viernes, 16 de noviembre de 2012

Rutas de vida y muerte



Las tiendas que venden ropa deportiva no deben soportar la manida crisis. Nos deberían dar una comisión a los médicos, lo mismo que las industrias del aceite de oliva. No hay galeno que se precie que no mande a sus pacientes a consumir mucho aceite ni a mandarlo a hacer deporte. El culpable es el colesterol, del que todo el mundo habla y muy pocos conocen en realidad. Pero está de moda vigilarse el colesterol, como bien proclaman incluso desde los anuncios de televisión, donde recomiendan productos de dudosa eficacia contra la grasa maldita que resta años de vida. Se vigila el colesterol y se manda a la gente a comprarse un chándal y unas zapatillas de deporte para salir a los caminos a neutralizar los excesos.
 
En todas las poblaciones hay una ruta del colesterol por donde sudan miles de ciudadanos de distinto pelaje. Coexisten la señora madura pasada de kilos que intenta caminar hasta donde la artrosis se lo permite, el jovencito poderoso que corre como si fuera a llegar tarde, la joven que más que hacer deporte parece que intenta atraer a su agraciada figura todas las miradas, el señor sesentón que hasta hace poco no había sudado más que en verano y ahora se ha vestido de esta guisa un poco ridícula para su edad, y así una legión de aspirantes a la eternidad por el camino del deporte.
 
Aspirantes a la eternidad o, mejor, a la vejez saludable. Los facultativos recomendamos el ejercicio físico y los caminos se han llenado de esforzados que buscan la salud para envejecer mejor, siempre con la meta de alargar la vida con la mejor salud posible. Y hay de todo. Como buen consejero, practico con el ejemplo. En la orilla del río que conforma el paseo Juan Carlos I se congrega una multitud que hace deporte. El observador contempla el esfuerzo colectivo, aunque se sorprende cuando pasa por su lado algún corredor de edad avanzada que jadea a punto del colapso. En fin, por ahí andan y me parece que tan peligroso es el sedentarismo como el esfuerzo desproporcionado.
 
El paseo se convierte en un escenario donde algunos buscan la vida, pero, ¿qué es lo que veo en el atardecer de los viernes?  Los caminantes, corredores o ciclistas tienen que sortear a grupos de chavales imberbes que aunque el sol aún no haya caído ya han comenzado con su particular fin de semana en forma de botellona. Junto a los que sudan buscando prolongar su vida, racimos de jóvenes se afanan por acortar las suyas.  Se fuma a destajo en cachimbas y pipas indias, al tiempo que algunas quinceañeras vuelcan las botellas de whisky, ginebra y ron sobre sus gargantas. En el aire flota un tufillo inconfundible a hierba quemada. Son apenas las ocho de la noche y algunos cuerpos se balancean ya ebrios. Qué será de ellos cuando el amanecer los empuje a sus casas. Grupos similares proliferan por todo el paseo y por otras zonas de la ciudad. No toda la juventud se divierte de la misma forma, es cierto, pero ésta es una proporción más alta de lo esperado.
 
El mismo itinerario se convierte a esas horas en la ruta de algunos que buscan la vida y otras que, sin saberlo con seguridad, están acortando las suyas. De forma inevitable, el caminante recuerda las imágenes del Madrid Arena con miles de jóvenes en plena diversión en la inmensa botellona que acabó de forma dramática.
 
Seguro que aquellos a los que el destino salve de su autodestrucción, algún día sudarán por el mismo camino buscando esa vida que antes, sin conocerlo, han menguado. La ruta junto al río es un  camino de vida y de muerte, como casi todos. 
 
(*) Publicado en El Mundo de Andalucía. Edición Sevilla. 15-11-12    

 

sábado, 6 de octubre de 2012

Nuevo Mundo


Sonaba Dvorak en el teatro de la Maestranza en el segundo concierto del abono con la sala casi llena, lo que viene a confirmar que cuando se programan obras clásicas conocidas – lo que no quiere decir que sean antiguas – el público responde. También significa que la cultura merece algo más por parte de la administración que recortes brutales para dejarla con el trasero al aire. Decía que sonaba la música del maestro checo en el concierto de violonchelo que interpretaba el joven alemán Alban Gehardt, cuando la sala estaba reservando energías para la segunda parte, donde se anunciaba la Sinfonía del Nuevo Mundo, una obra conocida por el pueblo, cantada por músicos del pop y que fue escrita en homenaje al continente americano. Se estrenó a finales del siglo XIX y es la más conocida de su autor.
 
En los conciertos de clásica se escucha la obra, pero no es fácil calibrar la calidad de la interpretación, al menos para los menos iniciados en el conocimiento de la música. Me parecía gris la labor del director hasta que Sarah Bishop se echó la obra a sus espaldas en los famosos solos con el corno inglés. Era la belleza sobre la belleza. Ni el mismo Dvorak podía soñar con una intérprete más perfecta. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla tiene solistas de calidad universal. Sarah se vino arriba y la sala se estremeció. La entrada del cuarto movimiento sacudió en sus butacas a quienes ya pasamos del medio siglo.
 
Esos compases de la Sinfonía del Nuevo Mundo que abren su movimiento final fueron la sintonía de un programa de radio de los años sesenta. Era el anuncio de “Ustedes son formidables”, que se emitía en las emisoras de la Sociedad Española de Radiodifusión y que conducía Alberto Oliveras, voz melancólica de una España en blanco y negro que realizaba programas para recaudar dinero destinado a cubrir las miserias de una población en estado de precariedad. Lo mismo se pedía para los damnificados de una riada que para los desahuciados por falta de pago de sus viviendas. El programa de Oliveras era una colecta semanal para tapar las heridas de un pueblo en permanente estado de necesidad.
 
Insistía la orquesta en sus sones y algunos esperábamos que surgiera la voz de Oliveras con sus pláticas tenebrosas pidiendo dinero para solventar las calamidades. ¿Qué calamidades? ¿Las de aquellos años del pasado o las de nuestros días? Los programas que organizó para las riadas de Valencia bien podrían servir para las riadas de estos días en Málaga, Almería y Murcia. ¿Vecinos desahuciados? No hay más que mirar alrededor y ahí estamos, con un desahucio y una ruina en cada esquina.
 
La sintonía seguía mientras más de uno pensaba si no sería preciso que reapareciera de nuevo un Oliveras con su sermón trágico, capaz de asustar a cualquier hijo de vecino, para pedir dinero para una sociedad que se consume en la hoguera que ha surgido de su propia vanidad. Tal vez no sea necesario un programa de este estilo, que sigue ahí en la recamara de nuestros recuerdos infantiles, tal vez sea preciso que se escriba una nueva Sinfonía del Nuevo Mundo, pero en esta ocasión dedicada a Europa, no a América como hizo Dvorak, porque el mundo que hay que cuidar y alimentar para que no se muera para siempre es la vieja Europa. Y que sus compases no se utilizaran como sintonía de un programa de televisión para hacer caridad con el prójimo, sino que sirviera para crear riqueza y prosperidad.