miércoles, 17 de abril de 2019

Siempre de frente


Fue Martes Santo para enmarcarlo. Me cuentan que la Hermandad del Dulce Nombre entró en La Campana sin música. Dicen que como protesta. ¿De qué se quejan? Salieron cuando la tarde ya declinaba, volvieron ya de noche. Lucieron como siempre o mejor que nunca. Quizás su salida debería atrasarse un poco porque el parón en La Gavidia fue excesivo. Por lo demás, ¿de qué se queja La Bofetá? Y me comentan una historia de Los Estudiantes que no llego a comprender bien. Se supone que es otra queja. ¿Y de qué se puede quejar la Hermandad de los Estudiantes? Es cierto que salen algo apresurados para que pueda pasar El Cerro por la calle San Fernando, pero su recorrido por el barrio del Arenal, ciertamente algo más largo del habitual, resultó una maravilla. Es posible que haya detalles que se me escapan, pero el caminante cofrade comenta lo que puede presenciar o le comentan voces sensatas. Y lo del Martes Santo fue perfecto. Para ello, la Hermandades hicieron un esfuerzo y cumplieron los horarios con precisión. Es posible que haya algunas cosas que corregir, pero ayer se demostró que el Martes Santo es posible y que lo del Santo Martes fue una experiencia absurda y desnortada.

Lo que hay que corregir, aunque es casi imposible es la educación del pueblo. En las calles de Sevilla no hay mucha más gente que en décadas anteriores, lo que hay es más gente mal educada. Y la falta de educación es la culpable de se contemplen escenas lamentables de suciedad, desorden, gritos sin sentido, manotazos para defender a la hembra que niños de 15 años llevan delante. Por no hablar del nuevo léxico cofrade. Lo de revirá ya no hay quien lo destierre. Desde alguna radio lo pusieron de moda y el palabro se ha quedado instalado para siempre, lo mismo que ‘petalá’ o ‘recogía’. El leguaje pataleado. Ayer escuché algo que para mí es nuevo. Un capataz le dijo a su cuadrilla: ‘No pararse; gateando’. ¿Gateando? Qué es esto. Con lo bonito que es decir: ‘Siempre de frente’. 

En fin, que es mejor mirar para los cortejos y tratar de aislarse de quienes creen que la calle es suya. Menudos cortejos los del Martes. No lo pude ver todo, entre otras cosas porque estas líneas no se pueden escribir sentado en una silla de la Carrera Oficial, pero la Semana Santa de Sevilla es una sucesión de emociones inesperadas. Me fui a ver la del Cerro a la calle Velázquez a las cinco de la tarde. No esperaba nada especial, pero quería observar el nuevo paso del Cristo de la Humildad. Me gustó todo en este paso. La imagen de Miñarro tiene fuerza expresiva. La cruz parece muy grande, pero no desentona.  Pasó el misterio y llegó la dolorosa. Se había comentado que a la salida una paloma se había posado en la corona de la Virgen. Hay fotos del momento. 

La Virgen de los Dolores llegó a esa calle Velázquez y de manera sorprendente de nuevo apareció la magia de la Semana Santa. De un balcón surgió una enorme petalada, allí estaba todo el barrio, los vítores eran clamorosos dirigidos por un hermano a grito pelado. Mucha emoción y un punto de fanatismo. Y me pregunto por qué no puede haber fanatismo cuando por la calle se pasea la Virgen de tus amores. Entre las flores llovidas del cielo, el trabajo de los costaleros, los gritos de júbilo mariano, fue la banda de las Nieves de Olivares la que puso la nota definitiva al interpretar Coronación de Manolo Marvizón. Estaba conmovido. En una calle cualquiera de Sevilla, cuando un palio se mece puede surgir el encanto que solo puede protagonizar un pueblo como el sevillano.

San Esteban es la Hermandad más sacrificada con los cambios. Según se mire, claro. Salió temprano y se recogió casi cuando aún no lo había hecho el sol. Me pareció ejemplar su estación de penitencia y disfruté de la belleza de la Virgen de los Desamparados. 

El nuevo recorrido por el Arenal de Los Estudiantes, ya de noche, me pareció bellísimo. Alguien dirá que el crucificado de Juan de Mesa es tan portentoso al sol como en la noche. Es cierto, pero ha ganado con lo que ayer pude presenciar. Igual que Santa Cruz, a la que pude ver ya de recogida por la plaza del Triunfo antes de entrar en ese rincón maravilloso de la Alcazaba. Cristo en la Alcazaba tocó a Nuestra Señora de los Dolores la banda de Tejera. Esos momentos no tienen precio.


martes, 16 de abril de 2019

La distancia de los años



Conforme se cumplen años, la Semana Santa se presencia a mayor distancia. Hubo un tiempo en el que uno fue cangrejero delante de los pasos, algo que a estas alturas, cuando, como dice el maestro Peris, se empieza a vislumbrar la otra orilla, es casi imposible. Cuando me emplacé en la Plaza Nueva para ver la llegada de la cofradía de Santa Genoveva recordé aquellos tiempos del pasado en los que me ponía delante del Cautivo en Gamazo y no lo soltaba hasta llegar a Tetuán. Pero los años exigen distancia, como a los buenos toreros, y ahora la visión es distinta, ni mejor ni peor, simplemente diferente. El Cautivo apareció como siempre: impresionante, con las mujeres del barrio detrás, con un exorno floral exuberante y extraño y la banda de La Pasión de Linares tocando por primera vez en Sevilla. Buena banda. Lo que pude escuchar me pareció muy bueno. Y lo mejor es que su repertorio fue clásico en todo momento.

Todo se ha transformado. Se piensa que las sillitas las utilizan las personas mayores. Craso error. En las caminatas de la Semana Santa pude ver a chavales de menos de 20 años apostados en las sillitas plegables esperando las llegadas de los pasos. Una chavalería con pinta de derrota a las cinco de la tarde. Otra juventud distinta es la que se concentra por las noches en la calle Moratín, todos ellos con corbata, para beber en comunidad  en una botellona indecorosa. Debe ser el signo de los tiempos.

Santa Marta conmueve en cualquier punto del recorrido. Una inmensa legión de monaguillos precede al traslado al sepulcro. La belleza de la Santa y las sábanas blancas producen una sensación especial. Se me escapó el Polígono y apenas pude ver a la Virgen muy de lejos. Había pasado por la Campana cuando casi ni estaban colocadas las sillas. Adiviné en la distancia los ojos verdes de la señora.

Así estaba la tarde cuando la alarma del móvil soltó la noticia del incendio en Notre Dame de Paris. Todo el mundo se miraba al conocer lo que ocurría en la capital de Francia.  Incredulidad y dolor. Que un templo cristiano tan señalado arda en llamas en plena Semana Santa debe ser una señal de algo que se nos escapa.

Pero se imponía seguir la tarde y llegaba San Gonzalo. Ejemplar y multitudinaria estación de penitencia la de la Hermandad trianera. El misterio voló de forma primorosa por las calles de Sevilla. 

El caminante necesitaba ver al Cristo de Vera Cruz. Seriedad y sobriedad en un conjunto severo, cuatro hachones verdes en las esquinas, dos angelotes que sostienen los faroles y una imagen que sobrecogedora en la penumbra de la tarde. Toma tu Cruz y sígueme, cantaba un coro. 

Pasaron Las Penas y las Aguas. Me quedaba solo buscar a la Virgen de las Aguas del Museo para deslumbrarme con el blanco nacarado del tul de su tocado. Me quité años de encima y me puse delante de su paso, como en tiempos ya hacía por Tetuán una vez pasada la puerta del Ayuntamiento, a los sones de Amarguras, para contemplar con deleite la belleza  indescriptible del rostro de la Virgen.  El Lunes Santo puede empezar de muchas formas, pero solo puede acabar mirando la cara de esta dolorosa.  


lunes, 15 de abril de 2019

Amarguras del Domingo de Ramos



El tórrido sol veraniego no frena las ansias del caminante en una jornada tan especial como la del Domingo de Ramos. He acompañado en buena parte de ella a una pequeña de inmensos ojos azules. La he visto alborozarse ante un palio, he creído ver que tocaba las palmas de emoción ante los sones de una banda; es posible que haya sino una enajenación, pero pienso que ahí hay madera cofrade. La genética parece que funcionará. Por mi parte, como le escuché a un sacerdote en la Magdalena, intento subirme a cada paso cuyo discurrir presencio por las calles. Y nunca dejo de observar a la gente.

En la calle San Pablo he vuelto a  presenciar el cortejo de Jesús Despojado. La cofradía ha envuelto todo el día al barrio del Arenal. La Hermandad ha ganado presencia. Solo una objeción: ¿es necesario que la Agrupación Virgen de los Reyes que acompaña al misterio ataque esas marchas tan extrañas? Mira que hay marchas de cornetas y tambores. Por no hablar de los xilófonos.

Al final de Correduría, ante de llegar a la Alameda, he visto pasar a la cofradía de la Hiniesta desde un balcón privilegiado. Con mis manos podría haber tocado la del Cristo de la Buena Muerte. Delante del palio caminaba la representación municipal. El alcalde, Juan Espadas, ha mirado al balcón y me ha saludado. Espadas tiene cara de buena persona. También me ha saludado Juan Carlos Cabrera, el concejal de Fiestas Mayores, que también tiene cara de buena gente. El de Fiestas Mayores es uno de los cargos más agradecidos del Ayuntamiento. Casi todos los que lo han ostentado han recogido el afecto de la mayoría de los sevillanos.

Me han saludado el alcalde y el concejal. Me ha llegado mi dosis de vanidad y se lo he contado a mis acompañantes. ¡Me ha saludado el alcalde! La gente que me escucha sonríe con una mezcla de incredulidad e indiferencia. Los otros representantes municipales no me han saludado. Al de la izquierda no lo conozco. Al de la derecha, sí. No ha mirado al balcón.


He ido a ver a la Estrella a la salida del Puente de Triana antes de llegar a Reyes Católicos. Mucha gente y mucho tiempo de espera. Busco imágenes a mi alrededor. Cuando el Señor de la Penas ya se acerca, entre los bosques humanos descubro un señor que se mueve en un carrito a impulsos de sus fuertes brazos. Va de un lado a otro tratando de encontrar el mejor sitio para poder ver al Cristo trianero que viene rezando. No le ayuda nadie en su penosa tarea. Ni yo mismo me he acercado a prestarle mis brazos para llevarlo al sitio elegido. Al final ha encontrado el lugar idóneo para presenciar el paso del misterio. Mis ojos van del Señor de las Penas a este señor que está sentado en una silla de ruedas. He creído ver que sus labios musitaban algunas palabras. He vuelto a mirar a Jesús en su angustiosa espera. El hombre no parpadea. Cuando el paso se ha alejado, lo he buscado en la marabunta de carritos de bebés. Ya se ha marchado. Se desliza a impulsos de sus brazos por la calle Arjona. Quiero pensar que había podido rezar su oración. Me queda la pena de no haberme acercado a prestarle mis brazos.

Nunca estuvo el Paseo de Colón tan atestado como ayer cuando ya pasó el palio de la Estrella por el cruce a la salida del puente. Tras la Virgen que mejor llora en Sevilla, la  que nos habla con sus manos, la banda de la Oliva se estrena a sí misma en sus más de cien años de existencia con una directora, Amadora Mercado, que es presente y realidad para una banda histórica.

Por el Paseo de Colón observo a un niño pequeño, apenas cuatro o cinco años, que camina junto a sus padres, agarrado al carrito en el que duerme su pequeña hermana. De pronto se ha parado. Se agacha, espera unos segundos, le oigo decir ¡a esta es! y da un salto de ‘levantá’ gloriosa. Sigue su camino meciendo su cuerpo como si fuera un costalero de Sevilla. Estas cosas nos animan a seguir con esperanza mirando al futuro.

Todavía ha dado tiempo para ver a La Paz bajando por San Gregorio. Hay que pasar por el control de avituallamiento porque la jornada tiene dos citas ineludibles. El Cristo del Amor, como todos los años. Durante toda mi vida he tenido en mi retina su rostro en la imagen que coronaba una habitación de mi domicilio familiar. Conozco cada pliegue de su rostro. Nunca la muerte se plasmó con más dulzura. Amor a raudales.

Tenía que ver a toda costa a la Amargura. Por ser quien es y porque se estrenaba la banda del Carmen de Salteras, la misma que en la Madrugá rompe moldes tras la Macarena, pero que en esta ocasión interpreta marchas fúnebres. Solo me quedó irme a San Juan de la Palma a ver la entrada. Muy tarde. El cuerpo estaba dolorido. Entró el Señor. Llegó la Virgen y sonó Virgen del Valle. Ya a punto de entrar los compases de Amarguras se adueñaron de la plaza. El palio ya había entrado, la marcha no había terminado, pero la banda siguió tocando hasta el último acorde. Todo era silencio. La marcha culminó cuando ya las puertas se habían cerrado. No cabe más señorío y delicadeza en una banda con una marcha centenaria. Hay aplausos a la banda, seguro que Juanillo el de la Palma también las tocaba, y yo mismo, como me he subido al palio y he entrado en el templo, la emoción también me embarga al haber podido escuchar la marcha de las marchas, de principio hasta el final, tocada de forma magistral por la banda del Carmen de Salteras. Así se cerró un nuevo Domingo  de Ramos para mayor gloria de Sevilla y de los sevillanos.

sábado, 13 de abril de 2019

Charo Padilla, la emoción del pregón de los humildes



La periodista Charo Padilla subió al atril del teatro de la Maestranza para dictar un pregón de la Semana Santa histórico. La expectación que se había creado ante el primer pregón de una mujer se vio superada por la realidad de un canto salido de lo más profundo del alma dedicado a los más humildes, a esas personas sencillas que son también los protagonistas de la Semana Santa. Con su micrófono en mano, llenó de vivencias emocionantes su disertación, contado con la tranquilidad de quien todos los años pronuncia su pregón en la radio, con la seguridad de que su canto a los seres anónimos de la Semana Santa llegaría a todos con claridad meridiana. Sin versos ripiosos, con la verdad de lo vivido y contado, la pregonera le dio pellizcos al corazón de Sevilla, que la escuchó con la ansiedad de su estreno como mujer en el cargo, pero que acabó llorando con ella tras una alocución cargada de escenas cotidianas. Fue un pregón de barrio, de cofradías cerca de los suyos, alejado de carreras oficiales y de palcos. Fue el pregón de una reportera con su verdad a cuestas.

Se repitieron los ritos. Allí estaba el escenario con las fuerzas vivas de la ciudad cual tribunal inquisitorio, la música de la Semana Santa a cargo de la banda Municipal con Madre Hiniesta por delante, obra del marido de la pregonera Manolo Marvizón, la presentación exacta y señorial de Juan Carlos Cabrera, el delegado de Fiestas Mayores, y los sones de Amarguras cuando se cumplen cien años de su presentación.

Cuando llegó el momento, Charo Padilla avanzó los escasos metros desde su sillón al atril para pedir la venia a Sevilla. Sació su sed con un jarrillo metálico, como no podía ser de otra forma. En la venia ya avanzó el meollo de su pregón. Su Semana Santa es la historia de 30 años con un micrófono contando lo que está viendo y lo que siente. Eso fue lo que hizo. “Te pido la venia Sevilla para contarte lo que ya sabes”.

Recordó a su madre cuando la llevaba a ver la Macarena a la Basílica. Con una sonrisa entrecortada y un escalofrío profundo, Charo se enjuagó la boca con el agua. Después llegó la inmensidad del recuerdo a los cofrades del Polígono Sur, en especial a los componentes de la banda de Santa María de la Esperanza. Reclamó a la Sevilla oficial que tengan en cuenta el esfuerzo y la ilusión de un puñado de chavales que buscan un mundo mejor. Era su presentación. Nada de misticismos, ni algaradas en La Campana, en directo para cantar a un barrio humilde como el Polígono Sur. Fue toda una declaración de intenciones.

A continuación dedicó su recuerdo a Carmen Medina ’La Maja’, cuya  madre murió sin poder salir de nazarena en la Esperanza de Triana, algo que ha conseguido su hija, “Alfarera pura, Triana eterna, Sevilla es fuerte en la fe”, exclamó Charo con una cita de San Juan Pablo II. Carmen, allí presente con sus 85 años, sintió el dolor de la muerte de un hijo el año pasado y contaba Padilla que “no tuvo fuerzas de asomarse al balcón cuando pasaba la Esperanza”. Le pidió que este año se levantara, que su hijo tiene preparada una petalada  de flores desde el cielo.

Se fue a la Redención, donde Manolo Marvizón le pidió la mano a en matrimonio a su hermano. Manolo Marvizón que ligaba con Charo al tiempo que le ayudaba: “Tira cable, Manolo”. Y Manolo logró el sí de Charo con el simbolismo de una hermandad detrás, como les ocurre a tantos sevillanos. “En Sevilla vivimos por y para la Semana Santa”. A estas alturas ya hablaba la reportera de la calle, la que con su palabra ha llevado la Semana Santa a los confines más alejados del mundo, “aunque me he dejado en el tintero las mejores entrevistas”. Rememoró a los familiares ausentes, “que en un semana volveremos a sentir que siguen con nosotros”. 

Tuvo recuerdos para los suyos. Y así surgió el “yo me curo” de Valentín García. Sus compañeros de otras emisoras, como Elena Carazo o Gloria Gamito, antes de contar con entrega y verdad la realidad del Cerro. Aquí el pregón subió a los cielos cuando habló  de la humildad y la sencillez. “El mejor palco son las mueres del Cerro; en ellas está la verdad. Dios hace crecer mi fe cada Martes Santo”.

Con la Hiniesta llegó el momento de cantar a la familia. De abuelos a nietos, la pregonera desgranó sus recuerdos en San Julián, la túnica de la Hermandad que visten sus hijos, para acabar con un canto maravilloso a las madres que salen con sus retoños en su vientre. “Las madres de Sevilla tienen el privilegio de parir a los nazarenos sevillanos”.

Durante el pregón se escuchó el paso racheado de los costaleros cuando Charo se adentró en los sonidos de la Semana Santa. Sin embargo, la culminación de su palabra tenía todavía otra conexión pendiente con la Macarena. Sonaron de fondo la mayoría de las marchas dedicadas a la Señora de San Gil, mientras Charo transportaba al auditorio  a la mañana del Viernes Santo en la Resolana. Y como si Fran López de Paz le hubiera dado paso, la pregonera lo contó como sabe: “Ahí llega, rodeada por el calor del pueblo que siempre arropa a la Esperanza. Me empujan, resisto. Me empujan, no importa. Me empujan, me dejo llevar”. Y sentenció: “La Macarena es el tiempo que nunca pasa, el tiempo que se detiene, el tiempo que vuelve”.

Hubo tiempo para más cosas. Me preguntaba yo ¿y qué dirás de la mía?, rememorando otro pregón. Y llegó el momento de entrar en los vericuetos de historias sencillas de gente normal para mencionarlas a todas. Nombró a sus compañeros en la radio, se acordó de Rafa Serna y Fernando Carrasco. Todo un caudal de sentimientos.

“Yo soy Charo Padilla, la de Canal Sur, nada más”, dijo con los brazos abiertos. “Soy una mujer que ha tenido el honor de contar su Semana Santa a todos”, exclamó cuando ya las lágrimas le regaban las mejillas. El teatro estaba roto de la emoción. “Me hubiera gustado traer aquí hoy la noticia del autor de la Macarena, pero no he podido”. “Solo soy una mujer que se siente orgullosa de haber nacido en Sevilla”. Y remató con "Sevilla es una cara morena a la que mi madre le rezó"

En 84 minutos la reportera Charo Padilla había cantado su Semana Santa con un pregón histórico huyendo de los consabidos versos de siempre y de la prosa retorcida. A tumba abierta, con el micrófono en su mano, fue el pregón de su verdad, que resultó que fue la verdad de todos.

Fotografía: Diego Lobato