En asuntos de Semana Santa no hay pensadores con visión de futuro. Que algunas Hermandades crezcan, como la Macarena, es algo que todos entienden, pero pocos se han puesto a calibrar hasta dónde pueden llegar las modernas cofradías de barrio. Al ver a los del Cerro, que ya se acercan a los mil nazarenos, y acordarme de los más de mil quinientos que sacó la del Polígono el martes, todo apunta a que ese crecimiento debe proseguir dadas las características de la población en las que asientan estas corporaciones. Y si crecen, como se presiente, pueden llegar a cifras insoportables para el Lunes y el Martes de la Semana de Pasión.
El Martes es un día con muchos matices familiares. La vivencia se hizo presente con la Hermandad de San Esteban. Ya por la calle Cuna el cortejo estaba diezmado con multitud de madres cargadas de bolsas llevando de la mano a pequeño acalorados, antifaz remangado, expresión al borde de la congestión, en busca de aire fresco y líquidos para el cuerpo. Esa sensación de familiaridad se hizo intensa en la Cuesta del Rosario delante de la Virgen de los Desamparados. Mirando desde el templete del Cristo del Amor hacia arriba, la visión fue la confirmación de que en esta cofradía salen más familiares de los nazarenos que penitentes en sí mismo. Como detalle, al que no me atrevo a calificar, toda una familia de más de diez miembros con dos chavales vestidos de nazarenos se hacían fotografías delante del palio. La de San Esteban es una cofradía muy familiar.
La Virgen de los Desamparados llegó al Salvador y allí sonó una vez Macarena de Abel Moreno, que también es de las marchas que más se escucha estos días por los rincones de la ciudad. Abel Moreno, para quien en su día reclamé un trono, sigue reinando en Sevilla. Hoy mismo recomiendo La Madrugá que le tocarán a la Virgen de la Caridad del Baratillo en el Alcázar.
La tarde comenzó a derretirse en la puerta ojival de Omnium Sanctorum en la calle Feria. Al ver la cruz de guía dispuesta a comenzar la estación, fue inevitable recordar aquella ocasión en la que esa misma cruz se echó adelante a pesar de que la ciudad se anegaba con una densa cortina de agua. De aquella lluvia feroz a la ferocidad de un calor tórrido que obligó a los presentes dejar amplias zonas vacías, precisamente donde no alcanzaba la sombra. La saeta al Cristo de las Almas fue acogida de forma calurosa, no era para menos.
Por el Postigo del Aceite bajó el Cristo de la Buena Muerte. Habíamos alcanzado a ver la salida por la puerta principal del Rectorado de la Universidad y llegar a una calle San Fernando limpia de catenarias. Además de los estudiantes, una legión de niños vestidos de monaguillos camina delante de ambos pasos. Son futuros estudiantes que ya hacen el camino de la Buena Muerte.
La tarde nos tenía reservado un regalo incomparable. Ayer pasearon por Sevilla dos señoras de belleza inigualable, la de la Encarnación y la del Dulce Nombre. Solo por ello, el Martes Santo es punto y aparte.
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