Sonaba Dvorak en el teatro de
la Maestranza en el segundo concierto del abono con la sala casi llena, lo que
viene a confirmar que cuando se programan obras clásicas conocidas – lo que no
quiere decir que sean antiguas – el público responde. También significa que la
cultura merece algo más por parte de la administración que recortes brutales
para dejarla con el trasero al aire. Decía que sonaba la música del maestro
checo en el concierto de violonchelo que interpretaba el joven alemán Alban Gehardt,
cuando la sala estaba reservando energías para la segunda parte, donde se
anunciaba la Sinfonía del Nuevo Mundo, una obra conocida por el pueblo, cantada
por músicos del pop y que fue escrita en homenaje al continente americano. Se
estrenó a finales del siglo XIX y es la más conocida de su autor.
En los conciertos de clásica
se escucha la obra, pero no es fácil calibrar la calidad de la interpretación, al menos para los menos iniciados en el conocimiento de la música. Me
parecía gris la labor del director hasta que Sarah Bishop se echó la obra a sus
espaldas en los famosos solos con el corno inglés. Era la belleza sobre la belleza. Ni el mismo
Dvorak podía soñar con una intérprete más perfecta. La Real Orquesta Sinfónica
de Sevilla tiene solistas de calidad universal. Sarah se vino arriba y la sala
se estremeció. La entrada del cuarto movimiento sacudió en sus butacas a
quienes ya pasamos del medio siglo.
Esos compases de la Sinfonía
del Nuevo Mundo que abren su movimiento final fueron la sintonía de un programa
de radio de los años sesenta. Era el anuncio de “Ustedes son formidables”, que se
emitía en las emisoras de la Sociedad Española de Radiodifusión y que conducía
Alberto Oliveras, voz melancólica de una España en blanco y negro que realizaba
programas para recaudar dinero destinado a cubrir las miserias de una población
en estado de precariedad. Lo mismo se pedía para los damnificados de una riada
que para los desahuciados por falta de pago de sus viviendas. El programa de
Oliveras era una colecta semanal para tapar las heridas de un pueblo en
permanente estado de necesidad.
Insistía la orquesta en sus
sones y algunos esperábamos que surgiera la voz de Oliveras con sus pláticas
tenebrosas pidiendo dinero para solventar las calamidades. ¿Qué calamidades? ¿Las
de aquellos años del pasado o las de nuestros días? Los programas que organizó
para las riadas de Valencia bien podrían servir para las riadas de estos días
en Málaga, Almería y Murcia. ¿Vecinos desahuciados? No hay más que mirar
alrededor y ahí estamos, con un desahucio y una ruina en cada esquina.
La sintonía seguía mientras
más de uno pensaba si no sería preciso que reapareciera de nuevo un Oliveras
con su sermón trágico, capaz de asustar a cualquier hijo de vecino, para pedir
dinero para una sociedad que se consume en la hoguera que ha surgido de su propia
vanidad. Tal vez no sea necesario un programa de este estilo, que sigue ahí en
la recamara de nuestros recuerdos infantiles, tal vez sea preciso que se escriba
una nueva Sinfonía del Nuevo Mundo, pero en esta ocasión dedicada a Europa, no
a América como hizo Dvorak, porque el mundo que hay que cuidar y alimentar para
que no se muera para siempre es la vieja
Europa. Y que sus compases no se utilizaran
como sintonía de un programa de televisión para hacer caridad con el prójimo,
sino que sirviera para crear riqueza y prosperidad.
¡Olé!
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