sábado, 6 de octubre de 2012

Nuevo Mundo


Sonaba Dvorak en el teatro de la Maestranza en el segundo concierto del abono con la sala casi llena, lo que viene a confirmar que cuando se programan obras clásicas conocidas – lo que no quiere decir que sean antiguas – el público responde. También significa que la cultura merece algo más por parte de la administración que recortes brutales para dejarla con el trasero al aire. Decía que sonaba la música del maestro checo en el concierto de violonchelo que interpretaba el joven alemán Alban Gehardt, cuando la sala estaba reservando energías para la segunda parte, donde se anunciaba la Sinfonía del Nuevo Mundo, una obra conocida por el pueblo, cantada por músicos del pop y que fue escrita en homenaje al continente americano. Se estrenó a finales del siglo XIX y es la más conocida de su autor.
 
En los conciertos de clásica se escucha la obra, pero no es fácil calibrar la calidad de la interpretación, al menos para los menos iniciados en el conocimiento de la música. Me parecía gris la labor del director hasta que Sarah Bishop se echó la obra a sus espaldas en los famosos solos con el corno inglés. Era la belleza sobre la belleza. Ni el mismo Dvorak podía soñar con una intérprete más perfecta. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla tiene solistas de calidad universal. Sarah se vino arriba y la sala se estremeció. La entrada del cuarto movimiento sacudió en sus butacas a quienes ya pasamos del medio siglo.
 
Esos compases de la Sinfonía del Nuevo Mundo que abren su movimiento final fueron la sintonía de un programa de radio de los años sesenta. Era el anuncio de “Ustedes son formidables”, que se emitía en las emisoras de la Sociedad Española de Radiodifusión y que conducía Alberto Oliveras, voz melancólica de una España en blanco y negro que realizaba programas para recaudar dinero destinado a cubrir las miserias de una población en estado de precariedad. Lo mismo se pedía para los damnificados de una riada que para los desahuciados por falta de pago de sus viviendas. El programa de Oliveras era una colecta semanal para tapar las heridas de un pueblo en permanente estado de necesidad.
 
Insistía la orquesta en sus sones y algunos esperábamos que surgiera la voz de Oliveras con sus pláticas tenebrosas pidiendo dinero para solventar las calamidades. ¿Qué calamidades? ¿Las de aquellos años del pasado o las de nuestros días? Los programas que organizó para las riadas de Valencia bien podrían servir para las riadas de estos días en Málaga, Almería y Murcia. ¿Vecinos desahuciados? No hay más que mirar alrededor y ahí estamos, con un desahucio y una ruina en cada esquina.
 
La sintonía seguía mientras más de uno pensaba si no sería preciso que reapareciera de nuevo un Oliveras con su sermón trágico, capaz de asustar a cualquier hijo de vecino, para pedir dinero para una sociedad que se consume en la hoguera que ha surgido de su propia vanidad. Tal vez no sea necesario un programa de este estilo, que sigue ahí en la recamara de nuestros recuerdos infantiles, tal vez sea preciso que se escriba una nueva Sinfonía del Nuevo Mundo, pero en esta ocasión dedicada a Europa, no a América como hizo Dvorak, porque el mundo que hay que cuidar y alimentar para que no se muera para siempre es la vieja Europa. Y que sus compases no se utilizaran como sintonía de un programa de televisión para hacer caridad con el prójimo, sino que sirviera para crear riqueza y prosperidad.