La periodista Charo Padilla subió al atril del teatro de la
Maestranza para dictar un pregón de la Semana Santa histórico. La expectación
que se había creado ante el primer pregón de una mujer se vio superada por la
realidad de un canto salido de lo más profundo del alma dedicado a los más
humildes, a esas personas sencillas que son también los protagonistas de la
Semana Santa. Con su micrófono en mano, llenó de vivencias
emocionantes su disertación, contado con la tranquilidad de quien todos los
años pronuncia su pregón en la radio, con la seguridad de que su canto a los
seres anónimos de la Semana Santa llegaría a todos con claridad meridiana. Sin versos
ripiosos, con la verdad de lo vivido y contado, la pregonera le dio pellizcos
al corazón de Sevilla, que la escuchó con la ansiedad de su estreno como mujer
en el cargo, pero que acabó llorando con ella tras una alocución cargada de
escenas cotidianas. Fue un pregón de barrio, de cofradías cerca de los suyos,
alejado de carreras oficiales y de palcos. Fue el pregón de una reportera con
su verdad a cuestas.
Se repitieron los ritos. Allí estaba el escenario con las
fuerzas vivas de la ciudad cual tribunal inquisitorio, la música de la Semana
Santa a cargo de la banda Municipal con Madre Hiniesta por delante, obra del
marido de la pregonera Manolo Marvizón, la presentación exacta y señorial de
Juan Carlos Cabrera, el delegado de Fiestas Mayores, y los sones de Amarguras
cuando se cumplen cien años de su presentación.
Cuando llegó el momento, Charo Padilla avanzó los escasos
metros desde su sillón al atril para pedir la venia a Sevilla. Sació su sed con
un jarrillo metálico, como no podía ser de otra forma. En la venia ya avanzó el
meollo de su pregón. Su Semana Santa es la historia de 30 años con un micrófono
contando lo que está viendo y lo que siente. Eso fue lo que hizo. “Te pido la
venia Sevilla para contarte lo que ya sabes”.
Recordó a su madre cuando la llevaba a ver la Macarena a la
Basílica. Con una sonrisa entrecortada y un escalofrío profundo, Charo se enjuagó
la boca con el agua. Después llegó la inmensidad del recuerdo a los cofrades
del Polígono Sur, en especial a los componentes de la banda de Santa María de
la Esperanza. Reclamó a la Sevilla oficial que tengan en cuenta el esfuerzo y
la ilusión de un puñado de chavales que buscan un mundo mejor. Era su
presentación. Nada de misticismos, ni algaradas en La Campana, en directo para
cantar a un barrio humilde como el Polígono Sur. Fue toda una declaración de
intenciones.
A continuación dedicó su recuerdo a Carmen Medina ’La Maja’,
cuya madre murió sin poder salir de
nazarena en la Esperanza de Triana, algo que ha conseguido su hija, “Alfarera
pura, Triana eterna, Sevilla es fuerte en la fe”, exclamó Charo con una cita de
San Juan Pablo II. Carmen, allí presente con sus 85 años, sintió el dolor de la
muerte de un hijo el año pasado y contaba Padilla que “no tuvo fuerzas de
asomarse al balcón cuando pasaba la Esperanza”. Le pidió que este año se
levantara, que su hijo tiene preparada una petalada de flores desde el cielo.
Se fue a la Redención, donde Manolo Marvizón le pidió la
mano a en matrimonio a su hermano. Manolo Marvizón que ligaba con Charo al
tiempo que le ayudaba: “Tira cable, Manolo”. Y Manolo logró el sí de Charo con
el simbolismo de una hermandad detrás, como les ocurre a tantos sevillanos. “En
Sevilla vivimos por y para la Semana Santa”. A estas alturas ya hablaba la
reportera de la calle, la que con su palabra ha llevado la Semana Santa a los
confines más alejados del mundo, “aunque me he dejado en el tintero las mejores
entrevistas”. Rememoró a los familiares ausentes, “que en un semana volveremos
a sentir que siguen con nosotros”.
Tuvo recuerdos para los suyos. Y así surgió el “yo me curo”
de Valentín García. Sus compañeros de otras emisoras, como Elena Carazo o Gloria Gamito, antes
de contar con entrega y verdad la realidad del Cerro. Aquí el pregón subió a
los cielos cuando habló de la humildad y
la sencillez. “El mejor palco son las mueres del Cerro; en ellas está la
verdad. Dios hace crecer mi fe cada Martes Santo”.
Con la Hiniesta llegó el momento de cantar a la familia. De
abuelos a nietos, la pregonera desgranó sus recuerdos en San Julián, la túnica
de la Hermandad que visten sus hijos, para acabar con un canto maravilloso a
las madres que salen con sus retoños en su vientre. “Las madres de Sevilla
tienen el privilegio de parir a los nazarenos sevillanos”.
Durante el pregón se escuchó el paso racheado de los
costaleros cuando Charo se adentró en los sonidos de la Semana Santa. Sin
embargo, la culminación de su palabra tenía todavía otra conexión pendiente con
la Macarena. Sonaron de fondo la mayoría de las marchas dedicadas a la Señora
de San Gil, mientras Charo transportaba al auditorio a la mañana del Viernes Santo en la Resolana.
Y como si Fran López de Paz le hubiera dado paso, la pregonera lo contó como
sabe: “Ahí llega, rodeada por el calor del pueblo que siempre arropa a la
Esperanza. Me empujan, resisto. Me empujan, no importa. Me empujan, me dejo
llevar”. Y sentenció: “La Macarena es el tiempo que nunca pasa, el tiempo que
se detiene, el tiempo que vuelve”.
Hubo tiempo para más cosas. Me preguntaba yo ¿y qué dirás de
la mía?, rememorando otro pregón. Y llegó el momento de entrar en los vericuetos
de historias sencillas de gente normal para mencionarlas a todas. Nombró a sus
compañeros en la radio, se acordó de Rafa Serna y Fernando Carrasco. Todo un
caudal de sentimientos.
“Yo soy Charo Padilla, la de Canal Sur, nada más”, dijo con
los brazos abiertos. “Soy una mujer que ha tenido el honor de contar su Semana
Santa a todos”, exclamó cuando ya las lágrimas le regaban las mejillas. El
teatro estaba roto de la emoción. “Me hubiera gustado traer aquí hoy la noticia
del autor de la Macarena, pero no he podido”. “Solo soy una mujer que se siente
orgullosa de haber nacido en Sevilla”. Y remató con "Sevilla es una cara morena a la que mi madre le rezó"
En 84 minutos la reportera Charo Padilla
había cantado su Semana Santa con un pregón histórico huyendo de los
consabidos versos de siempre y de la prosa retorcida. A tumba abierta, con el
micrófono en su mano, fue el pregón de su verdad, que resultó que fue la verdad
de todos.
Fotografía: Diego Lobato
Fotografía: Diego Lobato
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