miércoles, 6 de mayo de 2020

Un día en el paseo



El paseo junto al río es una feria. Nunca había coincidido con tanta gente haciendo deporte. Se supone que las nueve de la mañana es la hora punta para desfogar. Salgo con gorra, gafas de sol y mascarilla. Me hago un selfi para inmortalizar el instante. El paseo es una pasarela de modelos deportivos. También hay diversos tipos de mascarillas. No todos se la han colocado. Los que van en bici y los que corren, por supuesto que no la llevan, pero tampoco muchos que simplemente caminan con desigual entusiasmo. Hay gente para todo. Cuando te cruzas con alguien, o te adelanta un caminante desbocado, algunos se separan los dos metros de rigor. Pero son pocos. Me cruzo con corredores jadeantes y aunque trato de apartarme, no puedo por falta de espacio. Las gotas de Flügge deben volar a discreción camino de alguien con posibilidad de infectarlo. Los ciclistas van charlando en grupo. Casi me ha dado tiempo a saber lo que hará esta tarde alguno de ellos. En una esquina hay un grupo que parlamenta de forma animada. Deben ser convivientes, pienso. Pero no tienen pinta, como tampoco las jóvenes que caminan alegres y confiadas poniendo al día sus vidas después de una temporada sin poder compartir sus penas y alegrías. Poco nos pasa.

El paseo es un pasillo reflejo de la vida. Los patos están asustados, aunque se acercan a la orilla buscando algunas migajas de pan, las mismas que hasta la llegada de la pandemia alguien les ofrecía todos los días para su festín. La primavera casi se nos ha marchado, pero todavía quedan jacarandas en flor. El suelo está plagado de flores azuladas, pero algunos árboles mantienen su vitalidad floreciente en plenitud.

Salvo los que hablan en grupo, nadie conoce a nadie. Y, sin embargo, se palpa un notable grado de confianza mutua. Casi todos se fían de los demás. A las diez, la hora del fin del deporte, el paseo se ha aclarado. Hace mucho calor cuando se supone que llega el turno de los mayores y dependientes. Muchos mayores hacen deporte y ocupan ambos espacios horarios. Si a las diez hace este calor, no quiero ni pensar cómo será la calor de las doce, la hora del recreo infantil. Y los jardines y espacios recreativos, cerrados. Así va el día. La gente quiere vivir como antes, nada de nueva normalidad, fuera mascarillas de por vida, metacrilato por todas partes, aforamiento a mansalva, hartos de darnos con el codo, cansados de la represión de poder abrazar al amigo, alejados de todo aquello que fue nuestro soporte vital desde hace mucho tiempo. Si la nueva normalidad es vivir en una burbuja, mal asunto.

Cuando veo a la gente tratar de hacer las cosas que siempre hizo, me pegunto si están al tanto de que al mismo tiempo los políticos andan jugando con su destino. Pero también pienso en los trabajadores de la sanidad, golpeados de forma inmisericorde porque los han dejado sin ninguna protección, porque se ha actuado de forma chapucera. Vivimos en el país con más sanitarios contagiados de todo el mundo. Está claro que la filosofía es un estado de ánimo, pero que no sirve para frenar pandemias. La gente quiere huir hacia delante. Al mismo tiempo que vuelvo a casa, los políticos andan tirándose los trastos. Solo buscan el voto del futuro. La única estrategia de un político es ganar cuota de poder. La gente seguirá corriendo, montado en bici o caminando, unos con protección y otros sin ella, porque correr y andar es ahora, para casi todos, su mayor parcela de libertad.       

lunes, 20 de abril de 2020

Confinamiento: La Feria y sus frikis


En esta situación excepcional que vivimos lo entendemos casi todo. Bueno, no todo. Hay preguntas sin respuestas. ¿Cuándo se supone que se celebrará la reunión de los hermanos mayores de las Hermandades de Sevilla para decidir el destino del dinero de las sillas? Si esperan a la normalización de la situación nos podemos plantar en la Cuaresma del 2021 y el dinero seguirá rentando en la cuenta del Consejo. Como lo entendemos todo, estoy convencido que la probidad (Asenjo dixit) del Consejo hará que el dinero vuelva a los bolsillos de sus legítimos dueños más pronto que tarde.

Entendemos hasta que haya gente con ganas de Feria. Los que llevamos 37 días sin pisar la calle no captamos la ansiedad que embarga a los que están bien de salud y no podrán pisar este año el Real de Los Remedios. No se entiende bien tantas ganas de juerga cuando han muerto tantos españoles y otros tantos van a sufrir el peso de la crisis en forma de hecatombe económica. Pues nada, a pesar de todo, distintas marcas comerciales de manzanilla están animando al gentío a montar un circo en los domicilios en la noche del alumbrao sin encendido, que debería ocurrir a las doce de la noche del 25 de abril. Cada cual puede hacer de su capa un sayo, se puede tomar todo el pescado frito que se quiera, y mejor si hay un buen marisco, pero eso de jugar con las lucecitas me parece una horterada impropia de esta situación tan horrible que vivimos. 

Entiendo que las bodegas van a perder un dineral, entiendo que algunos tengan ganas de fiesta, entiendo que cada uno pueda hacer en su cada lo que quiera, pero eso de montar una fiesta en los balcones cuando estamos de luto es una nueva cara de este frikismo que nos invade. Nuestro querido Paco Robles, que se va a poner bien, tiene ahí tema para el futuro.     

sábado, 18 de abril de 2020

Confinamiento: Rajoy y Susana, el alivio de la derrota


Esta crisis hubiera desbordado a cualquier gobierno. Nadie estaba preparado para una situación semejante. El problema es que esta pandemia ha llegado cuando nuestros gobernantes estatales no tenían ninguna posibilidad de responder de forma eficiente. El detalle más paradójico de la situación es que el ministerio de Sanidad se lo regaló Sánchez, a última hora, a un filósofo de Cataluña para quedar bien con el equivalente al PSOE catalán, al que llaman PSC. Lo que ha ocurrido es como un castigo del destino. Ha sido una venganza que no hubiera escrito ni el mejor guionista de una película de ciencia ficción o de terror. 

El destino ha sido cruel y se ha cebado con la avaricia de Sánchez. Y aunque nadie podrá saber qué hubiera pasado con otro gobierno, ya él queda marcado en la historia como el presidente que se hundió con la pandemia. De Sánchez ya no se fían ni en su partido. Es un hombre abandonado por muchos, sin ninguna credibilidad por sus mentiras permanentes, entregado a gente sin escrúpulos con los que admitió antes de las elecciones que nunca gobernaría, porque no podría dormir, y cuyo final debería ser la dimisión inmediata, ahora o cuando todo esto pase. Su soberbia no le permitirá quedar como un fracasado, pero a estas alturas la historia ya tiene escritas las líneas de su ineficacia, que ha contribuido a que el número de muertos y contagiados en España sea mayor en que en otros países de nuestro entorno. 

Me acuerdo de Rajoy, vituperado por la televisión del régimen, y del que no se sabe si se saltó el confinamiento ahora o lo emitido ya es antiguo. Si es actual debe ser multado. Lo cierto es que el gallego se ha librado de este conflicto gracias a la moción de censura de Sánchez. Sería interesante conocer lo que dirían los analistas y medios de comunicación si Rajoy fuera el presidente y con los números actuales de la crisis. En algún momento de su soledad, aislado y confundido, Sánchez habrá maldecido el día que asaltó el poder aliado con los enemigos de España. Ahora estaría en la oposición tratando de hundir a Rajoy. Pero le ha cogido al frente de la nave y ha quedado marcado de por vida.

Hay un momento en la historia de España que me parece muy significativo. Fue cuando Sánchez derrotó a Susana Díaz para el cargo de secretario del PSOE. En un proceso simplemente imaginativo, me pregunto: ¿Si Susana hubiera ganado, estaríamos ahora como estamos? Susana no quería saber nada de separatismos ni de terroristas a su lado. Es una elucubración simple. Los políticos son seres que hoy dicen blanco y mañana negro. Es la ambición del poder lo único que les ciega. Pero ahí queda el detalle. Sánchez le ganó a Susana; luego ganó la moción de censura apoyado en los enemigos de España. Montó un gobierno de gente que juró la Constitución y que ahora proclaman que no quieren a Felipe VI. El gobierno más costoso de la historia y con más inútiles. Entre ellos, un ministro de Sanidad que no sabía nada del asunto. Y el virus lo ha descompuesto todo. 

Hay políticos válidos de todos los signos. En el gobierno actual están las señoras Robles y Calviño, que veremos cuánto aguantan, pero que están preparadas y parecen coherentes. Ayer, Rita Maestre, de Podemos, la que se hizo famosa por asaltar la capilla de la Universidad, ha dado una lección al apoyar al alcalde de Madrid, por cierto, toda una revelación. Hay gente que sirve, que puede ayudar, sean del partido que sean, pero la suerte (mala) ha querido que nos toque Sánchez. Rajoy y Susana se han librado. Por cierto, mi paisana, a la que no tengo el gusto de conocer, a la que no seguía en las redes, me ha bloqueado en Twitter. No merezco tanto honor. Debería estar callada, seguir atendiendo a su familia y buscar ya cómo gestionará su futuro lejos de la política. A pesar de su bloqueo, me queda la duda de qué hubiera sido de esta nación si accede a la secretaría del PSOE. Seguro que nos hubiera ido algo mejor. Y el señor Illa no estaría en Sanidad. Dicen que cuando esto acabe el filósofo le va a poner una querella a Sánchez por haberlo nombrado ministro de la pandemia (es broma).  

viernes, 17 de abril de 2020

Confinamiento: La pantomima de los toros sin público



En lo que conozco al alcalde de Sevilla, Juan Espadas, estoy seguro de que sabe que no habrá Feria en septiembre. Vamos conociendo el plan previsto para otras actividades públicas. Hay quien se aventura a comentar que, hasta marzo de 2021, y con mucha suerte, no volveremos a ser quienes fuimos. La situación del alcalde no es fácil. De un lado está la realidad de la situación. De otro, las presiones de los comerciantes y hosteleros, a los que un evento en septiembre les supondría un pequeño salvavidas. Espadas se pondrá en manos de las autoridades. Sabe que no habrá permiso para concentraciones masivas, pero no quiere echarle un jarro de agua fría a quienes esperan algunas migajas que reduzcan sus pérdidas. Sin embargo, la obligación de un gobernante es la de tomar decisiones valientes y oportunas, aunque no sean del agrado de todos. En el momento que tenga la seguridad de que no será posible esa feria otoñal debe anunciarlo sin demora. Y ya puede hacerlo sin equivocarse.

Para la Fiesta de los toros la situación es catastrófica. Si leen las declaraciones del ministro de Cultura, comprobarán que en su mente la cultura está limitada al cine, teatro, museos, conciertos y poco más. En estas últimas fechas no ha tenido ni una palabra de consuelo para los profesionales y aficionados. El único sector que ha elaborado una petición al ministerio con diez puntos ha sido el taurino, pero no ha sido el sector en su totalidad, sino que quienes se han pronunciado son los ganaderos de la Unión, que han cifrado en 77 millones de euros las pérdidas por este frenazo. No me ha llegado un listado de peticiones de ningún otro ámbito cultural. Saben que serán atendidos y no piden. El toreo, que mantienen la eterna duda sobre si serán atendidos, tiene que pedir a la administración para que no se olviden de ellos.

En esta catástrofe hay muchos damnificados. Movistar, que mantiene un canal privado de toros, es uno de ellos. La noticia de que están pensando ofrecer corridas de toros sin público no es nueva. El presidente de la Fundación del Toro de Lidia, Victorino Martín, se lo ha contado a muchos. Como solución parcheada de la situación podría ser admitida. No va a solucionar nada. El dinero de los toros llega por la vía de la taquilla. Sin público, solo la televisión afrontará los gastos, aunque se supone que el toro lidiado valdrá muy poco y que los matadores disminuirán sus emolumentos. Pero la corrida sin público no es una corrida de toros. Es como matar un toro a puerta cerrada en el campo.

Las plazas elegidas, las ganaderías que podrían lidiar sus reses, los matadores participantes, todo es complicado a la hora de la selección. Y quedaría por ver la aceptación de los abonados al canal, porque podría ser que estas corridas vacías no tuvieran el suficiente tirón para recuperar a los abonados que, con toda lógica, se han fugado. Quedan más dudas. Hay mucha gente implicada y necesaria: empleados de la plaza, médicos, autoridad del palco y callejón, las propias cuadrillas, los músicos, en fin, que son gastos que se antoja complicado afrontar en un espectáculo descafeinado, donde las exigencias serán mínimas, no tendrá ningún valor el tema de los trofeos y la repercusión final, muy escasa. De los críticos ni hablo. Si la corrida se celebra sin público, será también sin críticos, que tendremos que verla por la televisión. Ni poner el sonido ambiente tendrá su encanto. Se supone que solo habrá silencio que se romperá por el jaleo de las cuadrillas o los mozos de espadas ante un muletazo de su torero. Sonido ambiente para no escuchar la retahíla de elogios infundados que suelen acompañar a estas retransmisiones. Una pantomima en toda regla que solo tiene alguna explicación por la posibilidad de salvar algo, muy poco, de la tragedia que ha llegado al mundo de los toros. A veces, lo más digno es afrontar la realidad y no deteriorarla más con estos proyectos.

jueves, 16 de abril de 2020

Confinamiento: Gracias a las ratas contagiosas


Cada vez salgo al balcón al aplauso de las ocho con menos entusiasmo. Entiendo mejor que nadie lo que están sufriendo los sanitarios en estos momentos. Ellos agradecen los aplausos, aunque lo que de verdad hubieran querido son mejores condiciones de trabajo para no representar el sector más castigado por la infección. No hay aplauso suficiente para premiar a los que están en los hospitales exponiendo su propia vida en beneficio de los demás.

Lo de mi entusiasmo decadente viene porque no sé muy bien si salimos a aplaudir por ese motivo o bien lo hacemos porque necesitamos un momento del día para liberar nuestra propia tensión en esta clausura tan poco deseada. Desde mi balcón estoy conociendo a mis vecinos. Es inevitable. Todos nos miramos, sonreímos y hacemos una leve ostentación para que nos vean los demás. Estoy saludando a desconocidos con una satisfacción insólita. Si algún día esto se acaba, lo más probable es que me cruce con ellos y no los reconozca. También puede ocurrir que en este tiempo surjan nuevas amistades. Serán los amigos de balcón en los tiempos del confinamiento. 

El balcón se ha convertido es una pasarela de frikis insoportable. Aumenta por días el número de los que buscan su minuto de gloria, naturalmente con la oportuna grabación y la subida inmediata a las redes. Ese espectáculo forma parte de la cultura, más bien escasa, de este país.  


Lo cierto es que salimos a aplaudir a todos los que están trabajando en primera línea para el bien de los demás. Los primeros son los sanitarios, todos, por supuesto los médicos, pero también los ATS, enfermeras y enfermeros (no sea que la señora Irene Montero nos cierre este blog), celadores(as) y administrativos(as). Pero que nadie olvide a los que trabajan en las farmacias, mercados – esas cajeras(os) que han adquirido rango de personas de un valor incalculable -, empleados de las gasolineras, conductores de transportes de mercancías, los de autobuses del servicio público y la gente de la limpieza. Hay muchos más a los que también aplaudimos. Solo me queda una duda. Me dijo alguien que los del Gobierno se están apoderando del aplauso, como si también ellos estuvieran incluidos en la ovación agradecida. Espero que no sea así, aunque en vista de lo que está sucediendo en cuanto desfachatez, mentiras y el intento de control de la población, no me extrañaría que así fuera. 

Se preguntan algunos cómo será la sociedad que tendremos después de este drama. Hay quien dice que será mejor. Otros apuntan a que será distinta. Y otros pensamos que no hay arreglo posible para una buena parte del género humano, sobre todo cuando comprobamos lo que les ha pasado a algunos de esos trabajadores que están en primera línea de combate y que son el objetivo de nuestros aplausos. Se han multiplicado los casos de recomendaciones a sanitarios – y también a una cajera – para que se vayan de su vivienda porque pueden contagiar a los vecinos. Esa persona que llega destrozada a su casa, que se prepara para no contagiar a su propia familia, y que es rechazada por unos seres despreciables que habitan en su mismo bloque. No hay arreglo posible con este tipo de personas. Seguirán siendo malas personas. 

La culminación más nauseabunda ha sido el caso de la ginecóloga de Barcelona a la que le han pintado el coche con una expresión del más puro odio: rata contagiosa. También le han rajado las ruedas al vehículo. Hay que agarrarse a la mesa y no expresar lo que se merecen ese tipo de individuos (o individuas). Por eso no creo que la sociedad resultante sea mejor. Algunas cartas colocadas en los ascensores estaban firmadas por la propia comunidad de propietarios. Esta es nuestra realidad. En fin, hoy el texto no va de toros. Mañana será el día. Quiero tener fuerzas para seguir saliendo al balcón, pero de verdad que lo siento, porque cada vez tengo menos ganas. El que pintó lo de rata contagiosa seguro que también aplaude para quedar bien ante el bloque. Es una sociedad tan farisea que ni una catástrofe como la que vivimos modifica los miserables instintos de algunos. 

miércoles, 15 de abril de 2020

Confinamiento: Septiembre para ilusos


Asistimos a una ceremonia confusa sobre el tema de la Feria de Sevilla en septiembre. El alcalde Espadas sigue con su intención de hacer algo en otoño, pero el sentido común indica otro escenario más realista. No parece que este año se vayan a permitir concentraciones de la población con la posibilidad de un rebrote – o simplemente con el mismo virus al ataque -, porque eso sería de una gravedad sanitaria incalculable, al tiempo que sería un ejemplo manifiesto de irresponsabilidad. Por otra parte, la población, temerosa y medio arruinada, es más que posible que no tenga el cuerpo para casetas y sevillanas. Debe ser que ahora es más correcto alentar esa feria septembrina que anunciar ya su suspensión definitiva.

Sin casetas y sin caballos no habrá feria taurina. Lo ha dicho el gerente de la empresa Pagés. Es una postura sensata. Ya me dirán qué pinta una corrida de toros el martes 22 de septiembre en la Maestranza, día laborable, sin que haya fiesta en Los Remedios. Ni los ánimos ni los bolsillos van a recuperarse con facilidad de esta tragedia. Para esa fecha se comenta que quizás se pueda salir de casa sin juntarnos con nadie a menos de dos metros. Los caballistas deberán montar sin compañía a la grupa. La copa de manzanilla se consumirá en solitario. Nada de picar todos del mismo plato. Fuera definitivamente lo de meter la cuchara en el aliño uno detrás de otro. Y lo de coger las gambas con las manos del mismo plato no será ni higiénico ni seguro. 

Para volver a la normalidad se tendría que hacer un estudio total de la población, con sus correspondientes test, para saber quién está inmunizado y puede caminar por libre y conocer la capacidad de contagio de cada uno y así evitar que se propague el virus. No me imagino a dos parroquianos bailando sevillanas con una mascarilla en la cara. O que en la plaza de toros haya que sentarse dejando, al menos, un lugar entre los asientos. Media plaza sería como un no hay billetes. Ramón Valencia no querría ni pensarlo.

Pagés devolverá el dinero del abono a los que antes del cierre se hubieran pasado por la taquilla para adquirirlos. Lo anunció y lo hará en el momento que sea posible. También cabría la posibilidad de que se reintegrara el dinero con transferencias a las cuentas de cada cliente. Pagés ha estado más diligente que el Consejo de Hermandades, que tiene un dinero en el banco y que ha cobrado por algo que no ha sucedido. La devolución del importe del abono supone que todos los carteles anunciados quedan suspendidos. Eso quiere decir que, si hubiera toros en septiembre, tampoco estarían vigentes las dos corridas programadas para el 26 y el 27 de septiembre. Ramón Valencia debería confeccionar nuevos carteles, sean los clásicos de sábado y domingo, o los de una semana de toros, lo que me parece casi imposible. 

El golpe para el toreo con esta pandemia será de una magnitud imposible de evaluar en estos momentos. La economía de muchas familias, empresarios, gestores, toreros, ganaderos y trabajadores del sector, se va a tambalear. El mundo de los toros, que genera una cuantiosa aportación a las arcas del estado, no puede quedar al margen de las ayudas. Es un derecho que le corresponde como una parte importante de la actividad cultural en España. Pero los efectos de este drama, que ha sido multiplicado por la incompetencia de nuestros gobernantes, irán más lejos y no solo repercutirán en los bolsillos. La Fiesta de los toros quedará muy resentida cuando todo esto haya pasado. 

Se habla de unidad en el sector para atenuar las consecuencias. Queda bonito, pero sabemos que si algún día hay normalidad los que han desvirtuado y depreciado al toreo van a seguir con su misma actitud de control y mangoneo. Nadie sabe qué significa la unidad. Es maravilloso comprobar cómo en estos momentos se han sucedido los gestos altruistas solidarios de los taurinos. Ya lo sabíamos hace tiempo. Los protagonistas fundamentales, ganaderos y toreros, son los primeros en dar la cara. Pero el entramado que enturbia el futuro seguirá siendo el mismo, los problemas viejos y enquistados no van a cambiar, de forma que solo con un cambio rotundo de mentalidad se podrá inyectar vida a un espectáculo que camina buscando las tablas con media en lo alto. Quisiera pensar que mi pesimismo no tiene ningún fundamento. El tiempo dictará su fallo inapelable.    

miércoles, 17 de abril de 2019

Siempre de frente


Fue Martes Santo para enmarcarlo. Me cuentan que la Hermandad del Dulce Nombre entró en La Campana sin música. Dicen que como protesta. ¿De qué se quejan? Salieron cuando la tarde ya declinaba, volvieron ya de noche. Lucieron como siempre o mejor que nunca. Quizás su salida debería atrasarse un poco porque el parón en La Gavidia fue excesivo. Por lo demás, ¿de qué se queja La Bofetá? Y me comentan una historia de Los Estudiantes que no llego a comprender bien. Se supone que es otra queja. ¿Y de qué se puede quejar la Hermandad de los Estudiantes? Es cierto que salen algo apresurados para que pueda pasar El Cerro por la calle San Fernando, pero su recorrido por el barrio del Arenal, ciertamente algo más largo del habitual, resultó una maravilla. Es posible que haya detalles que se me escapan, pero el caminante cofrade comenta lo que puede presenciar o le comentan voces sensatas. Y lo del Martes Santo fue perfecto. Para ello, la Hermandades hicieron un esfuerzo y cumplieron los horarios con precisión. Es posible que haya algunas cosas que corregir, pero ayer se demostró que el Martes Santo es posible y que lo del Santo Martes fue una experiencia absurda y desnortada.

Lo que hay que corregir, aunque es casi imposible es la educación del pueblo. En las calles de Sevilla no hay mucha más gente que en décadas anteriores, lo que hay es más gente mal educada. Y la falta de educación es la culpable de se contemplen escenas lamentables de suciedad, desorden, gritos sin sentido, manotazos para defender a la hembra que niños de 15 años llevan delante. Por no hablar del nuevo léxico cofrade. Lo de revirá ya no hay quien lo destierre. Desde alguna radio lo pusieron de moda y el palabro se ha quedado instalado para siempre, lo mismo que ‘petalá’ o ‘recogía’. El leguaje pataleado. Ayer escuché algo que para mí es nuevo. Un capataz le dijo a su cuadrilla: ‘No pararse; gateando’. ¿Gateando? Qué es esto. Con lo bonito que es decir: ‘Siempre de frente’. 

En fin, que es mejor mirar para los cortejos y tratar de aislarse de quienes creen que la calle es suya. Menudos cortejos los del Martes. No lo pude ver todo, entre otras cosas porque estas líneas no se pueden escribir sentado en una silla de la Carrera Oficial, pero la Semana Santa de Sevilla es una sucesión de emociones inesperadas. Me fui a ver la del Cerro a la calle Velázquez a las cinco de la tarde. No esperaba nada especial, pero quería observar el nuevo paso del Cristo de la Humildad. Me gustó todo en este paso. La imagen de Miñarro tiene fuerza expresiva. La cruz parece muy grande, pero no desentona.  Pasó el misterio y llegó la dolorosa. Se había comentado que a la salida una paloma se había posado en la corona de la Virgen. Hay fotos del momento. 

La Virgen de los Dolores llegó a esa calle Velázquez y de manera sorprendente de nuevo apareció la magia de la Semana Santa. De un balcón surgió una enorme petalada, allí estaba todo el barrio, los vítores eran clamorosos dirigidos por un hermano a grito pelado. Mucha emoción y un punto de fanatismo. Y me pregunto por qué no puede haber fanatismo cuando por la calle se pasea la Virgen de tus amores. Entre las flores llovidas del cielo, el trabajo de los costaleros, los gritos de júbilo mariano, fue la banda de las Nieves de Olivares la que puso la nota definitiva al interpretar Coronación de Manolo Marvizón. Estaba conmovido. En una calle cualquiera de Sevilla, cuando un palio se mece puede surgir el encanto que solo puede protagonizar un pueblo como el sevillano.

San Esteban es la Hermandad más sacrificada con los cambios. Según se mire, claro. Salió temprano y se recogió casi cuando aún no lo había hecho el sol. Me pareció ejemplar su estación de penitencia y disfruté de la belleza de la Virgen de los Desamparados. 

El nuevo recorrido por el Arenal de Los Estudiantes, ya de noche, me pareció bellísimo. Alguien dirá que el crucificado de Juan de Mesa es tan portentoso al sol como en la noche. Es cierto, pero ha ganado con lo que ayer pude presenciar. Igual que Santa Cruz, a la que pude ver ya de recogida por la plaza del Triunfo antes de entrar en ese rincón maravilloso de la Alcazaba. Cristo en la Alcazaba tocó a Nuestra Señora de los Dolores la banda de Tejera. Esos momentos no tienen precio.


martes, 16 de abril de 2019

La distancia de los años



Conforme se cumplen años, la Semana Santa se presencia a mayor distancia. Hubo un tiempo en el que uno fue cangrejero delante de los pasos, algo que a estas alturas, cuando, como dice el maestro Peris, se empieza a vislumbrar la otra orilla, es casi imposible. Cuando me emplacé en la Plaza Nueva para ver la llegada de la cofradía de Santa Genoveva recordé aquellos tiempos del pasado en los que me ponía delante del Cautivo en Gamazo y no lo soltaba hasta llegar a Tetuán. Pero los años exigen distancia, como a los buenos toreros, y ahora la visión es distinta, ni mejor ni peor, simplemente diferente. El Cautivo apareció como siempre: impresionante, con las mujeres del barrio detrás, con un exorno floral exuberante y extraño y la banda de La Pasión de Linares tocando por primera vez en Sevilla. Buena banda. Lo que pude escuchar me pareció muy bueno. Y lo mejor es que su repertorio fue clásico en todo momento.

Todo se ha transformado. Se piensa que las sillitas las utilizan las personas mayores. Craso error. En las caminatas de la Semana Santa pude ver a chavales de menos de 20 años apostados en las sillitas plegables esperando las llegadas de los pasos. Una chavalería con pinta de derrota a las cinco de la tarde. Otra juventud distinta es la que se concentra por las noches en la calle Moratín, todos ellos con corbata, para beber en comunidad  en una botellona indecorosa. Debe ser el signo de los tiempos.

Santa Marta conmueve en cualquier punto del recorrido. Una inmensa legión de monaguillos precede al traslado al sepulcro. La belleza de la Santa y las sábanas blancas producen una sensación especial. Se me escapó el Polígono y apenas pude ver a la Virgen muy de lejos. Había pasado por la Campana cuando casi ni estaban colocadas las sillas. Adiviné en la distancia los ojos verdes de la señora.

Así estaba la tarde cuando la alarma del móvil soltó la noticia del incendio en Notre Dame de Paris. Todo el mundo se miraba al conocer lo que ocurría en la capital de Francia.  Incredulidad y dolor. Que un templo cristiano tan señalado arda en llamas en plena Semana Santa debe ser una señal de algo que se nos escapa.

Pero se imponía seguir la tarde y llegaba San Gonzalo. Ejemplar y multitudinaria estación de penitencia la de la Hermandad trianera. El misterio voló de forma primorosa por las calles de Sevilla. 

El caminante necesitaba ver al Cristo de Vera Cruz. Seriedad y sobriedad en un conjunto severo, cuatro hachones verdes en las esquinas, dos angelotes que sostienen los faroles y una imagen que sobrecogedora en la penumbra de la tarde. Toma tu Cruz y sígueme, cantaba un coro. 

Pasaron Las Penas y las Aguas. Me quedaba solo buscar a la Virgen de las Aguas del Museo para deslumbrarme con el blanco nacarado del tul de su tocado. Me quité años de encima y me puse delante de su paso, como en tiempos ya hacía por Tetuán una vez pasada la puerta del Ayuntamiento, a los sones de Amarguras, para contemplar con deleite la belleza  indescriptible del rostro de la Virgen.  El Lunes Santo puede empezar de muchas formas, pero solo puede acabar mirando la cara de esta dolorosa.  


lunes, 15 de abril de 2019

Amarguras del Domingo de Ramos



El tórrido sol veraniego no frena las ansias del caminante en una jornada tan especial como la del Domingo de Ramos. He acompañado en buena parte de ella a una pequeña de inmensos ojos azules. La he visto alborozarse ante un palio, he creído ver que tocaba las palmas de emoción ante los sones de una banda; es posible que haya sino una enajenación, pero pienso que ahí hay madera cofrade. La genética parece que funcionará. Por mi parte, como le escuché a un sacerdote en la Magdalena, intento subirme a cada paso cuyo discurrir presencio por las calles. Y nunca dejo de observar a la gente.

En la calle San Pablo he vuelto a  presenciar el cortejo de Jesús Despojado. La cofradía ha envuelto todo el día al barrio del Arenal. La Hermandad ha ganado presencia. Solo una objeción: ¿es necesario que la Agrupación Virgen de los Reyes que acompaña al misterio ataque esas marchas tan extrañas? Mira que hay marchas de cornetas y tambores. Por no hablar de los xilófonos.

Al final de Correduría, ante de llegar a la Alameda, he visto pasar a la cofradía de la Hiniesta desde un balcón privilegiado. Con mis manos podría haber tocado la del Cristo de la Buena Muerte. Delante del palio caminaba la representación municipal. El alcalde, Juan Espadas, ha mirado al balcón y me ha saludado. Espadas tiene cara de buena persona. También me ha saludado Juan Carlos Cabrera, el concejal de Fiestas Mayores, que también tiene cara de buena gente. El de Fiestas Mayores es uno de los cargos más agradecidos del Ayuntamiento. Casi todos los que lo han ostentado han recogido el afecto de la mayoría de los sevillanos.

Me han saludado el alcalde y el concejal. Me ha llegado mi dosis de vanidad y se lo he contado a mis acompañantes. ¡Me ha saludado el alcalde! La gente que me escucha sonríe con una mezcla de incredulidad e indiferencia. Los otros representantes municipales no me han saludado. Al de la izquierda no lo conozco. Al de la derecha, sí. No ha mirado al balcón.


He ido a ver a la Estrella a la salida del Puente de Triana antes de llegar a Reyes Católicos. Mucha gente y mucho tiempo de espera. Busco imágenes a mi alrededor. Cuando el Señor de la Penas ya se acerca, entre los bosques humanos descubro un señor que se mueve en un carrito a impulsos de sus fuertes brazos. Va de un lado a otro tratando de encontrar el mejor sitio para poder ver al Cristo trianero que viene rezando. No le ayuda nadie en su penosa tarea. Ni yo mismo me he acercado a prestarle mis brazos para llevarlo al sitio elegido. Al final ha encontrado el lugar idóneo para presenciar el paso del misterio. Mis ojos van del Señor de las Penas a este señor que está sentado en una silla de ruedas. He creído ver que sus labios musitaban algunas palabras. He vuelto a mirar a Jesús en su angustiosa espera. El hombre no parpadea. Cuando el paso se ha alejado, lo he buscado en la marabunta de carritos de bebés. Ya se ha marchado. Se desliza a impulsos de sus brazos por la calle Arjona. Quiero pensar que había podido rezar su oración. Me queda la pena de no haberme acercado a prestarle mis brazos.

Nunca estuvo el Paseo de Colón tan atestado como ayer cuando ya pasó el palio de la Estrella por el cruce a la salida del puente. Tras la Virgen que mejor llora en Sevilla, la  que nos habla con sus manos, la banda de la Oliva se estrena a sí misma en sus más de cien años de existencia con una directora, Amadora Mercado, que es presente y realidad para una banda histórica.

Por el Paseo de Colón observo a un niño pequeño, apenas cuatro o cinco años, que camina junto a sus padres, agarrado al carrito en el que duerme su pequeña hermana. De pronto se ha parado. Se agacha, espera unos segundos, le oigo decir ¡a esta es! y da un salto de ‘levantá’ gloriosa. Sigue su camino meciendo su cuerpo como si fuera un costalero de Sevilla. Estas cosas nos animan a seguir con esperanza mirando al futuro.

Todavía ha dado tiempo para ver a La Paz bajando por San Gregorio. Hay que pasar por el control de avituallamiento porque la jornada tiene dos citas ineludibles. El Cristo del Amor, como todos los años. Durante toda mi vida he tenido en mi retina su rostro en la imagen que coronaba una habitación de mi domicilio familiar. Conozco cada pliegue de su rostro. Nunca la muerte se plasmó con más dulzura. Amor a raudales.

Tenía que ver a toda costa a la Amargura. Por ser quien es y porque se estrenaba la banda del Carmen de Salteras, la misma que en la Madrugá rompe moldes tras la Macarena, pero que en esta ocasión interpreta marchas fúnebres. Solo me quedó irme a San Juan de la Palma a ver la entrada. Muy tarde. El cuerpo estaba dolorido. Entró el Señor. Llegó la Virgen y sonó Virgen del Valle. Ya a punto de entrar los compases de Amarguras se adueñaron de la plaza. El palio ya había entrado, la marcha no había terminado, pero la banda siguió tocando hasta el último acorde. Todo era silencio. La marcha culminó cuando ya las puertas se habían cerrado. No cabe más señorío y delicadeza en una banda con una marcha centenaria. Hay aplausos a la banda, seguro que Juanillo el de la Palma también las tocaba, y yo mismo, como me he subido al palio y he entrado en el templo, la emoción también me embarga al haber podido escuchar la marcha de las marchas, de principio hasta el final, tocada de forma magistral por la banda del Carmen de Salteras. Así se cerró un nuevo Domingo  de Ramos para mayor gloria de Sevilla y de los sevillanos.

sábado, 13 de abril de 2019

Charo Padilla, la emoción del pregón de los humildes



La periodista Charo Padilla subió al atril del teatro de la Maestranza para dictar un pregón de la Semana Santa histórico. La expectación que se había creado ante el primer pregón de una mujer se vio superada por la realidad de un canto salido de lo más profundo del alma dedicado a los más humildes, a esas personas sencillas que son también los protagonistas de la Semana Santa. Con su micrófono en mano, llenó de vivencias emocionantes su disertación, contado con la tranquilidad de quien todos los años pronuncia su pregón en la radio, con la seguridad de que su canto a los seres anónimos de la Semana Santa llegaría a todos con claridad meridiana. Sin versos ripiosos, con la verdad de lo vivido y contado, la pregonera le dio pellizcos al corazón de Sevilla, que la escuchó con la ansiedad de su estreno como mujer en el cargo, pero que acabó llorando con ella tras una alocución cargada de escenas cotidianas. Fue un pregón de barrio, de cofradías cerca de los suyos, alejado de carreras oficiales y de palcos. Fue el pregón de una reportera con su verdad a cuestas.

Se repitieron los ritos. Allí estaba el escenario con las fuerzas vivas de la ciudad cual tribunal inquisitorio, la música de la Semana Santa a cargo de la banda Municipal con Madre Hiniesta por delante, obra del marido de la pregonera Manolo Marvizón, la presentación exacta y señorial de Juan Carlos Cabrera, el delegado de Fiestas Mayores, y los sones de Amarguras cuando se cumplen cien años de su presentación.

Cuando llegó el momento, Charo Padilla avanzó los escasos metros desde su sillón al atril para pedir la venia a Sevilla. Sació su sed con un jarrillo metálico, como no podía ser de otra forma. En la venia ya avanzó el meollo de su pregón. Su Semana Santa es la historia de 30 años con un micrófono contando lo que está viendo y lo que siente. Eso fue lo que hizo. “Te pido la venia Sevilla para contarte lo que ya sabes”.

Recordó a su madre cuando la llevaba a ver la Macarena a la Basílica. Con una sonrisa entrecortada y un escalofrío profundo, Charo se enjuagó la boca con el agua. Después llegó la inmensidad del recuerdo a los cofrades del Polígono Sur, en especial a los componentes de la banda de Santa María de la Esperanza. Reclamó a la Sevilla oficial que tengan en cuenta el esfuerzo y la ilusión de un puñado de chavales que buscan un mundo mejor. Era su presentación. Nada de misticismos, ni algaradas en La Campana, en directo para cantar a un barrio humilde como el Polígono Sur. Fue toda una declaración de intenciones.

A continuación dedicó su recuerdo a Carmen Medina ’La Maja’, cuya  madre murió sin poder salir de nazarena en la Esperanza de Triana, algo que ha conseguido su hija, “Alfarera pura, Triana eterna, Sevilla es fuerte en la fe”, exclamó Charo con una cita de San Juan Pablo II. Carmen, allí presente con sus 85 años, sintió el dolor de la muerte de un hijo el año pasado y contaba Padilla que “no tuvo fuerzas de asomarse al balcón cuando pasaba la Esperanza”. Le pidió que este año se levantara, que su hijo tiene preparada una petalada  de flores desde el cielo.

Se fue a la Redención, donde Manolo Marvizón le pidió la mano a en matrimonio a su hermano. Manolo Marvizón que ligaba con Charo al tiempo que le ayudaba: “Tira cable, Manolo”. Y Manolo logró el sí de Charo con el simbolismo de una hermandad detrás, como les ocurre a tantos sevillanos. “En Sevilla vivimos por y para la Semana Santa”. A estas alturas ya hablaba la reportera de la calle, la que con su palabra ha llevado la Semana Santa a los confines más alejados del mundo, “aunque me he dejado en el tintero las mejores entrevistas”. Rememoró a los familiares ausentes, “que en un semana volveremos a sentir que siguen con nosotros”. 

Tuvo recuerdos para los suyos. Y así surgió el “yo me curo” de Valentín García. Sus compañeros de otras emisoras, como Elena Carazo o Gloria Gamito, antes de contar con entrega y verdad la realidad del Cerro. Aquí el pregón subió a los cielos cuando habló  de la humildad y la sencillez. “El mejor palco son las mueres del Cerro; en ellas está la verdad. Dios hace crecer mi fe cada Martes Santo”.

Con la Hiniesta llegó el momento de cantar a la familia. De abuelos a nietos, la pregonera desgranó sus recuerdos en San Julián, la túnica de la Hermandad que visten sus hijos, para acabar con un canto maravilloso a las madres que salen con sus retoños en su vientre. “Las madres de Sevilla tienen el privilegio de parir a los nazarenos sevillanos”.

Durante el pregón se escuchó el paso racheado de los costaleros cuando Charo se adentró en los sonidos de la Semana Santa. Sin embargo, la culminación de su palabra tenía todavía otra conexión pendiente con la Macarena. Sonaron de fondo la mayoría de las marchas dedicadas a la Señora de San Gil, mientras Charo transportaba al auditorio  a la mañana del Viernes Santo en la Resolana. Y como si Fran López de Paz le hubiera dado paso, la pregonera lo contó como sabe: “Ahí llega, rodeada por el calor del pueblo que siempre arropa a la Esperanza. Me empujan, resisto. Me empujan, no importa. Me empujan, me dejo llevar”. Y sentenció: “La Macarena es el tiempo que nunca pasa, el tiempo que se detiene, el tiempo que vuelve”.

Hubo tiempo para más cosas. Me preguntaba yo ¿y qué dirás de la mía?, rememorando otro pregón. Y llegó el momento de entrar en los vericuetos de historias sencillas de gente normal para mencionarlas a todas. Nombró a sus compañeros en la radio, se acordó de Rafa Serna y Fernando Carrasco. Todo un caudal de sentimientos.

“Yo soy Charo Padilla, la de Canal Sur, nada más”, dijo con los brazos abiertos. “Soy una mujer que ha tenido el honor de contar su Semana Santa a todos”, exclamó cuando ya las lágrimas le regaban las mejillas. El teatro estaba roto de la emoción. “Me hubiera gustado traer aquí hoy la noticia del autor de la Macarena, pero no he podido”. “Solo soy una mujer que se siente orgullosa de haber nacido en Sevilla”. Y remató con "Sevilla es una cara morena a la que mi madre le rezó"

En 84 minutos la reportera Charo Padilla había cantado su Semana Santa con un pregón histórico huyendo de los consabidos versos de siempre y de la prosa retorcida. A tumba abierta, con el micrófono en su mano, fue el pregón de su verdad, que resultó que fue la verdad de todos.

Fotografía: Diego Lobato

jueves, 29 de marzo de 2018

Leves incidentes en un buen Miércoles Santo



La jornada del Miércoles Santo en Sevilla fue de plenitud, pequeños incidentes y los reiterados problemas de horarios de una jornada sin la fama de otras pero tan conflictiva como otras de la semana. La noticia más comentada y anecdótica fue la caída del olivo del paso de misterio de Los Panaderos en salida de la capilla de la calle Orfila. La sorpresa fue que el paso lució mejor sin el árbol. No pasó nada, aunque las imágenes son un canto a la falta de previsión. Pasaron más cosas, como el doble incidente de la cofradía de La Lanzada. Al paso de palio de la Virgen del Buen Fin se le rompió el llamador cuando iba por la calle Sierpes. Al misterio se le rompió un candelabro en la Avenida de la Constitución. Estos pequeños percances no empañaron un día brillante para las Hermandades.

Las cofradías de San Bernardo y El Baratillo llevan en sus cortejos una inmensa cantidad de penitentes. Los horarios quedaron de nuevo pulverizados. El Miércoles necesita un estudio profundo para encontrar una solución. Cuando se habla de soluciones se vuelve la mirada lo ocurrido el Martes Santo. Dijimos que ha habido controversia, pero es que conforme pasa el tiempo los dos bandos – detractores y defensores del cambio de sentido - aumentan de manera proporcional.
En días como el de ayer el observador lamenta lo que se pierde más incluso que lo que presencia. Siempre existe un alma caritativa que te cuenta lo sucedido en un punto cualquiera de la ciudad en torno a una Hermandad. Me dicen que La Sed dejó la impronta de su madurez. En esta jornada se acuerdan muchos de los Viernes de Dolores de aquellos años de juventud cuando en víspera la cofradía visitaba al hospital de San Juan de Dios. El Cristo de la Sed de blanco inmaculado está ennegrecido y pide a gritos que le aclaren la policromía.

Me contaron que El Buen Fin volvió recrearse en San Lorenzo a su salida. Y que El Carmen Doloroso cumplió con esmero una nueva cita con la catedral. Pero el hombre es esclavo de sus ideas fijas y sus vivencias de la infancia, de forma que de nuevo fue El Baratillo el centro de mis pasos, ya por la calle de mis mejores vivencias, Pastor y Landero, como en la vuelta a la salida de la Catedral. Casi da miedo airearlo otra vez, pero el paso de la cofradía por la plaza del Triunfo junto a las murallas del Alcázar es una de las citas ineludibles de la Semana Santa. La banda del Carmen de Salteras tocó de nuevo La Madrugá, también ya convertida en himno de la Semana Santa, en una revirá de más siete minutos que provoca el estremecimiento de cualquiera que lo presencie. Antes, San Bernardo había pasado por el mismo enclave. Muchos recuerdos afloraron a su paso.

Los retrasos fueron considerables. Los Panaderos los sufrió a su salida. Al final, como siempre ocurre, recuperó su esplendor con su estilo discutible en su paso por El Salvador camino de su capilla. Sin el olivo el misterio, según algunos observadores, ganó en plasticidad.
La Lanzada superó sus incidencias. El paso del Cristo de Burgos por el enclave de la Alfalfa fue otra imagen inolvidable. Aún dio tiempo para acercarse a las Siete Palabras ya en Alfonso XII de vuelta. Fue un buen Miércoles Santo, pero fue una nueva jornada que invita a la reflexión porque el día está saturado y requiere alguna solución.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Confusión y controversia en el Martes Santo al revés



El Martes Santo con el recorrido de la Carrera Oficial al revés finalizó cerca de las tres de la madrugada. Era el momento de los balances. Los comentarios eran variopintos. El presidente del Consejo se lanzó de forma prematura a calificar la jornada como un éxito. El Martes Santo tiene muchas lecturas necesarias. Lo que fue evidente en las calles fue una cierta confusión popular que no solucionaban los programas de papel  ni los digitales. Preguntas y más preguntas para ubicarse, para saber adónde había que caminar para buscar una cofradía o para encontrar  emociones nuevas. Ese fue otro matiz alabado por muchos: lo inédito. Por supuesto que fue un día de escenas nunca vistas, no tanto de históricas como comentan los exagerados, pero si se trata de encontrar escenas inéditas se le da la vuelta a toda la Semana Santa y ya no la conocerá ni la madre que la parió y algunos se creerán que han encontrado la piedra filosofal para soluciones a los supuestos males que la atenazan.

Los momentos nunca vistos no pueden justificar el invento. Si el análisis frío que se necesita ahora demuestra que ha ganado la seguridad y los recorridos han sido más fluidos, los que pensamos que todo es una perversión absurda tendremos que admitir que este cambio está justificado. Nadie puede entender que una cofradía como Los Estudiantes, que cumple estación de penitencia a la Catedral y que debe tomar siempre por el camino más corto, deba llegar hasta La Campana cuando su sede está a tiro de piedra de la iglesia mayor sevillana. Es decir, que la Carrera Oficial manda como escenario obligado. O sea, que la prioridad absoluta es que para cobrar los dineros del Consejo hay que desfilar hasta La Campana.

Es cierto que se descomprimió la Alfalfa; es verdad que no hubo cruces con parones eternos; también es cierto algo muy positivo. En este Martes Santo con estación final en La Campana hubo un exquisito cumplimiento de los horarios por parte de todas las Hermandades, lo que no siempre ha ocurrido. Decían que si se quiere, se puede. Pero a esta transgresión del recorrido invertido se ha llegado porque algunas no siempre habían querido. No deja de ser curioso que la del Martes haya sido la de más exacto cumplimiento de los horarios.

En una vuelta de tuerca tan profunda hay cofradías beneficiadas y otras perjudicadas. Entre las damnificadas, San Esteban. A pesar de que colocó a sus penitentes en filas de a tres a la salida de La Campana, se quedó atrapada en la Encarnación, totalmente comprimida, porque debió acelerar para dejar el paso expedito al Dulce Nombre de Orfila a Cuna y tenía que esperar el paso de Los Javieres. Debajo de las setas, el cortejo estaba desmembrado, sobre todo porque los más pequeños estaban extenuados por el calor. Cuando soltaron amarras, la comitiva desfiló con una sorprendente tranquilidad por un enclave tan concurrido otros años como la plaza de Pilatos.

El caminante cofrade pudo apreciar los mayores beneficios para El Dulce Nombre y La Candelaria. La salida de San Lorenzo de la primera con el sol nítido de la tarde ofreció una de esas escenas nunca vistas. Nunca lució tanto el rostro de la dolorosa. Y si hablamos de la Candelaria, ya se puede afirmar sin ninguna duda que resulta más brillante pasar por los Jardines de Murillo a las siete de la tarde que por la noche. Todo el recorrido de la Hermandad de San Nicolás ganó en belleza y emotividad. Fue, para este cronista de las esquinas, la que resultó mejor parada. El paso por la plaza del Triunfo junto a las murallas del Alcázar con la banda de la Cruz Roja tocando el Ave María de Schubert pasa al disco duro de los mejores recuerdos. Y luego, ya en la Cuesta del Rosario, cuando la sonó Candelaria, la genial obra de Manolo Marvizón, uno da casi por bueno toda la parafernalia.

Pero el día mantiene muchas de sus constantes vitales en buen estado.  El Cerro hizo una demostración de la devoción del barrio. Me volví a quedar absorto a ver a las mujeres que caminaban detrás del misterio del Cristo de Desamparo y Abandono; y petrificado me sentí al fijarme en el perfil de Nuestra Señora de los Dolores, una obra genial de Sebastián Santos.

Los Estudiantes pasaron por el Postigo de noche. Es tan inmensa la talla, derrama tanta dulzura su rostro, conmueve tanto su dolor que no importa que la veas con luz diurna o en la anochecida. Siempre brilla la Buena Muerte. Y San Benito, a lo suyo. Que no es otra que demostrar su fuerza como Hermandad y que para ellos es lo mismo desfilar de sur a norte que al revés. Me impresionó la imagen del Cristo de Las Almas de Los Javieres, que gana solera con el paso de los años. Y como fin de la jornada volví al Dulce Nombre, ya muy tarde por la Gavidia. A esas horas la ciudad estaba adormilada, en la calle solo quedaban los cabales, no había bullas ni prisas, solo el regusto de comprobar el paso de unas hermandades que derramaban su devoción para deleite de quienes en una esquina nos sentíamos orgullosos de nuestras cofradías, vengan por derecho o lo hagan la revés.


martes, 27 de marzo de 2018

Elogio y miseria de la bulla



El Lunes Santo se tomó la revancha del Domingo. En la calles hubo momentos en los que parecía más Domingo que Lunes. La gente salió a pecho descubierto a ver procesiones con la sensación de que todos querían vivir lo que el futuro puede que les niegue si se cumplen las previsiones. El dato revelador fue la enorme cantidad de carritos de bebés que atascó las calles del centro.  Y todo en la jornada resultó espléndido y lujoso, salvo la rotura de la bambalina delantera del paso de palio de Polígono de San Pablo. Fue la imagen  para la historia la del palio incompleto hasta que llegó a su templo. 

Todo lo demás fue de gozo en las calles. El mismo Polígono, que ya sacó mil nazarenos; la Redención a su salida; todo el recorrido ejemplar del Cautivo del Tiro de Línea, la mejor expresión de un barrio entregado a una  cofradía; la severidad preñada de hermosura del misterio de Santa Marta, recreado una vez más y sorprendente como si fuera la primera vez que nuestros ojos lo contemplaban;  la exuberancia de San Gonzalo con cerca de 2400 penitentes; el ascetismo y la devoción de Vera Cruz; la magnificencia del Señor de las Penas y su Virgen de los Dolores; el asentamiento definitivo de las Aguas en el Arenal, y El Museo, que con decir su nombre ya está dicho todo.

El caminante se metió en las tripas de la ciudad y sufrió el rigor de las bullas, que es algo distinto al bullicio. La bulla es una masa de gente casi inmóvil, mientras que el bullicio es mucha gente agolpada en un espacio pero con posibilidades de movilidad. La bulla forma parte de la propia Semana Santa. La masa se forma casi siempre cuando ha pasado una cofradía. Todos quieren moverse al mismo tiempo y se produce un problema físico irresoluble. En las bullas se encuentra uno metido sin saber exactamente cómo lo ha hecho, aunque lo bueno es que cuando se sale de la misma tampoco se sabe muy bien los motivos de la solución.

En el cogollo de la bulla se siente la extraña sensación de uno es culpable de haberse metido en ese monumental lío. Se tienen extrañas sensaciones, sobre todo cuando la fila en la que se avanza es mínima y la mayoría viene en sentido contrario. Se llega a pensar que se camina a contracorriente y que te has equivocado. La bulla es una perversión física. Hay más gente es un espacio determinado que el número de quienes caben en ese sitio. Otras veces avanzas sin posar los pies en el suelo. En las bullas se hacen mejores amigos que en la vida ordinaria. Con quien sufre los apretones a tu lado se entablan unas conversaciones cercanas a la intimidad que no son habituales en nuestro devenir por la ciudad. Y en las bullas hay situaciones inolvidables.

Ayer, Lunes Santo en Sevilla, me sentí prisionero de dos bullas enormes. La primera fue en la calle Alfonso XII tras haber presenciado el discurrir de Santa Marta por el Duque. Más de media hora para salir de un embrollo monumental. La otra bulla de la que salí indemne de milagro fue en la Puerta del Arenal tras el paso del misterio de las Aguas. Tres situaciones de congojo me atemorizaron. En una masa informe de gente sin rumbo, de pronto aparecieron varios carritos con bebés en su interior. Las madres miraban asustadas a su alrededor, pero por fortuna los niños iban dormidos por increíble que parezca. En la misma bulla había varios señores que sobrepasaban los ochenta años que sorteaban los empellones de manera estoica. Me asaltó un sentimiento de misericordia extrema. Y, finalmente, lo que nunca falta. El joven moderno que avanza a empujones por la bulla agarrando y rodeando con los  brazos a su novia. Si osas oponerte a su avance te mira con ganas de fulminarte. Los brazos del macho defensor de la hembra se clavan en los costados de todo el que se roza con ellos. No hay nada más agresivo que la mirada del celoso defensor de su hembra en una bulla. Dan pánico y no son pocos.

En fin, que el Lunes Santo fue para el caminante un día muy bueno aunque perdí cerca de una hora en las aglomeraciones que asolaron algunos puntos del centro. Está claro que el culpable de sufrir una bulla es uno mismo, que ya a estas alturas debería tener las suficientes luces sevillanas para evitar estos conflictos. Sin embargo, el que no se haya metido en una bulla que levante la mano.
Pero hubo más que bullas. Mis ojos volvieron a presenciar el culmen de la armonía y el realismo del misterio de Santa Marta. Los tocados blancos como la nieve de Nuestra señora de las Penas y Santa Marta son imágenes fugaces del mejor Lunes Santo. Me alegré de contemplar el paso por Arfe de las Aguas y la Virgen de Guadalupe. Volví a recrearme con el paso de Santa Genoveva por la plaza de Contratación, donde la banda del Carmen de Salteras se entregó como nunca tras Nuestra Señora de las Mercedes. En la salida de las Penas reviví los mejores años de mi juventud, para finalmente buscar y encontrar al Museo en plenitud. A las dos de la madrugada cruzó el Puente de Triana la Virgen de la Salud de San Gonzalo. ¡Había mucha gente! Es el poder de esta cofradía del barrio León, creciente  y pujante. Ha pasado mucho tiempo, pero siempre recordaré cómo en tiempos era una hermandad de pocos hermanos, que pasaba bajo el prodigioso balcón de Pastor y Landero casi de manera virtual. Ahora San Gonzalo provoca bullas. Si me lee y no es sevillano, lo siento, pero no hay una información que le permita huir de ellas. Hasta un experto en el callejeo cofrade cayó ayer en dos de ellas de las que pude salir ileso de puro milagro.

Domingo de Ramos de frío, retrasos y Amor



El sol venció a la lluvia. Todas las Hermandades del Domingo de Ramos pudieron hacer su estación de penitencia a la Catedral. Dejó de llover a las dos de la tarde pero llegó el frío y el viento, invitados molestos que provocaron deserciones ya en la madrugada del lunes. Resultó una jornada espléndida que solo se manchó por los retrasos acumulados. El paso de la Virgen del Socorro asomó  a la Plaza del Salvador cuando el reloj se acercaba a las once de la noche. La plaza estrenaba iluminación atenuada, algo que le confirió un aspecto más íntimo, cercano a lo que serían las procesiones en el siglo XIX. La Virgen del Socorro tiene un paso señorial, elegante y sevillano. Siempre admiro los candelabros de cola de este palio. Tienen algo muy cercano esos candelabros, verdadera joya del taller de Seco. En la jornada dominical hubo otros candelabros de calidad: los de la Virgen de la Paz.

La cofradía del Porvenir retrasó su salida una hora. Para llegar a tiempo a La Campana acortó su camino en un esfuerzo notable. La ingente cantidad de nazarenos que acompañan a Nuestro Padre Jesús de la Victoria y a la Virgen de la Paz desfilaron de forma modélica. A su hora pidió la venia en el palquillo Carlota Laguillo, hermana de La Borriquita. También a su hora salió la de Jesús Despojado, que en la vuelta de Zaragoza a San Pablo, sol bajando por poniente, vivió un momento cumbre cuando la Agrupación Virgen de los Reyes tocó Caridad del Guadalquivir en la versión para pasos de misterio. Fue explosiva la reacción popular. La misma cofradía fue protagonista en su vuelta por las calles del barrio del Arenal. María Santísima de los Dolores y Misericordia apareció por Toneleros con el fervor de una masa que atestó el enclave.

La Estrella sacó a la calle más de dos mil nazarenos. Su paso por cualquier rincón de su itinerario es una manifestación inolvidable de Triana en Sevilla. No hay un lugar tranquilo para extasiarse con la belleza de la dolorosa. En la puerta del Baratillo había público esperando tres horas antes de su paso por delante de la capilla. La calle Adriano es insuficiente para la inmensa masa que la atasca para ser testigos de la miles de mecidas, idas y venidas, en el saludo de los pasos trianeros a los de la hermandad baratillera. La Oliva de Salteras consumió medio repertorio en el encuentro. 

Por Correduría, la Hiniesta se siente sueña y señora del territorio. Es lo que les ocurre a la mayoría de hermandades que llegan desde los barrios. Delante de la Señora que se engalana con el azul y la plata desfilan los políticos municipales. La gente no se muestra muy partidaria de las autoridades, que intentan esbozar una leve sonrisa que nunca rompe del todo. Las elecciones municipales están a la vuelta y allí todos se ponen guapos para la foto. Gana la Hiniesta y lo bordó El Carmen, también de Salteras, capital musical de la Semana Santa de Sevilla. Un hijo del pueblo se jugaba la vida en Las Ventas a esas horas; las dos bandas saltereñas movían los palios de la Estrella y la Hiniesta por las calles de Sevilla.

En un balcón de la calle Feria, ayudado por su familia, se acercó a la baranda un hombre mayor. Con el pijama como vestimenta, en prueba se su inmovilidad de los años encima, el señor musitó una oración al paso de la Amargura. Cada rincón de Sevilla nos presenta un detalle distinto. Ese anciano fue feliz durante unos minutos cerca de la Virgen de San Juan de la Palma. Más adelante sonó Amarguras, el himno de la Semana Santa sevillana. Y también Soleá dame la mano, la marcha que reúne a la Amargura y a la Esperanza de Triana, que cumple cien años en estas fechas.

Todo en la Semana Santa sevillana tiene su motivo. Nada se escapa a los cofrades. Los costaleros de la Buena Muerte de la Hiniesta se acordaron del niño Gabriel en una ‘levantá’ que casi llevó al crucificado al cielo donde el chaval del Cabo de Gata es testigo privilegiado del desfile de todas las procesiones.

El frío apretó las prendas a los cuerpos cuando la medianoche se hizo presente. Las apreturas se diluyeron y los incansables pudieron acercarse la entrada de San Roque o volver a El Salvador de luces mínimas para ser testigos del fin de su desfile del Cristo del Amor, centro y epilogo de la jornada. Pronto llegan los crucificados a las calles de Sevilla. A primera hora de la tarde, Jesús entraba en triunfo en Jerusalén con cientos de niños a su lado. Al final del mismo día, Jesús triunfaba derramando Amor en la cruz. No me creo eso de que los ateos vivan con intensidad la Semana Santa. Quien no asuma ese Amor que sale del Salvador como el fundamento de estos días, estará de fiesta en las calles, vivirá emociones terrenales y heterodoxias, creerá como muchos que los cristianos sacamos en estas fecha a esculturas de madera a la calle, pero esa no es la esencia de estas celebraciones. Toda esa farándula es necesaria, pero es solo el envoltorio lúdico de estas fechas. Los cimientos son otros. Y Amor nos hace falta a todos.  

viernes, 14 de abril de 2017

La gran Victoria del Jueves

El Jueves Santo es un día de esplendor en Sevilla. Salen cofradías históricas de la ciudad, como Los Negritos, La Exaltación, Montesión, El Valle, La Quinta Angustia, Pasión, todas ellas cargadas de historia, que acumulan varios siglos como Hermandades de penitencia, que poseen imágenes señeras de nuestra Semana Santa, pero el Jueves es el día de la Victoria. Además de todo lo señalado, que es mucho y hermoso, por Sevilla se pasea la Virgen de la Victoria, que es la dolorosa más hermosa que existe, la que llora sin consuelo, la que nos acoge con su gesto maternal bajo el palio, la que camina en el altar más sevillano que pudiera existir, la reina de reyes, la devoción de las Cigarreras, la que ya está coronada por el amor de sus hermanos, la que todos los Jueves del Amor Fraterno nos llega desde su capilla para gritar que no hay dolorosa más bella, que se puede llorar y consolar al mismo tiempo, que es la Victoria, la gran reina que nos embelesa con solo mirarla, la que nos conmueve y nos paraliza cuando por la calle Temprado avanza con señorío y grandeza camino de la Santa Iglesia Catedral.

De nuevo el calor se apoderó de la salida de la cofradía desde su actual ubicación en Los Remedios. No lleva muchos nazarenos, es algo que no se entiende. ¿No queda sensibilidad en ese barrio? ¿De qué Hermandad son los que viven en Los Remedios? Tienen allí muy cerca de ellos a la más hermosa, pero parece que no se han percatado. Desde su asiento inhóspito se viene al centro para que los fieles se estremezcan a su llegada. Le acompaña todo, la nueva peana, la saya, el palio de cajón tan sevillano, el manto, pero nada sería lo mismo si no fuera la Victoria.

Ante la Caridad se produjo otro de los momentos íntimos de la Semana Santa. Salió de la casa el cantaor Jesús Heredia, una vida a sus espaldas, para cantarle unas letras improvisadas, dichas con el temblor de una voz cansada de vivir, pero con algunos requiebros de flamenco del mejor estilo de quien fue gente en su día. Saeta de corazón más que garganta, saeta como oración para la Victoria. saeta de un flamenco de más de ochenta años para sentirse joven y afortunado.

Hay quien dice que mejor así, que no haya tumultos al su alrededor, que no se enteren las masas de su salida en procesión, porque si se enteran será imposible presenciarla con la tranquilidad que domina cuando ya ha pasado el puente de San Telmo para meterse en Temprado, el Postigo, Arfe, Gamazo y ese entramado de calles que parece que fueron diseñadas para que por ellas pasearan cofradías en Sevilla. Había pasado el señor de Buiza atado a la columna, ennegrecido de color carbón, romanos sin plumas blancas, música gloriosa de las Cigarreras, estación de respeto ante Las Aguas y todo el mundo mirando a la Torre de la Plata para comprobar que aún quedaba la Victoria. No sé si hay que coronarla, ya lo está, porque ese detalle ha perdido sentido en esta Sevilla de los desmadres, pero si el día que se le ponga la corona se la pasea por las calles, será un día de gozo pleno para quienes estamos prendados de esa cara única que es la de la gran Victoria del Jueves.

El paseante fue a ver a Los Negritos de nuevo en la plaza de Pilatos, porque no vive el Jueves sin la música de capilla en ese enclave, se acercó a ver el paso de los caballos de la Exaltación, vivió la salida de la Quinta Angustia en una plaza con los árboles crecidos hasta el cielo y enturbiar la visión del misterio que se mueve y conmueve, le dio tiempo a ver a la Virgen del Rosario, se emocionó al escuchar a la banda de Tejera tocando Virgen del Valle tras el palio y rezó ante Pasión. El Jueves fue de plenitud, pero al final volvió a quedar la imagen fina, delicada y señorial de la reina de Jueves Santo, la Victoria.