La jornada
del Miércoles Santo en Sevilla fue de plenitud, pequeños incidentes y los
reiterados problemas de horarios de una jornada sin la fama de otras pero tan
conflictiva como otras de la semana. La noticia más comentada y anecdótica fue
la caída del olivo del paso de misterio de Los Panaderos en salida de la
capilla de la calle Orfila. La sorpresa fue que el paso lució mejor sin el
árbol. No pasó nada, aunque las imágenes son un canto a la falta de previsión.
Pasaron más cosas, como el doble incidente de la cofradía de La Lanzada. Al
paso de palio de la Virgen del Buen Fin se le rompió el llamador cuando iba por
la calle Sierpes. Al misterio se le rompió un candelabro en la Avenida de la
Constitución. Estos pequeños percances no empañaron un día brillante para las
Hermandades.
Las
cofradías de San Bernardo y El Baratillo llevan en sus cortejos una inmensa
cantidad de penitentes. Los horarios quedaron de nuevo pulverizados. El
Miércoles necesita un estudio profundo para encontrar una solución. Cuando se habla
de soluciones se vuelve la mirada lo ocurrido el Martes Santo. Dijimos que ha
habido controversia, pero es que conforme pasa el tiempo los dos bandos –
detractores y defensores del cambio de sentido - aumentan de manera
proporcional.
En días como
el de ayer el observador lamenta lo que se pierde más incluso que lo que
presencia. Siempre existe un alma caritativa que te cuenta lo sucedido en un
punto cualquiera de la ciudad en torno a una Hermandad. Me dicen que La Sed
dejó la impronta de su madurez. En esta jornada se acuerdan muchos de los
Viernes de Dolores de aquellos años de juventud cuando en víspera la cofradía
visitaba al hospital de San Juan de Dios. El Cristo de la Sed de blanco
inmaculado está ennegrecido y pide a gritos que le aclaren la policromía.
Me contaron
que El Buen Fin volvió recrearse en San Lorenzo a su salida. Y que El Carmen
Doloroso cumplió con esmero una nueva cita con la catedral. Pero el hombre es
esclavo de sus ideas fijas y sus vivencias de la infancia, de forma que de nuevo
fue El Baratillo el centro de mis pasos, ya por la calle de mis mejores
vivencias, Pastor y Landero, como en la vuelta a la salida de la Catedral. Casi
da miedo airearlo otra vez, pero el paso de la cofradía por la plaza del
Triunfo junto a las murallas del Alcázar es una de las citas ineludibles de la
Semana Santa. La banda del Carmen de Salteras tocó de nuevo La Madrugá, también
ya convertida en himno de la Semana Santa, en una revirá de más siete minutos
que provoca el estremecimiento de cualquiera que lo presencie. Antes, San
Bernardo había pasado por el mismo enclave. Muchos recuerdos afloraron a su
paso.
Los retrasos
fueron considerables. Los Panaderos los sufrió a su salida. Al final, como
siempre ocurre, recuperó su esplendor con su estilo discutible en su paso por
El Salvador camino de su capilla. Sin el olivo el misterio, según algunos
observadores, ganó en plasticidad.
La Lanzada
superó sus incidencias. El paso del Cristo de Burgos por el enclave de la
Alfalfa fue otra imagen inolvidable. Aún dio tiempo para acercarse a las Siete
Palabras ya en Alfonso XII de vuelta. Fue un buen Miércoles Santo, pero fue una
nueva jornada que invita a la reflexión porque el día está saturado y requiere
alguna solución.