Algún torero que está anunciado en la Feria de Sevilla se manchó ayer los zapatos de albero en la plaza de toros, lo mismo que le ocurrirá el día 15 de abril. Alfonso Oliva Soto acudió temprano a su cita anual con la Piedad del Baratillo, que desde hace ya varios años forma los tramos sobre el piso plaza donde en breve se lidiarán toros bravos. Oliva Soto es un torero cofrade. Se une así a esa larga lista de coletudos que desde hace dos siglos salen vestidos de nazareno en algunas Hermandades. En la tarde de ayer hicieron estación de penitencia la de San Bernardo y la del Baratillo, las más taurinas. La primera, por su cercanía al matadero, que fue escuela taurina para muchos y concentró a famosos toreros en sus filas, desde Cúchares a los Vázquez. La segunda es torera porque linda con la plaza y su capilla recibe los aromas de las grandes tardes
en el coso del Baratillo
Hasta en estas cosas ha cambiado todo. En estos tiempos hay pocos toreros cofrades, casos muy contados, pero todo ello entronca con la realidad del toreo sevillano de nuestros días. Algunos toreros no acuden a salir a las hermandades de penitencia ni tampoco quieren pisar el albero para lidiar toros. Han huido de la ciudad, de su plaza y de sus templos.
El Baratillo volvió a pasear por el Arenal sevillano en una escena ya vivida durante medio siglo. El tiempo parece detenido, la casa de los sueños infantiles sigue enhiesta, el balcón lo preside todo y solo las ausencias nos vuelven a la realidad.
En las filas de los penitentes marchaba alguien muy especial. Estrella Yun, nacida en China, llegada a Sevilla con ocho meses por el amor de sus padres Paco y Alicia, que ayer mismo cumplió dieciséis años. Yun que es sevillana por los cuatro costados domina la lengua china a la perfección. Ayer celebró sus cumpleaños debajo de la túnica del Baratillo.
Todo había comenzado con el cortejo de la Sed por la Encarnación (por no mentar a las Setas). Es cierto que el calor era excesivo, es verdad que el camino es muy largo, también que es una cofradía con infinidad de niños en sus filas, pero eso tampoco puede justificar que en algunos momentos hubiera más costaleros, músicos y nazarenos en los bares colindantes que en las filas de la procesión. Han pasado cuarenta años de aquellos Viernes de Dolores en San Juan de Dios con el Cristo de la Sed recién tallado por la gubia de Álvarez Duarte. Fue necesario esperar para ver el barquito que estrena en su mano la Virgen de Consolación.
A esas horas tempranas de la tarde, el caminante observa detalles que no entiende, como el de un joven nazareno del Carmen Doloroso en la Calle Cuna sin el antifaz departiendo con la familia. Cuando San Bernardo baja por Cuna hay que volver al sitio recóndito y señorial de las primeras horas del Miércoles Santo. La Cruz de Guía del Buen Fin estuvo detenida media hora en la calle Eslava, pero esa espera mereció la pena para ver de nuevo al crucificado pasar por delante de San Lorenzo y ante el Gran Poder. La tarde más torera en la que pocos matadores ejercen de cofrades quedó recompensada a los sones de la Centuria Macarena. Fue, un año más, un momento único.
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