Cuando los Negritos avanzan desde San Esteban, antes de
entrar en Águilas, la cofradía pasa por la hermosa plaza de Pilatos. Los
nazarenos de blanco con escapulario azul marchan ordenados. Desde la plaza se
puede contemplar el crucificado de Ocampo, tan solemne y mayestático, que
avanza con música de capilla delante del paso. La música de capilla se escucha
siempre en estas cofradías de silencio y luto. No hay estridencias que logren
romper el silencio en la plaza. Se escucha muy bien pero se intuye que casi
nadie le presta atención. La cultura cofrade quiere tambores, cornetas y
bandas. A muchos sevillanos no les gusta la música de capilla. Y sin embargo,
mira qué es solemne y hermosa este tipo de música.
La plaza de Pilatos se mantenía en un moderado silencio. No
es fácil que a las cuatro de la tarde se puedan acallar los niños, incluso uno
de ellos aporrea un tambor de vez en cuando. No pasa nada. Al final, solo se
oye la composición escogida para el momento. No soy experto, pero me imagino
que sería una de las muchas que tiene dedicadas el Cristo de la Fundación, obra
de Ana López Oñate o del maestro Albero, autores de hermosas piezas de capilla
para esta cofradía.
Tocan tres músicos de negro riguroso. Todos los músicos de
capilla tienen el mismo aspecto con atuendo de luto. En este caso me llama la
atención que uno de ellos toca un saxofón; sus compañeros son los clásicos oboe
y clarinete. Falta el fagot. El saxofón suena bien y le da un aire más
misterioso a la música. El sol es fuerte, hasta los niños han callado, las
mantillas pasan de un lado a otros, camina el señor en la cruz de Los Negritos rodeado
por sus cuatro faroles y la música de capilla llena de solemnidad este comienzo
de la jornada del Amor Fraterno.
En la puerta de San Esteban espero a la Virgen de los
Ángeles, un palio distinto a todos. Hay que decir ya que en Sevilla no hay dos
palios iguales. Puede haberlos parecidos, pero siempre hay diferencias. Los
toques orientales de este palio, en su día casi revolucionario y hoy casi
clásico, se engrandecen con un exorno floral de nuevo muy original en su color
blanco. El manto aporta otro golpe de ingenio. La banda de Las Nieves
de Olivares suena de maravilla. Es una cofradía señera pasando por el centro de
Sevilla a primeras horas de la tarde del Jueves Santo.
A esas horas hay que caminar para ver la gloria mariana del
Jueves, esa que no me canso de cantar todos los años, que es la belleza misma
hecha Virgen, que llora y ríe al tiempo, enmarcada en un palio de cajón que es
el tiempo detenido y que es obra, naturalmente, de Juan Manuel Rodríguez Ojeda,
el mismo que diseñó la saya más hermosa que se haya contemplado. Todo sigue ahí
como el primer día cuando ha cumplido más de cien años. Pero por encima de
todo, la Victoria, para quien un día aquí mismo pedí una corona y ya parece que
viene en camino. Victoria Coronada, me adelanto, como debe ser porque no hay
otra en Sevilla que sepa llorar y consolar tanto.
Pasa el palio por delante de la Caridad, en la Iglesia se
celebran los Oficios, a lo lejos repican las campanas de la Giralda anunciando
que allí también hay cultos de Jueves Santo, se puede ir de un lado a otro, la
tarde es una delicia para poder gozar una vez más de Las Cigarreras. La
Hermandad de las Aguas ha salido en señal de saludo, como debe ser, porque la
Virgen de los Ángeles pasó por San Esteban con la iglesia cerrada, y el
caminante cierra los ojos porque todo se ha repetido como siempre. Eso es nuestra
Semana Santa. El mantenimiento de la belleza a través de los tiempos.
Y si hablamos de clasicismo, en la puerta de la Magdalena he
esperado para ver la salida de la Quinta Angustia. Todo es igual que hace cincuenta
años. Cierro los ojos. Me resuenan los sones de la música de luto de Los
Negritos.
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