Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol… Ayer
fue uno de ellos, Jueves Santo, lo que quiere decir que la Virgen de la
Victoria salió a la calle de nuevo para recordarnos lo que es la perfección en
un paso de palio. Todo es armonía, la Virgen y el paso. No hay nada mejor
conjuntado en toda la Semana Santa. Es
la imagen de la dolorosa un prodigio de naturalidad en la tristeza; es un canto
a la belleza en la pena honda; es la mejor expresión de cómo podríamos imaginarnos
a una madre a la que le han crucificado a un hijo. No cabe más serenidad en el
lamento. Son sus ojos llorosos, su gesto desconsolado, su barbilla recortada,
todo en la Victoria es perfecto.
Su salida a las calles de su barrio debería concitar una
multitud para admirarla, Pero camina muy sola. Es cierto que el marco es poco
agradable; ese puente de San Telmo y el Paseo de Colon no se hicieron para las
cofradías. También el calor limpió la calle y dejó solo a los que tenían que
estar para verla caminar hacia la Catedral. Muchos turistas y cuatro sevillanos que
saben lo que encierra ese palio. Es la Virgen, claro está, pero la han rodeado
de los adornos justos: un tocado de encajes que no tapa su belleza, una corona
sin alardes, un rosario en sus manos, la candelería precisa sin velas rizadas y
un palio de cajón que se mueve como llevado por los ángeles del cielo.
Muy sola caminaba por el puente, cuarenta grados al sol,
pero con la frialdad de la ausencia de un barrio que no sabe lo que habita en
la capilla de la Fábrica de Tabacos. No había sol terrible que le hiciera
sombra, ni siquiera ese absurdo abandono de los que deberían estar a su lado,
cuando la imagen comenzó a cimbrearse al final de San Telmo. Más de quince
minutos estuvo parada cerca de la Torre del Oro hasta encajarla de nuevo. Nada
importa cuando uno de esos palios que justifican toda una semana camina por las
calles de Sevilla en su estación de penitencia. No le hace falta ninguna
corona, ella misma lo llena todo con su presencia, no importa que el escenario
del puente o la calzada amplia sea tan adverso, es la Victoria de Las
Cigarreras, una obra divina a la
que Sevilla le regaló el trono ideal para dejar sin
respiración a quienes acuden a verla como el mejor sol del Jueves Santo.
La tarde estuvo marcada por el calor. Lo sufrieron con mayor
intensidad los Negritos y la Exaltación, las primeras en poner sus pasos en la calle. El guión estaba
escrito. Niños, padres, carritos, sillitas, agua y sudor hasta que el sol bajó
para perderse por el Aljarafe. En Las Cigarreras se doblaron los cirios. El
desajuste de la Virgen de la Victoria, me contaron, fue debido a la dilatación
de las juntas de sujeción.
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