miércoles, 6 de mayo de 2020

Un día en el paseo



El paseo junto al río es una feria. Nunca había coincidido con tanta gente haciendo deporte. Se supone que las nueve de la mañana es la hora punta para desfogar. Salgo con gorra, gafas de sol y mascarilla. Me hago un selfi para inmortalizar el instante. El paseo es una pasarela de modelos deportivos. También hay diversos tipos de mascarillas. No todos se la han colocado. Los que van en bici y los que corren, por supuesto que no la llevan, pero tampoco muchos que simplemente caminan con desigual entusiasmo. Hay gente para todo. Cuando te cruzas con alguien, o te adelanta un caminante desbocado, algunos se separan los dos metros de rigor. Pero son pocos. Me cruzo con corredores jadeantes y aunque trato de apartarme, no puedo por falta de espacio. Las gotas de Flügge deben volar a discreción camino de alguien con posibilidad de infectarlo. Los ciclistas van charlando en grupo. Casi me ha dado tiempo a saber lo que hará esta tarde alguno de ellos. En una esquina hay un grupo que parlamenta de forma animada. Deben ser convivientes, pienso. Pero no tienen pinta, como tampoco las jóvenes que caminan alegres y confiadas poniendo al día sus vidas después de una temporada sin poder compartir sus penas y alegrías. Poco nos pasa.

El paseo es un pasillo reflejo de la vida. Los patos están asustados, aunque se acercan a la orilla buscando algunas migajas de pan, las mismas que hasta la llegada de la pandemia alguien les ofrecía todos los días para su festín. La primavera casi se nos ha marchado, pero todavía quedan jacarandas en flor. El suelo está plagado de flores azuladas, pero algunos árboles mantienen su vitalidad floreciente en plenitud.

Salvo los que hablan en grupo, nadie conoce a nadie. Y, sin embargo, se palpa un notable grado de confianza mutua. Casi todos se fían de los demás. A las diez, la hora del fin del deporte, el paseo se ha aclarado. Hace mucho calor cuando se supone que llega el turno de los mayores y dependientes. Muchos mayores hacen deporte y ocupan ambos espacios horarios. Si a las diez hace este calor, no quiero ni pensar cómo será la calor de las doce, la hora del recreo infantil. Y los jardines y espacios recreativos, cerrados. Así va el día. La gente quiere vivir como antes, nada de nueva normalidad, fuera mascarillas de por vida, metacrilato por todas partes, aforamiento a mansalva, hartos de darnos con el codo, cansados de la represión de poder abrazar al amigo, alejados de todo aquello que fue nuestro soporte vital desde hace mucho tiempo. Si la nueva normalidad es vivir en una burbuja, mal asunto.

Cuando veo a la gente tratar de hacer las cosas que siempre hizo, me pegunto si están al tanto de que al mismo tiempo los políticos andan jugando con su destino. Pero también pienso en los trabajadores de la sanidad, golpeados de forma inmisericorde porque los han dejado sin ninguna protección, porque se ha actuado de forma chapucera. Vivimos en el país con más sanitarios contagiados de todo el mundo. Está claro que la filosofía es un estado de ánimo, pero que no sirve para frenar pandemias. La gente quiere huir hacia delante. Al mismo tiempo que vuelvo a casa, los políticos andan tirándose los trastos. Solo buscan el voto del futuro. La única estrategia de un político es ganar cuota de poder. La gente seguirá corriendo, montado en bici o caminando, unos con protección y otros sin ella, porque correr y andar es ahora, para casi todos, su mayor parcela de libertad.       

lunes, 20 de abril de 2020

Confinamiento: La Feria y sus frikis


En esta situación excepcional que vivimos lo entendemos casi todo. Bueno, no todo. Hay preguntas sin respuestas. ¿Cuándo se supone que se celebrará la reunión de los hermanos mayores de las Hermandades de Sevilla para decidir el destino del dinero de las sillas? Si esperan a la normalización de la situación nos podemos plantar en la Cuaresma del 2021 y el dinero seguirá rentando en la cuenta del Consejo. Como lo entendemos todo, estoy convencido que la probidad (Asenjo dixit) del Consejo hará que el dinero vuelva a los bolsillos de sus legítimos dueños más pronto que tarde.

Entendemos hasta que haya gente con ganas de Feria. Los que llevamos 37 días sin pisar la calle no captamos la ansiedad que embarga a los que están bien de salud y no podrán pisar este año el Real de Los Remedios. No se entiende bien tantas ganas de juerga cuando han muerto tantos españoles y otros tantos van a sufrir el peso de la crisis en forma de hecatombe económica. Pues nada, a pesar de todo, distintas marcas comerciales de manzanilla están animando al gentío a montar un circo en los domicilios en la noche del alumbrao sin encendido, que debería ocurrir a las doce de la noche del 25 de abril. Cada cual puede hacer de su capa un sayo, se puede tomar todo el pescado frito que se quiera, y mejor si hay un buen marisco, pero eso de jugar con las lucecitas me parece una horterada impropia de esta situación tan horrible que vivimos. 

Entiendo que las bodegas van a perder un dineral, entiendo que algunos tengan ganas de fiesta, entiendo que cada uno pueda hacer en su cada lo que quiera, pero eso de montar una fiesta en los balcones cuando estamos de luto es una nueva cara de este frikismo que nos invade. Nuestro querido Paco Robles, que se va a poner bien, tiene ahí tema para el futuro.     

sábado, 18 de abril de 2020

Confinamiento: Rajoy y Susana, el alivio de la derrota


Esta crisis hubiera desbordado a cualquier gobierno. Nadie estaba preparado para una situación semejante. El problema es que esta pandemia ha llegado cuando nuestros gobernantes estatales no tenían ninguna posibilidad de responder de forma eficiente. El detalle más paradójico de la situación es que el ministerio de Sanidad se lo regaló Sánchez, a última hora, a un filósofo de Cataluña para quedar bien con el equivalente al PSOE catalán, al que llaman PSC. Lo que ha ocurrido es como un castigo del destino. Ha sido una venganza que no hubiera escrito ni el mejor guionista de una película de ciencia ficción o de terror. 

El destino ha sido cruel y se ha cebado con la avaricia de Sánchez. Y aunque nadie podrá saber qué hubiera pasado con otro gobierno, ya él queda marcado en la historia como el presidente que se hundió con la pandemia. De Sánchez ya no se fían ni en su partido. Es un hombre abandonado por muchos, sin ninguna credibilidad por sus mentiras permanentes, entregado a gente sin escrúpulos con los que admitió antes de las elecciones que nunca gobernaría, porque no podría dormir, y cuyo final debería ser la dimisión inmediata, ahora o cuando todo esto pase. Su soberbia no le permitirá quedar como un fracasado, pero a estas alturas la historia ya tiene escritas las líneas de su ineficacia, que ha contribuido a que el número de muertos y contagiados en España sea mayor en que en otros países de nuestro entorno. 

Me acuerdo de Rajoy, vituperado por la televisión del régimen, y del que no se sabe si se saltó el confinamiento ahora o lo emitido ya es antiguo. Si es actual debe ser multado. Lo cierto es que el gallego se ha librado de este conflicto gracias a la moción de censura de Sánchez. Sería interesante conocer lo que dirían los analistas y medios de comunicación si Rajoy fuera el presidente y con los números actuales de la crisis. En algún momento de su soledad, aislado y confundido, Sánchez habrá maldecido el día que asaltó el poder aliado con los enemigos de España. Ahora estaría en la oposición tratando de hundir a Rajoy. Pero le ha cogido al frente de la nave y ha quedado marcado de por vida.

Hay un momento en la historia de España que me parece muy significativo. Fue cuando Sánchez derrotó a Susana Díaz para el cargo de secretario del PSOE. En un proceso simplemente imaginativo, me pregunto: ¿Si Susana hubiera ganado, estaríamos ahora como estamos? Susana no quería saber nada de separatismos ni de terroristas a su lado. Es una elucubración simple. Los políticos son seres que hoy dicen blanco y mañana negro. Es la ambición del poder lo único que les ciega. Pero ahí queda el detalle. Sánchez le ganó a Susana; luego ganó la moción de censura apoyado en los enemigos de España. Montó un gobierno de gente que juró la Constitución y que ahora proclaman que no quieren a Felipe VI. El gobierno más costoso de la historia y con más inútiles. Entre ellos, un ministro de Sanidad que no sabía nada del asunto. Y el virus lo ha descompuesto todo. 

Hay políticos válidos de todos los signos. En el gobierno actual están las señoras Robles y Calviño, que veremos cuánto aguantan, pero que están preparadas y parecen coherentes. Ayer, Rita Maestre, de Podemos, la que se hizo famosa por asaltar la capilla de la Universidad, ha dado una lección al apoyar al alcalde de Madrid, por cierto, toda una revelación. Hay gente que sirve, que puede ayudar, sean del partido que sean, pero la suerte (mala) ha querido que nos toque Sánchez. Rajoy y Susana se han librado. Por cierto, mi paisana, a la que no tengo el gusto de conocer, a la que no seguía en las redes, me ha bloqueado en Twitter. No merezco tanto honor. Debería estar callada, seguir atendiendo a su familia y buscar ya cómo gestionará su futuro lejos de la política. A pesar de su bloqueo, me queda la duda de qué hubiera sido de esta nación si accede a la secretaría del PSOE. Seguro que nos hubiera ido algo mejor. Y el señor Illa no estaría en Sanidad. Dicen que cuando esto acabe el filósofo le va a poner una querella a Sánchez por haberlo nombrado ministro de la pandemia (es broma).  

viernes, 17 de abril de 2020

Confinamiento: La pantomima de los toros sin público



En lo que conozco al alcalde de Sevilla, Juan Espadas, estoy seguro de que sabe que no habrá Feria en septiembre. Vamos conociendo el plan previsto para otras actividades públicas. Hay quien se aventura a comentar que, hasta marzo de 2021, y con mucha suerte, no volveremos a ser quienes fuimos. La situación del alcalde no es fácil. De un lado está la realidad de la situación. De otro, las presiones de los comerciantes y hosteleros, a los que un evento en septiembre les supondría un pequeño salvavidas. Espadas se pondrá en manos de las autoridades. Sabe que no habrá permiso para concentraciones masivas, pero no quiere echarle un jarro de agua fría a quienes esperan algunas migajas que reduzcan sus pérdidas. Sin embargo, la obligación de un gobernante es la de tomar decisiones valientes y oportunas, aunque no sean del agrado de todos. En el momento que tenga la seguridad de que no será posible esa feria otoñal debe anunciarlo sin demora. Y ya puede hacerlo sin equivocarse.

Para la Fiesta de los toros la situación es catastrófica. Si leen las declaraciones del ministro de Cultura, comprobarán que en su mente la cultura está limitada al cine, teatro, museos, conciertos y poco más. En estas últimas fechas no ha tenido ni una palabra de consuelo para los profesionales y aficionados. El único sector que ha elaborado una petición al ministerio con diez puntos ha sido el taurino, pero no ha sido el sector en su totalidad, sino que quienes se han pronunciado son los ganaderos de la Unión, que han cifrado en 77 millones de euros las pérdidas por este frenazo. No me ha llegado un listado de peticiones de ningún otro ámbito cultural. Saben que serán atendidos y no piden. El toreo, que mantienen la eterna duda sobre si serán atendidos, tiene que pedir a la administración para que no se olviden de ellos.

En esta catástrofe hay muchos damnificados. Movistar, que mantiene un canal privado de toros, es uno de ellos. La noticia de que están pensando ofrecer corridas de toros sin público no es nueva. El presidente de la Fundación del Toro de Lidia, Victorino Martín, se lo ha contado a muchos. Como solución parcheada de la situación podría ser admitida. No va a solucionar nada. El dinero de los toros llega por la vía de la taquilla. Sin público, solo la televisión afrontará los gastos, aunque se supone que el toro lidiado valdrá muy poco y que los matadores disminuirán sus emolumentos. Pero la corrida sin público no es una corrida de toros. Es como matar un toro a puerta cerrada en el campo.

Las plazas elegidas, las ganaderías que podrían lidiar sus reses, los matadores participantes, todo es complicado a la hora de la selección. Y quedaría por ver la aceptación de los abonados al canal, porque podría ser que estas corridas vacías no tuvieran el suficiente tirón para recuperar a los abonados que, con toda lógica, se han fugado. Quedan más dudas. Hay mucha gente implicada y necesaria: empleados de la plaza, médicos, autoridad del palco y callejón, las propias cuadrillas, los músicos, en fin, que son gastos que se antoja complicado afrontar en un espectáculo descafeinado, donde las exigencias serán mínimas, no tendrá ningún valor el tema de los trofeos y la repercusión final, muy escasa. De los críticos ni hablo. Si la corrida se celebra sin público, será también sin críticos, que tendremos que verla por la televisión. Ni poner el sonido ambiente tendrá su encanto. Se supone que solo habrá silencio que se romperá por el jaleo de las cuadrillas o los mozos de espadas ante un muletazo de su torero. Sonido ambiente para no escuchar la retahíla de elogios infundados que suelen acompañar a estas retransmisiones. Una pantomima en toda regla que solo tiene alguna explicación por la posibilidad de salvar algo, muy poco, de la tragedia que ha llegado al mundo de los toros. A veces, lo más digno es afrontar la realidad y no deteriorarla más con estos proyectos.

jueves, 16 de abril de 2020

Confinamiento: Gracias a las ratas contagiosas


Cada vez salgo al balcón al aplauso de las ocho con menos entusiasmo. Entiendo mejor que nadie lo que están sufriendo los sanitarios en estos momentos. Ellos agradecen los aplausos, aunque lo que de verdad hubieran querido son mejores condiciones de trabajo para no representar el sector más castigado por la infección. No hay aplauso suficiente para premiar a los que están en los hospitales exponiendo su propia vida en beneficio de los demás.

Lo de mi entusiasmo decadente viene porque no sé muy bien si salimos a aplaudir por ese motivo o bien lo hacemos porque necesitamos un momento del día para liberar nuestra propia tensión en esta clausura tan poco deseada. Desde mi balcón estoy conociendo a mis vecinos. Es inevitable. Todos nos miramos, sonreímos y hacemos una leve ostentación para que nos vean los demás. Estoy saludando a desconocidos con una satisfacción insólita. Si algún día esto se acaba, lo más probable es que me cruce con ellos y no los reconozca. También puede ocurrir que en este tiempo surjan nuevas amistades. Serán los amigos de balcón en los tiempos del confinamiento. 

El balcón se ha convertido es una pasarela de frikis insoportable. Aumenta por días el número de los que buscan su minuto de gloria, naturalmente con la oportuna grabación y la subida inmediata a las redes. Ese espectáculo forma parte de la cultura, más bien escasa, de este país.  


Lo cierto es que salimos a aplaudir a todos los que están trabajando en primera línea para el bien de los demás. Los primeros son los sanitarios, todos, por supuesto los médicos, pero también los ATS, enfermeras y enfermeros (no sea que la señora Irene Montero nos cierre este blog), celadores(as) y administrativos(as). Pero que nadie olvide a los que trabajan en las farmacias, mercados – esas cajeras(os) que han adquirido rango de personas de un valor incalculable -, empleados de las gasolineras, conductores de transportes de mercancías, los de autobuses del servicio público y la gente de la limpieza. Hay muchos más a los que también aplaudimos. Solo me queda una duda. Me dijo alguien que los del Gobierno se están apoderando del aplauso, como si también ellos estuvieran incluidos en la ovación agradecida. Espero que no sea así, aunque en vista de lo que está sucediendo en cuanto desfachatez, mentiras y el intento de control de la población, no me extrañaría que así fuera. 

Se preguntan algunos cómo será la sociedad que tendremos después de este drama. Hay quien dice que será mejor. Otros apuntan a que será distinta. Y otros pensamos que no hay arreglo posible para una buena parte del género humano, sobre todo cuando comprobamos lo que les ha pasado a algunos de esos trabajadores que están en primera línea de combate y que son el objetivo de nuestros aplausos. Se han multiplicado los casos de recomendaciones a sanitarios – y también a una cajera – para que se vayan de su vivienda porque pueden contagiar a los vecinos. Esa persona que llega destrozada a su casa, que se prepara para no contagiar a su propia familia, y que es rechazada por unos seres despreciables que habitan en su mismo bloque. No hay arreglo posible con este tipo de personas. Seguirán siendo malas personas. 

La culminación más nauseabunda ha sido el caso de la ginecóloga de Barcelona a la que le han pintado el coche con una expresión del más puro odio: rata contagiosa. También le han rajado las ruedas al vehículo. Hay que agarrarse a la mesa y no expresar lo que se merecen ese tipo de individuos (o individuas). Por eso no creo que la sociedad resultante sea mejor. Algunas cartas colocadas en los ascensores estaban firmadas por la propia comunidad de propietarios. Esta es nuestra realidad. En fin, hoy el texto no va de toros. Mañana será el día. Quiero tener fuerzas para seguir saliendo al balcón, pero de verdad que lo siento, porque cada vez tengo menos ganas. El que pintó lo de rata contagiosa seguro que también aplaude para quedar bien ante el bloque. Es una sociedad tan farisea que ni una catástrofe como la que vivimos modifica los miserables instintos de algunos. 

miércoles, 15 de abril de 2020

Confinamiento: Septiembre para ilusos


Asistimos a una ceremonia confusa sobre el tema de la Feria de Sevilla en septiembre. El alcalde Espadas sigue con su intención de hacer algo en otoño, pero el sentido común indica otro escenario más realista. No parece que este año se vayan a permitir concentraciones de la población con la posibilidad de un rebrote – o simplemente con el mismo virus al ataque -, porque eso sería de una gravedad sanitaria incalculable, al tiempo que sería un ejemplo manifiesto de irresponsabilidad. Por otra parte, la población, temerosa y medio arruinada, es más que posible que no tenga el cuerpo para casetas y sevillanas. Debe ser que ahora es más correcto alentar esa feria septembrina que anunciar ya su suspensión definitiva.

Sin casetas y sin caballos no habrá feria taurina. Lo ha dicho el gerente de la empresa Pagés. Es una postura sensata. Ya me dirán qué pinta una corrida de toros el martes 22 de septiembre en la Maestranza, día laborable, sin que haya fiesta en Los Remedios. Ni los ánimos ni los bolsillos van a recuperarse con facilidad de esta tragedia. Para esa fecha se comenta que quizás se pueda salir de casa sin juntarnos con nadie a menos de dos metros. Los caballistas deberán montar sin compañía a la grupa. La copa de manzanilla se consumirá en solitario. Nada de picar todos del mismo plato. Fuera definitivamente lo de meter la cuchara en el aliño uno detrás de otro. Y lo de coger las gambas con las manos del mismo plato no será ni higiénico ni seguro. 

Para volver a la normalidad se tendría que hacer un estudio total de la población, con sus correspondientes test, para saber quién está inmunizado y puede caminar por libre y conocer la capacidad de contagio de cada uno y así evitar que se propague el virus. No me imagino a dos parroquianos bailando sevillanas con una mascarilla en la cara. O que en la plaza de toros haya que sentarse dejando, al menos, un lugar entre los asientos. Media plaza sería como un no hay billetes. Ramón Valencia no querría ni pensarlo.

Pagés devolverá el dinero del abono a los que antes del cierre se hubieran pasado por la taquilla para adquirirlos. Lo anunció y lo hará en el momento que sea posible. También cabría la posibilidad de que se reintegrara el dinero con transferencias a las cuentas de cada cliente. Pagés ha estado más diligente que el Consejo de Hermandades, que tiene un dinero en el banco y que ha cobrado por algo que no ha sucedido. La devolución del importe del abono supone que todos los carteles anunciados quedan suspendidos. Eso quiere decir que, si hubiera toros en septiembre, tampoco estarían vigentes las dos corridas programadas para el 26 y el 27 de septiembre. Ramón Valencia debería confeccionar nuevos carteles, sean los clásicos de sábado y domingo, o los de una semana de toros, lo que me parece casi imposible. 

El golpe para el toreo con esta pandemia será de una magnitud imposible de evaluar en estos momentos. La economía de muchas familias, empresarios, gestores, toreros, ganaderos y trabajadores del sector, se va a tambalear. El mundo de los toros, que genera una cuantiosa aportación a las arcas del estado, no puede quedar al margen de las ayudas. Es un derecho que le corresponde como una parte importante de la actividad cultural en España. Pero los efectos de este drama, que ha sido multiplicado por la incompetencia de nuestros gobernantes, irán más lejos y no solo repercutirán en los bolsillos. La Fiesta de los toros quedará muy resentida cuando todo esto haya pasado. 

Se habla de unidad en el sector para atenuar las consecuencias. Queda bonito, pero sabemos que si algún día hay normalidad los que han desvirtuado y depreciado al toreo van a seguir con su misma actitud de control y mangoneo. Nadie sabe qué significa la unidad. Es maravilloso comprobar cómo en estos momentos se han sucedido los gestos altruistas solidarios de los taurinos. Ya lo sabíamos hace tiempo. Los protagonistas fundamentales, ganaderos y toreros, son los primeros en dar la cara. Pero el entramado que enturbia el futuro seguirá siendo el mismo, los problemas viejos y enquistados no van a cambiar, de forma que solo con un cambio rotundo de mentalidad se podrá inyectar vida a un espectáculo que camina buscando las tablas con media en lo alto. Quisiera pensar que mi pesimismo no tiene ningún fundamento. El tiempo dictará su fallo inapelable.