del palio mirando de frente al Cristo de la Buena Muerte. San Julián estaba en silencio. Algunos hermanos iban y venían con los enseres. Toda precaución es poca para la salida en estación de Penitencia a la Catedral de Sevilla. Esperanza Macarena tenía la mirada fija en el Cristo crucificado. Allí esperaría hasta la hora de salir a la calle.


El tema de conversación en San Julián era el buen tiempo. Tienen motivo para hacerlo. El año pasado salió el primer paso y volvió de forma precipitada al templo cuando arreció la lluvia. En 2012 ninguno de los dos pasos pudo salir. Las ganas eran tremendas. Los hermanos de la Hiniesta querían pasear a la señora restaurada por Pedro Manzano. Este año, nunca hay mal que cien años dure, han disfrutado con el palio azul y plata por las calles sevillanas. Y han podido enseñar las potencias del Señor en la cruz, también un estreno de esta estación de penitencia.

 
La Hiniesta, incrustada en un barrio clásico de Sevilla, pisando ya la Basílica de la Macarena, cerca de San Marcos, es una hermandad con historia. En la visita al tempo, cuando las puertas habían cerrado, se puede gozar de la Hiniesta de Gloria, imagen gótica que es patrona del Ayuntamiento de Sevilla. Por ello,  el alcalde Juan Ignacio Zoido salió de San Julián  y no abandonó el cortejo hasta al final de la carrera oficial.  

 
La banda del Arahal, histórica y pionera, ya suena casi como clásica. Es verdad que sus marchas se han renovado, pero ayer Alma de Dios, esa marcha con aires de zarzuela, donde la escuchó el caminante fue en la equina de Zaragoza con San Pablo. El misterio de Nuestro Padre Jesús Despojado fue llevado de forma primorosa por sus hermanos costaleros. En la vuelta (lo que algunos cursis llaman ahora revirá) sonó Alma de Dios en la interpretación de la Agrupación Virgen de los Reyes. Por fortuna encadenaron tres marchas y todo volvió a la normalidad. La solemnidad de la banda de Moguer tras el palio de María Santísima de los Dolores y Misericordia era otra cosa. No se entiende que Jesús Despojado camine a ritmo de charanga por las calles de Sevilla.

Vuelta a la Alameda. Tengo una cita con Esperanza Macarena. Viene bien, la reconozco con facilidad a pesar del antifaz. Va subida en su cruz penitencial desde hace catorce años: una silla de ruedas. Todas las insignias que lucieron en el altar mayor sobran para ella. Hace catorce años está sentada en un carrito después de un accidente en una moto. Salió por primera vez en la Hiniesta con catorce  años y no ha dejado nunca de salir, andando o en su carro actual. Acompaña al Cristo de la Buena Muerte. La tarde olía a mes de agosto. Este año no habría vuelta precipitada al templo. A pesar de llevar diariamente su cruz a cuestas, Esperanza es una mujer feliz. Me lo dijo el Domingo de Ramos en la calle cuando formaba parte del cortejo de la Hiniesta.