El tórrido
sol veraniego no frena las ansias del caminante en una jornada tan especial
como la del Domingo de Ramos. He acompañado en buena parte de ella a una
pequeña de inmensos ojos azules. La he visto alborozarse ante un palio, he
creído ver que tocaba las palmas de emoción ante los sones de una banda; es
posible que haya sino una enajenación, pero pienso que ahí hay madera cofrade.
La genética parece que funcionará. Por mi parte, como le escuché a un sacerdote
en la Magdalena, intento subirme a cada paso cuyo discurrir presencio por las
calles. Y nunca dejo de observar a la gente.
En la calle San
Pablo he vuelto a presenciar el cortejo
de Jesús Despojado. La cofradía ha envuelto todo el día al barrio del Arenal.
La Hermandad ha ganado presencia. Solo una objeción: ¿es necesario que la
Agrupación Virgen de los Reyes que acompaña al misterio ataque esas marchas tan
extrañas? Mira que hay marchas de cornetas y tambores. Por no hablar de los
xilófonos.
Al final de
Correduría, ante de llegar a la Alameda, he visto pasar a la cofradía de la
Hiniesta desde un balcón privilegiado. Con mis manos podría haber tocado la del
Cristo de la Buena Muerte. Delante del palio caminaba la representación
municipal. El alcalde, Juan Espadas, ha mirado al balcón y me ha saludado.
Espadas tiene cara de buena persona. También me ha saludado Juan Carlos
Cabrera, el concejal de Fiestas Mayores, que también tiene cara de buena gente.
El de Fiestas Mayores es uno de los cargos más agradecidos del Ayuntamiento.
Casi todos los que lo han ostentado han recogido el afecto de la mayoría de los
sevillanos.
Me han
saludado el alcalde y el concejal. Me ha llegado mi dosis de vanidad y se lo he
contado a mis acompañantes. ¡Me ha saludado el alcalde! La gente que me escucha
sonríe con una mezcla de incredulidad e indiferencia. Los otros representantes
municipales no me han saludado. Al de la izquierda no lo conozco. Al de la
derecha, sí. No ha mirado al balcón.
He ido a ver
a la Estrella a la salida del Puente de Triana antes de llegar a Reyes
Católicos. Mucha gente y mucho tiempo de espera. Busco imágenes a mi alrededor.
Cuando el Señor de la Penas ya se acerca, entre los bosques humanos descubro un
señor que se mueve en un carrito a impulsos de sus fuertes brazos. Va de un
lado a otro tratando de encontrar el mejor sitio para poder ver al Cristo
trianero que viene rezando. No le ayuda nadie en su penosa tarea. Ni yo mismo
me he acercado a prestarle mis brazos para llevarlo al sitio elegido. Al final
ha encontrado el lugar idóneo para presenciar el paso del misterio. Mis ojos
van del Señor de las Penas a este señor que está sentado en una silla de
ruedas. He creído ver que sus labios musitaban algunas palabras. He vuelto a
mirar a Jesús en su angustiosa espera. El hombre no parpadea. Cuando el paso se
ha alejado, lo he buscado en la marabunta de carritos de bebés. Ya se ha
marchado. Se desliza a impulsos de sus brazos por la calle Arjona. Quiero
pensar que había podido rezar su oración. Me queda la pena de no haberme acercado a prestarle mis brazos.
Nunca estuvo el Paseo de Colón tan atestado como ayer cuando ya pasó el palio de la Estrella por el cruce a la salida del puente. Tras la Virgen que mejor llora en Sevilla, la que nos habla con sus manos, la banda de la Oliva se estrena a sí misma en sus más de cien años de existencia con una directora, Amadora Mercado, que es presente y realidad para una banda histórica.
Por el Paseo
de Colón observo a un niño pequeño, apenas cuatro o cinco años, que camina
junto a sus padres, agarrado al carrito en el que duerme su pequeña hermana. De
pronto se ha parado. Se agacha, espera unos segundos, le oigo decir ¡a esta es!
y da un salto de ‘levantá’ gloriosa. Sigue su camino meciendo su cuerpo como si
fuera un costalero de Sevilla. Estas cosas nos animan a seguir con esperanza
mirando al futuro.
Todavía ha
dado tiempo para ver a La Paz bajando por San Gregorio. Hay que pasar por el
control de avituallamiento porque la jornada tiene dos citas ineludibles. El
Cristo del Amor, como todos los años. Durante toda mi vida he tenido en mi
retina su rostro en la imagen que coronaba una habitación de mi domicilio
familiar. Conozco cada pliegue de su rostro. Nunca la muerte se plasmó con más
dulzura. Amor a raudales.
Tenía que
ver a toda costa a la Amargura. Por ser quien es y porque se estrenaba la banda
del Carmen de Salteras, la misma que en la Madrugá rompe moldes tras la
Macarena, pero que en esta ocasión interpreta marchas fúnebres. Solo me quedó
irme a San Juan de la Palma a ver la entrada. Muy tarde. El cuerpo estaba dolorido.
Entró el Señor. Llegó la Virgen y sonó Virgen del Valle. Ya a punto de entrar
los compases de Amarguras se adueñaron de la plaza. El palio ya había entrado,
la marcha no había terminado, pero la banda siguió tocando hasta el último
acorde. Todo era silencio. La marcha culminó cuando ya las puertas se habían
cerrado. No cabe más señorío y delicadeza en una banda con una marcha centenaria.
Hay aplausos a la banda, seguro que Juanillo el de la Palma también las tocaba,
y yo mismo, como me he subido al palio y he entrado en el templo, la emoción también
me embarga al haber podido escuchar la marcha de las marchas, de principio hasta
el final, tocada de forma magistral por la banda del Carmen de Salteras. Así se
cerró un nuevo Domingo de Ramos para
mayor gloria de Sevilla y de los sevillanos.
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