En la amanecida del Viernes Santo, cuando aún la bulla y la
algarabía no han cesado, en la calle Zaragoza parece como si hubieran colocado
una barrera para alejar a todo el que acuda con intenciones diferentes a la
posibilidad de estremecerse con la llegada del Cristo del Calvario. Es otra
parte de la Sevilla íntima que perdura, y que pensamos que perdurará. Nada
altera la serenidad. Es
verdad que todo está consumado. El Calvario avanza con el contraluz de un sol
que ya empieza a abrirse paso en la oscuridad.
Esta Sevilla íntima, tan alejada de esa otra que está
logrando que la Semana
Santa ya no se parezca a lo que siempre ha sido, perdurará.
Contra la impostura basta una cofradía con elegancia y seriedad en la calle. Nada más íntimo
y revelador que todo el cortejo de la Carretería. Es como si a esas horas las masas
dormitaran de la batalla de la noche, de forma que por el Arenal se citan los
mismos de todos los años, porque saben que por mucho que vuelvan a comprobar
como anda una cofradía nunca se cansarán de admirar tanta elegancia y
compostura. La Carretería es el símbolo de una Sevilla que mantiene sus raíces.
El sevillano, que ya lo sabe, presencia su recorrido con respeto. Nadie se
atreve a levantar la voz, cuando hay masificación, como ocurre a la vuelta en
Temprado, Dos de Mayo y Rodo, nadie osa interrumpir la esencia antigua y eterna
de una cofradía señera. Esa misma noche del viernes, cuando vuelve la Mortaja
por Bustos Tavera, Sevilla acude a ser testigo de un rito no por muchas veces
contemplado menos sobrecogedor.
El Sábado Santo a primeras horas de la tarde le regala a la
parroquia cofrade la salida de la cofradía de Los Servitas. La calle Dueñas y Santa
Ángela son el escenario perfecto de la intimidad cofrade en su más pura
esencia. No cabe ninguna destemplanza. El paso de la Piedad con Nuestra Señora
de los Dolores camina a sones de Amarguras, en honor a la señora de San Juan de
la Palma, que está allí muy cerca, mientras en el ambiente se oyen las respiraciones.
Nada altera la paz profunda. Todos respetan el silencio fúnebre.
Y de pronto, hay que correr a ver a la Cofradía de El Sol.
Si la tarde tiene tintes solemnes y de recogimiento, El Sol le imprime un
carácter de verdad y originalidad. Ese
Cristo agarrado a su cruz es una llamada a la reflexión. Las
túnicas de capa de ruán verde, únicas en la Semana Santa ,
anteceden a un palio con San Juan y la Magdalena y una Virgen del Sol ribeteada
por los rayos del astro rey. Los respiraderos y varales de madera de cedro
también son un motivo para recordar que no solo de plata deben vivir las
cofradías. Entre los naranjos de las calles aledañas a la Plaza Nueva , con
humildad, se dejó ver esta Hermandad del Plantinar.
Todo acaba. El cierre con la Soledad de San Lorenzo también
nos mueve a pensar que todo no está perdido. El llanto de la madre en el día
del luto por su hijo llegó a todos los rincones. Sevilla, la de siempre, tiene
argumentos para que esta Semana Grande conserve sus valores eternos, que no
están reñidos con la innovación.
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