jueves, 16 de abril de 2020

Confinamiento: Gracias a las ratas contagiosas


Cada vez salgo al balcón al aplauso de las ocho con menos entusiasmo. Entiendo mejor que nadie lo que están sufriendo los sanitarios en estos momentos. Ellos agradecen los aplausos, aunque lo que de verdad hubieran querido son mejores condiciones de trabajo para no representar el sector más castigado por la infección. No hay aplauso suficiente para premiar a los que están en los hospitales exponiendo su propia vida en beneficio de los demás.

Lo de mi entusiasmo decadente viene porque no sé muy bien si salimos a aplaudir por ese motivo o bien lo hacemos porque necesitamos un momento del día para liberar nuestra propia tensión en esta clausura tan poco deseada. Desde mi balcón estoy conociendo a mis vecinos. Es inevitable. Todos nos miramos, sonreímos y hacemos una leve ostentación para que nos vean los demás. Estoy saludando a desconocidos con una satisfacción insólita. Si algún día esto se acaba, lo más probable es que me cruce con ellos y no los reconozca. También puede ocurrir que en este tiempo surjan nuevas amistades. Serán los amigos de balcón en los tiempos del confinamiento. 

El balcón se ha convertido es una pasarela de frikis insoportable. Aumenta por días el número de los que buscan su minuto de gloria, naturalmente con la oportuna grabación y la subida inmediata a las redes. Ese espectáculo forma parte de la cultura, más bien escasa, de este país.  


Lo cierto es que salimos a aplaudir a todos los que están trabajando en primera línea para el bien de los demás. Los primeros son los sanitarios, todos, por supuesto los médicos, pero también los ATS, enfermeras y enfermeros (no sea que la señora Irene Montero nos cierre este blog), celadores(as) y administrativos(as). Pero que nadie olvide a los que trabajan en las farmacias, mercados – esas cajeras(os) que han adquirido rango de personas de un valor incalculable -, empleados de las gasolineras, conductores de transportes de mercancías, los de autobuses del servicio público y la gente de la limpieza. Hay muchos más a los que también aplaudimos. Solo me queda una duda. Me dijo alguien que los del Gobierno se están apoderando del aplauso, como si también ellos estuvieran incluidos en la ovación agradecida. Espero que no sea así, aunque en vista de lo que está sucediendo en cuanto desfachatez, mentiras y el intento de control de la población, no me extrañaría que así fuera. 

Se preguntan algunos cómo será la sociedad que tendremos después de este drama. Hay quien dice que será mejor. Otros apuntan a que será distinta. Y otros pensamos que no hay arreglo posible para una buena parte del género humano, sobre todo cuando comprobamos lo que les ha pasado a algunos de esos trabajadores que están en primera línea de combate y que son el objetivo de nuestros aplausos. Se han multiplicado los casos de recomendaciones a sanitarios – y también a una cajera – para que se vayan de su vivienda porque pueden contagiar a los vecinos. Esa persona que llega destrozada a su casa, que se prepara para no contagiar a su propia familia, y que es rechazada por unos seres despreciables que habitan en su mismo bloque. No hay arreglo posible con este tipo de personas. Seguirán siendo malas personas. 

La culminación más nauseabunda ha sido el caso de la ginecóloga de Barcelona a la que le han pintado el coche con una expresión del más puro odio: rata contagiosa. También le han rajado las ruedas al vehículo. Hay que agarrarse a la mesa y no expresar lo que se merecen ese tipo de individuos (o individuas). Por eso no creo que la sociedad resultante sea mejor. Algunas cartas colocadas en los ascensores estaban firmadas por la propia comunidad de propietarios. Esta es nuestra realidad. En fin, hoy el texto no va de toros. Mañana será el día. Quiero tener fuerzas para seguir saliendo al balcón, pero de verdad que lo siento, porque cada vez tengo menos ganas. El que pintó lo de rata contagiosa seguro que también aplaude para quedar bien ante el bloque. Es una sociedad tan farisea que ni una catástrofe como la que vivimos modifica los miserables instintos de algunos. 

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