lunes, 14 de abril de 2025

Siempre nos quedará la Amargura


Fue un Domingo de Ramos con aspiración de Lunes o Martes Santo. La bulla no se apoderó de una ciudad desorientada con la posibilidad de la lluvia. Había dicho un previsor del tiempo, que son como Rapel en plan meteorólogo, que no saldría ninguna en el primer día. Salieron todas. Los retrasos impusieron un ritmo de poca fluidez, las imprevisiones del Cecop con el arbolado de la plaza del Duque retrasó más a algunas hermandades, que salieron más tarde para evitar unos parones que, sin embargo, sufrieron los cortejos y los asistentes. La jornada acabó bien entrado el lunes Santo, lo que no deja de ser un pequeño desastre. Las sillas desiertas en la carrera oficial fueron el reflejo de que el desarrollo de la jornada fue un cúmulo de improvisaciones.

El núcleo de hermanos de la Amargura por la calle Conde de Torrejón, bajo un prodigioso arco iris, fueron una de las notas cumbres del Domingo. Un reguero de hermanos en perfecta formación pidiendo negro para sus túnicas, pero que de manera gloriosa relucían de blanco. Llegó el misterio, pero estaba la Amargura por desbordar todos los sentidos, acompañada por una magistral Carmen de Salteras. Si será señorial esta cofradía que ni los vendedores de globos la seguían, como si se hubieran percatado de que tanta categoría no cuadraba con la imagen jubilosa del globo de gas.

Porque el domingo de Ramos es jornada de globos y carritos de niños. La medida de los carruajes para infantitos dio la muestra de la afluencia a las calles. Si nos acercábamos al Puente de Triana, ahí no había merma, todo fue expectación, apretones y alegrías. Ahí sí se vendieron globos después del paso de la Estrella. La dolorosa trianera pasó cerca de la dos de la madrugada por el puente ya de vuelta. Son horas imposibles para los fatigados cuerpos que ya estaban en el Parque a las tres de la tarde para asombrarse con la pulcritud inmaculada del palio de la Paz.

La Borriquita salió de nuevo de noche. No es la primera vez que así sucede. Muchos niños ya estaban dormidos con su túnica puesta cuando la rampa del Salvador crujió con el paso de la Entrada en Jerusalén. El contaste brutal fue la llegada del Cristo del Amor, la devoción de mis ancestros, presente en mis aposentos durante mi infancia, el cristo que casi sonríe con la dulzura de la muerte.

Por muchas otras cosas será un Domingo de Ramos para el recuerdo. Entre anécdotas, retrasos y arbustos crecidos, lo que fue inmutable fue el rigor de la Amargura y el Amor. También la alegría de la Hiniesta, San Roque, La Paz, La Cena y el júbilo extremo de la Estrella.


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