Ayer fue un día de bodas de plata. Veinticinco años de la
primera salida del Cerro y otros tantos en los que uno acudía a la plaza de la
Contratación a presenciar la vuelta del Cristo de la Buena Muerte. Antes
era con la luz tenue de la atardecida, ahora con la luz brillante de las cinco
en todos los relojes. No importa que vaya o venga, la imponente figura del
Cristo de los Estudiantes sigue su senda a ritmo fijo y preciso, rompiendo los
esquemas de la bulla, apabullando los sentidos, dejando un rastro de
incertidumbre en las entrañas. Rodeado de estudiantes, cientos de ellos con la
cruz, la talla de Juan de Mesa lo llena todo hasta dejar reducido a la nada lo
que lo rodea.
Decíamos que primero fue San Esteban por Águilas y la Cuesta
del Rosario, cuando en lugar se subirla sus pasos lo que hacen es bajarla.
Bulla de barrio, desorden ordenado en clara paradoja de cofradía en la calle,
niños como seguridad de futuro y muchas madres cerca de la prole. Eso sí que es
una penitencia, la de madres que se han cargado de agua y bocadillos,
preparados con mimo por la mañana, como lo hizo mi amiga Loli Velázquez, para
que su familia sintiera en todo momento el calor de la madre a su lado. Esa es
otra penitencia sin papeleta de sitio.
En la Alfalfa, sevillanos con etiqueta. En su balcón, Álvaro Pastor que sigue
escudriñando rincones de la Sevilla de siempre y disparando fotos sin descanso.
Ya ha llegado el misterio de San Esteban la cruz de guía se ha metido en Cuna y
la Virgen de los Desamparados no ha salido de San Esteban. Así que el cronista
se marcha para ver un ratito al Cerro, que cumple veinticinco años de su
salida, aunque el gozo de esta salida no tiene parangón después de quedarse en
su templo durante un trienio. Por la calle Hernando
Colón dejan la Catedral a un lado, esa misma a la que deberán
volver para realizar su estación de penitencia. Abandono y Desamparo, un barrio
ensimismado, un canasto de misterio embellecido y mucha devoción.
Queda ver a uno de mis iconos preferidos, la Virgen de los
Estudiantes, María Santísima de la Angustia, que sale con su palio de crestería
a la calle San Fernando
para recibir un baño de sol intenso. De ahí, a San Benito. Gozo indescriptible
de un Martes al que aún le quedaba el Dulce Nombre. Hay cosas que un sevillano
puede contar.
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