El Miércoles Santo es un día especial para quienes amamos el
mundo de los toros. Las dos cofradías con mayores connotaciones taurinas hacen
estación de penitencia en la jornada. El luminoso día que siguió a los de
lluvia y desencanto fue aportando una serie de vivencias inolvidables para el
caminante cofrade. Muy pronto hubo que acudir a ver La Sed por delante de San Juan de Dios, algo que a
muchos nos lleva a nuestra primera juventud, cuando la cofradía salía el
Viernes de Dolores y la cita con el hospital era punto de confluencia de todos
los cofrades sevillanos. Ya es una Hermandad con dos pasos y muchos penitentes
que hacen un esfuerzo supremo cada tarde de Miércoles Santo.
Cumplida esta tradición, la tarde se llenó de emociones. En
el devenir por la ciudad se encuentran rincones y escenas insospechadas. San
Bernardo venía por Santa María la Blanca. El Cristo de la Salud avanzó por
Muñoz y Pabón buscando la Alfalfa. Había que ir a buscar a la Virgen del
Refugio, a ver de nuevo los jarrones dorados, a saludar a la señora del toreo
de la que fueron devotos Cúchares y Manolo Vázquez, Diego Puerta y Pepe Luis.
Pero el pensamiento estaba lleno de una ausencia y el dolor era insoportable.
Allí faltaba Fernando, a quien la Hermandad le había dedicado su estación de
penitencia. Y como pasa en Sevilla siempre, cuando vas buscado una emoción,
surgió otra inesperada en forma de saeta desde un balcón allí mismo en Santa
María la Blanca, enfrente de la Virgen del Rosario, cuando una voz potente y
clara le cantó su oración a la Virgen de San Bernardo. La voz de Álex Ortiz lo
llenó todo, la claridad de su verbo, la musicalidad de su entonación, la
firmeza de su expresión y el quejío salido del alma conmovieron a los
presentes. Ahí lo tenías Fernando, qué homenaje más bonito y sincero. Yo
también te dediqué a ti ese momento intimo en el que gocé de tu Virgen cuando
el cantaor sevillano rompía el silencio con su cante.
Había otra cita taurina, pero la dejamos para más tarde.
Para aliviar la espera había que acudir a un rincón sevillano para ver el
transcurrir del Buen Fin. La plaza de San Lorenzo es el marco ideal para sentir
el pálpito de una hermandad modélica, la que tiene su Centro de Estimulación
Precoz entre sus realidades cotidianas. Viendo pasar al Cristo del Buen Fin con
los sones de la Centuria Macarena en un escenario que ni pintado, uno pensaba
cuántos momentos se nos escapan a los sevillanos porque no podemos vivirlos
todos al mismo tiempo. Si allí, en San Lorenzo, junto al Señor de Sevilla, los
sentidos se llenaron de júbilo casi sin esperarlo. Qué pasa en tantos rincones
de la ciudad al mismo tiempo, que nos perdemos por aquello de la inexistencia
de la ubicuidad. Nuestra Señora de la Palma camina bajo un palio bellísimo con
corbatas y angelotes en un conjunto de clasicismo acentuado. A la entrada de
San Lorenzo, la banda de La Nieves de Olivares estrenó la marcha Nuestra Señora
de la Palma Coronada, obra de Javier Calvo. Ante el Gran Poder pasaron las
imágenes de la cofradía franciscana con seriedad y devoción.
Y más toreo. El Baratillo me lo reservo para verlo a la
salida de la Catedral. La nómina de nazarenos toreros ha crecido. A Oliva Soto
y Diego Silveti se ha unido este año José Antonio Morante de la Puebla. Que la
Piedad y la Caridad le protejan y el Cristo de la Misericordia le inspire en
estos días que llegan. En las murallas del Alcázar, la banda del Carmen de
Salteras volvió a escribir una página gloriosa de la Semana Santa al tomar una
Madrugá inmensa al palio de la Caridad. Qué lujo de cuadrilla llevando con
esmero a su Virgen mientras la solemne marcha lo paralizaba todo con una emoción
de escalofrío. Después de presenciar ese momento casi no quedan ganas de nada
más, pero el cuerpo del caminante aguantó para ver a Los Panaderos. El
Miércoles Santo torero había recompensado todo lo sucedido hasta entonces. Nos
quedaron grabadas para siempre una saeta de Álex Ortiz y una marcha de Abel
Moreno. San Bernardo y El Baratillo, ahí es nada.
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