El paseo junto al río es una feria. Nunca había coincidido
con tanta gente haciendo deporte. Se supone que las nueve de la mañana es la
hora punta para desfogar. Salgo con gorra, gafas de sol y mascarilla. Me hago
un selfi para inmortalizar el instante. El paseo es una pasarela de modelos
deportivos. También hay diversos tipos de mascarillas. No todos se la han
colocado. Los que van en bici y los que corren, por supuesto que no la llevan,
pero tampoco muchos que simplemente caminan con desigual entusiasmo. Hay gente
para todo. Cuando te cruzas con alguien, o te adelanta un caminante desbocado,
algunos se separan los dos metros de rigor. Pero son pocos. Me cruzo con
corredores jadeantes y aunque trato de apartarme, no puedo por falta de
espacio. Las gotas de Flügge deben volar a discreción camino de alguien con
posibilidad de infectarlo. Los ciclistas van charlando en grupo. Casi me ha
dado tiempo a saber lo que hará esta tarde alguno de ellos. En una esquina hay
un grupo que parlamenta de forma animada. Deben ser convivientes, pienso. Pero
no tienen pinta, como tampoco las jóvenes que caminan alegres y confiadas
poniendo al día sus vidas después de una temporada sin poder compartir sus penas
y alegrías. Poco nos pasa.
El paseo es un pasillo reflejo de la vida. Los patos están
asustados, aunque se acercan a la orilla buscando algunas migajas de pan, las
mismas que hasta la llegada de la pandemia alguien les ofrecía todos los días
para su festín. La primavera casi se nos ha marchado, pero todavía quedan
jacarandas en flor. El suelo está plagado de flores azuladas, pero algunos árboles
mantienen su vitalidad floreciente en plenitud.
Salvo los que hablan en grupo, nadie conoce a nadie. Y, sin
embargo, se palpa un notable grado de confianza mutua. Casi todos se fían de
los demás. A las diez, la hora del fin del deporte, el paseo se ha aclarado.
Hace mucho calor cuando se supone que llega el turno de los mayores y
dependientes. Muchos mayores hacen deporte y ocupan ambos espacios horarios. Si
a las diez hace este calor, no quiero ni pensar cómo será la calor de las doce,
la hora del recreo infantil. Y los jardines y espacios recreativos, cerrados.
Así va el día. La gente quiere vivir como antes, nada de nueva normalidad,
fuera mascarillas de por vida, metacrilato por todas partes, aforamiento a
mansalva, hartos de darnos con el codo, cansados de la represión de poder abrazar
al amigo, alejados de todo aquello que fue nuestro soporte vital desde hace
mucho tiempo. Si la nueva normalidad es vivir en una burbuja, mal asunto.
Cuando veo a la gente tratar de hacer las cosas que siempre hizo,
me pegunto si están al tanto de que al mismo tiempo los políticos andan jugando
con su destino. Pero también pienso en los trabajadores de la sanidad,
golpeados de forma inmisericorde porque los han dejado sin ninguna protección,
porque se ha actuado de forma chapucera. Vivimos en el país con más sanitarios
contagiados de todo el mundo. Está claro que la filosofía es un estado de
ánimo, pero que no sirve para frenar pandemias. La gente quiere huir hacia
delante. Al mismo tiempo que vuelvo a casa, los políticos andan tirándose los
trastos. Solo buscan el voto del futuro. La única estrategia de un político es
ganar cuota de poder. La gente seguirá corriendo, montado en bici o caminando,
unos con protección y otros sin ella, porque correr y andar es ahora, para casi
todos, su mayor parcela de libertad.