El Lunes Santo se tomó la revancha del Domingo. En la calles
hubo momentos en los que parecía más Domingo que Lunes. La gente salió a pecho
descubierto a ver procesiones con la sensación de que todos querían vivir lo
que el futuro puede que les niegue si se cumplen las previsiones. El dato
revelador fue la enorme cantidad de carritos de bebés que atascó las calles del
centro. Y todo en la jornada resultó
espléndido y lujoso, salvo la rotura de la bambalina delantera del paso de
palio de Polígono de San Pablo. Fue la imagen
para la historia la del palio incompleto hasta que llegó a su
templo.
Todo lo demás fue de gozo en las calles. El mismo Polígono,
que ya sacó mil nazarenos; la Redención a su salida; todo el recorrido ejemplar
del Cautivo del Tiro de Línea, la mejor expresión de un barrio entregado a
una cofradía; la severidad preñada de
hermosura del misterio de Santa Marta, recreado una vez más y sorprendente como
si fuera la primera vez que nuestros ojos lo contemplaban; la exuberancia de San Gonzalo con cerca de
2400 penitentes; el ascetismo y la devoción de Vera Cruz; la magnificencia del
Señor de las Penas y su Virgen de los Dolores; el asentamiento definitivo de
las Aguas en el Arenal, y El Museo, que con decir su nombre ya está dicho todo.
El caminante se metió en las tripas de la ciudad y sufrió el
rigor de las bullas, que es algo distinto al bullicio. La bulla es una masa de
gente casi inmóvil, mientras que el bullicio es mucha gente agolpada en un
espacio pero con posibilidades de movilidad. La bulla forma parte de la propia
Semana Santa. La masa se forma casi siempre cuando ha pasado una cofradía.
Todos quieren moverse al mismo tiempo y se produce un problema físico
irresoluble. En las bullas se encuentra uno metido sin saber exactamente cómo
lo ha hecho, aunque lo bueno es que cuando se sale de la misma tampoco se sabe
muy bien los motivos de la solución.
En el cogollo de la bulla se siente la extraña sensación de
uno es culpable de haberse metido en ese monumental lío. Se tienen extrañas sensaciones,
sobre todo cuando la fila en la que se avanza es mínima y la mayoría viene en
sentido contrario. Se llega a pensar que se camina a contracorriente y que te
has equivocado. La bulla es una perversión física. Hay más gente es un espacio
determinado que el número de quienes caben en ese sitio. Otras veces avanzas
sin posar los pies en el suelo. En las bullas se hacen mejores amigos que en la
vida ordinaria. Con quien sufre los apretones a tu lado se entablan unas
conversaciones cercanas a la intimidad que no son habituales en nuestro devenir
por la ciudad. Y en las bullas hay situaciones inolvidables.
Ayer, Lunes Santo en Sevilla, me sentí prisionero de dos
bullas enormes. La primera fue en la calle Alfonso XII tras haber presenciado
el discurrir de Santa Marta por el Duque. Más de media hora para salir de un
embrollo monumental. La otra bulla de la que salí indemne de milagro fue en la
Puerta del Arenal tras el paso del misterio de las Aguas. Tres situaciones de
congojo me atemorizaron. En una masa informe de gente sin rumbo, de pronto
aparecieron varios carritos con bebés en su interior. Las madres miraban
asustadas a su alrededor, pero por fortuna los niños iban dormidos por
increíble que parezca. En la misma bulla había varios señores que sobrepasaban
los ochenta años que sorteaban los empellones de manera estoica. Me asaltó un
sentimiento de misericordia extrema. Y, finalmente, lo que nunca falta. El
joven moderno que avanza a empujones por la bulla agarrando y rodeando con los brazos a su novia. Si osas oponerte a su
avance te mira con ganas de fulminarte. Los brazos del macho defensor de la
hembra se clavan en los costados de todo el que se roza con ellos. No hay nada
más agresivo que la mirada del celoso defensor de su hembra en una bulla. Dan pánico
y no son pocos.
En fin, que el Lunes Santo fue para el caminante un día muy
bueno aunque perdí cerca de una hora en las aglomeraciones que asolaron algunos
puntos del centro. Está claro que el culpable de sufrir una bulla es uno mismo,
que ya a estas alturas debería tener las suficientes luces sevillanas para
evitar estos conflictos. Sin embargo, el que no se haya metido en una bulla que
levante la mano.
Pero hubo más que bullas. Mis ojos volvieron a presenciar el
culmen de la armonía y el realismo del misterio de Santa Marta. Los tocados
blancos como la nieve de Nuestra señora de las Penas y Santa Marta son imágenes
fugaces del mejor Lunes Santo. Me alegré de contemplar el paso por Arfe de las
Aguas y la Virgen de Guadalupe. Volví a recrearme con el paso de Santa Genoveva
por la plaza de Contratación, donde la banda del Carmen de Salteras se entregó
como nunca tras Nuestra Señora de las Mercedes. En la salida de las Penas
reviví los mejores años de mi juventud, para finalmente buscar y encontrar al Museo
en plenitud. A las dos de la madrugada cruzó el Puente de Triana la Virgen de
la Salud de San Gonzalo. ¡Había mucha gente! Es el poder de esta cofradía del
barrio León, creciente y pujante. Ha
pasado mucho tiempo, pero siempre recordaré cómo en tiempos era una hermandad
de pocos hermanos, que pasaba bajo el prodigioso balcón de Pastor y Landero casi
de manera virtual. Ahora San Gonzalo provoca bullas. Si me lee y no es
sevillano, lo siento, pero no hay una información que le permita huir de ellas.
Hasta un experto en el callejeo cofrade cayó ayer en dos de ellas de las que
pude salir ileso de puro milagro.
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