martes, 14 de abril de 2015

La Victoria de los sevillanos

Será el calor, será el cansancio, será lo que sea, pero las calles de la ciudad se despoblaron de las masas para dejar a quienes buscaban el momento de la emoción más personal en cualquier calle o rincón de la urbe. Algunos dicen que la gente se ha ido a la playa porque el tiempo es muy bueno. Y me pregunto que dónde están los que consumen la mercadotecnia de la Semana Santa durante todo el año, que ahora que llegan jornadas como la del Jueves Santo dejan la ciudad al alcance de unos cuantos sevillanos. Mejor así. La experiencia de volver a seguir el palio de la Virgen de la Victoria por Temprado hasta El Postigo supera todos los programas de televisión y las cientos de páginas que nos acribillan durante el resto del año. 

Todo es tan perfecto en el palio que los sentidos quedan paralizados y deslumbrados ante tanta belleza. Es el propio palio de cajón, donde el paso de los años refleja la solera de una corporación diferente. Es el exorno floral, la orfebrería, los faldones con el escudo real, el manto, todo es una sucesión de gozos que rodean a la Señora de Las Cigarreras. 

Sonaba La Sagrada Lanzada, una joya de la Semana Santa más antigua, compuesta por Manuel Font,  el padre de Font de Anta, cuando las miradas se concentraban en la Virgen más serena de las que salen en nuestra Semana Mayor. Es su palidez moderada, es la tristeza de una expresión que en el sufrimiento quiere mandar consuelo, es ese surco de ojeras que más que venir del llanto parecen que llegan del dolor contenido de ver al pueblo a su alrededor. Es la Victoria para paladares del mejor gusto. Es la Victoria para una Sevilla con pocos sevillanos. Ahí se rompen los esquemas. Una joya que fue mecida por las calles de la ciudad sin ningún tipo de algarabía, tampoco había bullas ni empujones, fue  placentero en una tarde en la se volvió a poner de manifiesto con claridad meridiana lo que es el palio de una virgen dolorosa.  

Había pasado el misterio de la Sagrada Columna y Azotes con esos sayones con túnicas y plumas negras que no acaban de gustar a todo el mundo. En El Postigo, la banda de Las Cigarreras tocó La Carretería. En las filas de nazarenos, señal de que el buen gusto llega a todas partes, caminaba un joven chaval de Madrid con su cirio doblado por los efectos del calor acompañado por sus padres Laura y Eduardo, que no quieren que el muchacho pierda los vínculos de la ciudad materna.

Los Negritos bajaron a la Carrera Oficial por la Cuesta del Rosario. Este cambio es una buena noticia para la Hermandad porque es un camino más cofrade. A la carrera se pierde el palio de la Virgen de las Lágrimas por Orfila, luego ya en la Alameda la tarde se vino arriba con el calor del pueblo arropando a Montesión. Fue un Jueves más tranquilo que otras jornadas. La Quinta Angustia, El Valle y Pasión, palabras mayores, cerraron la antesala de la gloria de la Madrugá.   

El templo de los toreros

Algún torero que está anunciado en la Feria de Sevilla se manchó ayer los zapatos de albero en la plaza de toros, lo mismo que le ocurrirá el día 15 de abril. Alfonso Oliva Soto acudió temprano a su cita anual con la Piedad del Baratillo, que desde hace ya varios años forma los tramos sobre el piso plaza donde en breve se lidiarán toros bravos. Oliva Soto es un torero cofrade. Se une así a esa larga lista de coletudos que desde hace dos siglos salen vestidos de nazareno en algunas Hermandades. En la tarde de ayer hicieron estación de penitencia la de San Bernardo y la del Baratillo, las más taurinas. La primera, por su cercanía al matadero, que fue escuela taurina para muchos y concentró a famosos toreros en sus filas, desde Cúchares a los Vázquez. La segunda es torera porque linda con la plaza y su capilla recibe los aromas de las grandes tardes
en el coso del Baratillo

Hasta en estas cosas ha cambiado todo. En estos tiempos hay pocos toreros cofrades, casos muy contados, pero todo ello entronca con la realidad del toreo sevillano de nuestros días. Algunos toreros no acuden a salir a las hermandades de penitencia ni tampoco quieren pisar el albero para lidiar toros. Han huido de la ciudad, de su plaza y de sus templos. 

El Baratillo volvió a pasear por el Arenal sevillano en una escena ya vivida durante medio siglo. El tiempo parece detenido, la casa de los sueños infantiles sigue enhiesta, el balcón lo preside todo y solo las ausencias nos vuelven a la realidad.

En las filas de los penitentes marchaba alguien muy especial. Estrella Yun, nacida en China, llegada a Sevilla con ocho meses por el amor de sus padres Paco y Alicia, que ayer mismo cumplió dieciséis años. Yun que es sevillana por los cuatro costados domina la lengua china a la perfección. Ayer celebró sus cumpleaños debajo de la túnica del Baratillo.   

Todo había comenzado con el cortejo de la Sed por la Encarnación (por no mentar a las Setas). Es cierto que el calor era excesivo, es verdad que el camino es muy largo, también que es una cofradía con infinidad de niños en sus filas, pero eso tampoco puede justificar que en algunos momentos hubiera más costaleros, músicos y nazarenos en los bares colindantes que en las filas de la procesión. Han pasado cuarenta años de aquellos Viernes de Dolores en San Juan de Dios con el Cristo de la Sed recién tallado por la gubia de Álvarez Duarte. Fue necesario esperar para ver el barquito que estrena en su mano la Virgen de Consolación. 

A esas horas tempranas de la tarde, el caminante observa detalles que no entiende, como el de un joven nazareno del Carmen Doloroso en la Calle Cuna sin el antifaz departiendo con la familia. Cuando San Bernardo baja por Cuna hay que volver al sitio recóndito y señorial de las primeras horas del Miércoles Santo. La Cruz de Guía del Buen Fin estuvo detenida media hora en la calle Eslava, pero esa espera mereció la pena para ver de nuevo al crucificado pasar por delante de San Lorenzo y ante el Gran Poder. La tarde más torera en la que pocos matadores ejercen de cofrades quedó recompensada a los sones de la Centuria Macarena. Fue, un año más, un momento único.

Cofradías familiares

En asuntos de Semana Santa no hay pensadores con visión de futuro. Que algunas Hermandades crezcan, como la Macarena, es algo que todos entienden, pero pocos se han puesto a calibrar hasta dónde pueden llegar las modernas cofradías de barrio. Al ver a los del Cerro, que ya se acercan a los mil nazarenos, y acordarme de los más de mil quinientos que  sacó la del Polígono el martes, todo apunta a que ese crecimiento debe proseguir dadas las características de la población en las que asientan estas corporaciones. Y si crecen, como se presiente, pueden llegar a cifras insoportables para el Lunes y el Martes de la Semana de Pasión.

El Martes es un día con muchos matices familiares. La vivencia se hizo presente con la Hermandad de San Esteban. Ya por la calle Cuna el cortejo estaba diezmado con multitud de madres cargadas de bolsas llevando de la mano a pequeño acalorados, antifaz remangado, expresión al borde de la congestión, en busca de aire fresco y líquidos para el cuerpo. Esa sensación de familiaridad se hizo intensa en la Cuesta del Rosario delante de la Virgen de los Desamparados. Mirando desde el templete del Cristo del Amor hacia arriba, la visión fue la confirmación de que en esta cofradía salen más familiares de los nazarenos que penitentes en sí mismo. Como detalle, al que no me atrevo a calificar, toda una familia de más de diez miembros con dos chavales vestidos de nazarenos se hacían fotografías delante del palio. La de San Esteban es una cofradía muy familiar.

La Virgen de los Desamparados llegó al Salvador y allí sonó una vez Macarena de Abel Moreno, que también es de las marchas que más se escucha estos días por los rincones de la ciudad. Abel Moreno, para quien en su día reclamé un trono, sigue reinando en Sevilla. Hoy mismo recomiendo La Madrugá que le tocarán a la Virgen de la Caridad del Baratillo en el Alcázar. 

La tarde comenzó a derretirse en la puerta ojival de Omnium Sanctorum en la calle Feria. Al ver la cruz de guía dispuesta a comenzar la estación, fue inevitable recordar aquella ocasión en la que esa misma cruz se echó adelante a pesar de que la ciudad se anegaba con una densa cortina de agua. De aquella lluvia feroz a la ferocidad de un calor tórrido que obligó a los presentes dejar amplias zonas vacías, precisamente donde no alcanzaba la sombra. La saeta al Cristo de las Almas fue acogida de forma calurosa, no era para menos.

Por el Postigo del Aceite bajó el Cristo de la Buena Muerte. Habíamos alcanzado a ver la salida por la puerta principal del Rectorado de la Universidad y llegar a una calle San Fernando limpia de catenarias. Además de los estudiantes, una legión de niños vestidos de monaguillos camina delante de ambos pasos. Son futuros estudiantes que ya hacen el camino de la Buena Muerte. 

La tarde nos tenía reservado un regalo incomparable. Ayer pasearon por Sevilla dos señoras de belleza inigualable, la de la Encarnación y la del Dulce Nombre. Solo por ello, el Martes Santo es punto y aparte.




viernes, 3 de abril de 2015

Las mujeres del Cautivo

Como no puedo contarlo porque sucedió pasada la medianoche, debo contarles que me fui un año más a ver El Museo por el  Andén del Ayuntamiento, lo mismo que hacía cuando era un chiquillo. Todos los años el nazareno andante hace le propósito de cambiar los itinerarios, pero al final vuelve siempre a los mismos escenarios. Y cuando escucha Amarguras varias veces en la chicotá eterna delante de la Casa Mayor se siente reconfortado, piensa lo que se hubiera pedido si no asiste a la cita de todos los años y se promete que en otra ocasión habrá de acudir a ver otra cosa, por mucho que al final acabe siempre en el mismo sitio.  

La tarde nos llevó pronto al ver Santa Genoveva a la salida del Parque, el Cautivo por el foso de la Universidad y la Virgen perdida en la maleza del Parque. La cofradía a esas alturas marchaba desmantelada. El diputado de un tramo con tres o cuatro nazarenos, que portaban dos o tres cirios, se esforzaba para poner cordura al asunto: “Vamos a caminar con pausa, que media cofradía está en el servicio”.  La calle Palos de la Frontera es la cruz de esta cofradía. El Cautivo la cubrió en dos chicotás a marcha de tambores. Detrás del Señor caminan las mujeres, todas juntas, mirando al Cautivo. El calor africano les ha llenado la cara de sudor que se mezclan con lágrimas. Cien mujeres, y algunos hombres entre ellas, caminan detrás del Cautivo. No pierden la compostura ni necesitan desmantelar sus filas para ir al servicio. Reconozco a una de ellas, me mira y trata de esbozar una sonrisa. Me acerco y le pregunto cómo va la procesión. “Bien”, dice con voz entrecortada. Le pregunto si ha visto al Rey en la Plaza de España y contesta: “Mi Rey del Lunes Santo es el que llevo aquí delante”. Y sigue caminando detrás del Señor. 

Si mérito tiene la de Santa Genoveva, qué se puede decir de la del Polígono. Por la calle Tetuán se dirige a la Carrera Oficial el otro Cautivo de la tarde del Lunes, que también lleva mujeres detrás del misterio. La cuadrilla de Zambrano se esmera en lucirse, todo es un esfuerzo ímprobo, cuánto mérito tienen estas Hermandades de los barrios. 

Se puede llegar a ver el paso del misterio de la Redención delante de la capital de Los Panaderos en la calle Orfila. Es como una disputa de olivos. Dentro, en el misterio del Prendimiento, otro olivo contempla el paso del que lleva este misterio del Beso de Judas. Asoma la Virgen del Rocío por Laraña. Aún leva el manto sin bordar pero será por poco tiempo. El año venidero lucirá uno de estreno. La banda de Olivares de Las Nieves toca de seguido Virgen de los Negritos, de Pedro Morales, y Esperanza de Triana, de Farfán, es decir, canela pura en marchas procesionales.  

Ya en la Campana todo se vuelve intenso. En el palquillo está Felipe VI. Pasa la Virgen del Rocío. Canta Manolo Cuevas, el de Osuna, una saeta inmensa que finaliza con aquello de “y viene a verte hasta el Rey de España”. Todo se viene abajo. En medio de la algarabía pienso por dónde andarán ahora las mujeres del Cautivo. 

jueves, 2 de abril de 2015

La primera bulla

Todo es igual y nuevo al mismo tiempo. El Domingo de Ramos es el día en el que se estrena todo. Es un día con una mañana con sabor a vísperas. Al salir a la calla se visitan los templos de las cofradías que salen en el día y de camino se visitan otras hermandades. La puerta de la Magdalena es un avispero, no tanto como la plaza del Salvador. En San Juan de la Palma las colas no tienen final. 

En la mañana, camino de San Julián, es reconfortante cruzarte con Joaquín Caro Romero, pregonero y poeta de Sevilla. Ya en la Iglesia de donde sale la Hiniesta, antes de llegar hay escenas que solo se pueden entender en Sevilla. En la calle Moravia, un chaval está asomado a una ventana mientras del interior surge la marcha procesional. El niño es la imagen de la ilusión. Algunos nazarenos de túnicas azules ya caminan hacia la iglesia. El calor lo funde todo. El aire se ha vuelto denso. 

A prisas hay que salir para ver la salida de Jesús Despojado. Y se consigue en Molviedro por muy poco. El año pasado me chocó la tipo de marchas que acompañan al paso de misterio. Me parece que Alma de Dios no es lo más indicado para este paso. En la entrada en La Campana de nuevo sonó la marcha. En fin, doctores tiene la Hermandad.

En la Alameda sonó otra vez la misma marcha, ahora en la versión de la Agrupación del Arahal. No es mi marcha preferida, pero allí, junto a las columnas, fue todo diferente. En la Hiniesta, además, toca la banda del Carmen de Salteras tras el palio. Son palabras mayores.  

Entre la cofradía del Arenal y la de San Julián hubo un momento para ver la Paz ya pasado el parque de María Luisa. Da igual verla en cualquier sitio. La Paz te deja una sensación de tranquilidad espiritual como pocas lo consiguen. La Hermandad del Porvenir sueña con la coronación, que llegará pronto. 

Todo ocurre por primera vez, otra vez, cada Domingo de Ramos. Se supone que ya los itinerarios están bien aprendidos, pero el caminante se mete siempre en la misma bulla. Son esos tapones que nadie sabe muy bien por qué se forma y que se deshacen sin que llegues a enterar cuáles fueron los motivos del atasco. Es la bulla en la que te sientes extraño porque parece que eres el único que camina contra la corriente. Todos van en la dirección contraria a la que sigues, de forma que piensas que estás equivocado. 

Disuelta la masa humana, hubo tiempo antes de enjaretar estas impresiones para llegar a la esquina de Correduría con Conde de Torrejón para ver el milagro de la Amargura. Fue la segunda bulla del Domingo de Ramos, vivida de forma intencionada para ver pasas lo más señorial bajo palio de la tarde. Allí mismo volvió a sonar Amarguras, siempre tan nueva para servir de bálsamo a una tarde asfixiante de clima, gente y emociones. Todo ocurrió ayer por primera vez y fue como siempre. Sevilla tiene sus principios anclados en su gente.