Todo es igual y nuevo al mismo tiempo. El Domingo de Ramos es el día en el que se estrena todo. Es un día con una mañana con sabor a vísperas. Al salir a la calla se visitan los templos de las cofradías que salen en el día y de camino se visitan otras hermandades. La puerta de la Magdalena es un avispero, no tanto como la plaza del Salvador. En San Juan de la Palma las colas no tienen final.
En la mañana, camino de San Julián, es reconfortante cruzarte con Joaquín Caro Romero, pregonero y poeta de Sevilla. Ya en la Iglesia de donde sale la Hiniesta, antes de llegar hay escenas que solo se pueden entender en Sevilla. En la calle Moravia, un chaval está asomado a una ventana mientras del interior surge la marcha procesional. El niño es la imagen de la ilusión. Algunos nazarenos de túnicas azules ya caminan hacia la iglesia. El calor lo funde todo. El aire se ha vuelto denso.
A prisas hay que salir para ver la salida de Jesús Despojado. Y se consigue en Molviedro por muy poco. El año pasado me chocó la tipo de marchas que acompañan al paso de misterio. Me parece que Alma de Dios no es lo más indicado para este paso. En la entrada en La Campana de nuevo sonó la marcha. En fin, doctores tiene la Hermandad.
En la Alameda sonó otra vez la misma marcha, ahora en la versión de la Agrupación del Arahal. No es mi marcha preferida, pero allí, junto a las columnas, fue todo diferente. En la Hiniesta, además, toca la banda del Carmen de Salteras tras el palio. Son palabras mayores.
Entre la cofradía del Arenal y la de San Julián hubo un momento para ver la Paz ya pasado el parque de María Luisa. Da igual verla en cualquier sitio. La Paz te deja una sensación de tranquilidad espiritual como pocas lo consiguen. La Hermandad del Porvenir sueña con la coronación, que llegará pronto.
Todo ocurre por primera vez, otra vez, cada Domingo de Ramos. Se supone que ya los itinerarios están bien aprendidos, pero el caminante se mete siempre en la misma bulla. Son esos tapones que nadie sabe muy bien por qué se forma y que se deshacen sin que llegues a enterar cuáles fueron los motivos del atasco. Es la bulla en la que te sientes extraño porque parece que eres el único que camina contra la corriente. Todos van en la dirección contraria a la que sigues, de forma que piensas que estás equivocado.
Disuelta la masa humana, hubo tiempo antes de enjaretar estas impresiones para llegar a la esquina de Correduría con Conde de Torrejón para ver el milagro de la Amargura. Fue la segunda bulla del Domingo de Ramos, vivida de forma intencionada para ver pasas lo más señorial bajo palio de la tarde. Allí mismo volvió a sonar Amarguras, siempre tan nueva para servir de bálsamo a una tarde asfixiante de clima, gente y emociones. Todo ocurrió ayer por primera vez y fue como siempre. Sevilla tiene sus principios anclados en su gente.
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