En lo que conozco al alcalde de Sevilla, Juan Espadas, estoy seguro de que sabe que no habrá Feria en septiembre. Vamos conociendo el
plan previsto para otras actividades públicas. Hay quien se aventura a comentar
que, hasta marzo de 2021, y con mucha suerte, no volveremos a ser quienes
fuimos. La situación del alcalde no es fácil. De un lado está la realidad de la
situación. De otro, las presiones de los comerciantes y hosteleros, a los que
un evento en septiembre les supondría un pequeño salvavidas. Espadas se pondrá
en manos de las autoridades. Sabe que no habrá permiso para concentraciones
masivas, pero no quiere echarle un jarro de agua fría a quienes esperan algunas
migajas que reduzcan sus pérdidas. Sin embargo, la obligación de un gobernante
es la de tomar decisiones valientes y oportunas, aunque no sean del agrado de
todos. En el momento que tenga la seguridad de que no será posible esa feria
otoñal debe anunciarlo sin demora. Y ya puede hacerlo sin equivocarse.
Para la Fiesta de los toros la situación es catastrófica. Si
leen las declaraciones del ministro de Cultura, comprobarán que en su mente la
cultura está limitada al cine, teatro, museos, conciertos y poco más. En estas
últimas fechas no ha tenido ni una palabra de consuelo para los profesionales y
aficionados. El único sector que ha elaborado una petición al ministerio con
diez puntos ha sido el taurino, pero no ha sido el sector en su totalidad, sino
que quienes se han pronunciado son los ganaderos de la Unión, que han cifrado
en 77 millones de euros las pérdidas por este frenazo. No me ha llegado un
listado de peticiones de ningún otro ámbito cultural. Saben que serán atendidos
y no piden. El toreo, que mantienen la eterna duda sobre si serán atendidos,
tiene que pedir a la administración para que no se olviden de ellos.
En esta catástrofe hay muchos damnificados. Movistar, que
mantiene un canal privado de toros, es uno de ellos. La noticia de que están
pensando ofrecer corridas de toros sin público no es nueva. El presidente de la
Fundación del Toro de Lidia, Victorino Martín, se lo ha contado a muchos. Como
solución parcheada de la situación podría ser admitida. No va a solucionar
nada. El dinero de los toros llega por la vía de la taquilla. Sin público, solo
la televisión afrontará los gastos, aunque se supone que el toro lidiado valdrá
muy poco y que los matadores disminuirán sus emolumentos. Pero la corrida sin
público no es una corrida de toros. Es como matar un toro a puerta cerrada en
el campo.
Las plazas elegidas, las ganaderías que podrían lidiar sus
reses, los matadores participantes, todo es complicado a la hora de la
selección. Y quedaría por ver la aceptación de los abonados al canal, porque
podría ser que estas corridas vacías no tuvieran el suficiente tirón para
recuperar a los abonados que, con toda lógica, se han fugado. Quedan más dudas.
Hay mucha gente implicada y necesaria: empleados de la plaza, médicos,
autoridad del palco y callejón, las propias cuadrillas, los músicos, en fin,
que son gastos que se antoja complicado afrontar en un espectáculo
descafeinado, donde las exigencias serán mínimas, no tendrá ningún valor el
tema de los trofeos y la repercusión final, muy escasa. De los críticos ni
hablo. Si la corrida se celebra sin público, será también sin críticos, que tendremos
que verla por la televisión. Ni poner el sonido ambiente tendrá su encanto. Se
supone que solo habrá silencio que se romperá por el jaleo de las cuadrillas o
los mozos de espadas ante un muletazo de su torero. Sonido ambiente para no
escuchar la retahíla de elogios infundados que suelen acompañar a estas
retransmisiones. Una pantomima en toda regla que solo tiene alguna explicación
por la posibilidad de salvar algo, muy poco, de la tragedia que ha llegado al
mundo de los toros. A veces, lo más digno es afrontar la realidad y no
deteriorarla más con estos proyectos.