El parque temático era un horno. Los encargados de la
seguridad le han puesto vallas al campo de la Semana Santa. Se ha hablado de la
calle Alcázares y poco de otros puntos a los que no se puede acceder cuando una
cofradía aún no ha llegado. Es una ataque a la línea de flotación de la Semana
Santa, que siempre se caracterizó por la movilidad para poder presenciar
diferentes escenas, la mayoría que el cuerpo sea capaz de aguantar en jornadas
tan calurosas. El camino se hace insufrible porque las aceras están colapsadas
por las sillitas de los chinos. Se cree uno que se puede pasar por una acera
porque parecen liberadas, pero no es así, ya que lo que pasa es que miles de
sillitas soportan las anatomías de quienes esperan la llegada de los cortejos.
Este año hay un paso más: la sillita de playa en la calle. Ayer, en el enclave
de Javier Laso de la Vega había decenas de sillas de playa, donde señoras
orondas parecían dormir la siesta. Es decir, que esto ha cambiado, la caminata
del cofrade es una carrera de obstáculos y encima no te dejan llegar a
determinados lugares porque la seguridad es lo primero. Bien está lo de la
Seguridad, pero, hombre, que nos vamos a cargar el invento con tanta seguridad.
De tal forma que no quedó otra solución en el Martes Santo
que buscar lugares de cierta tranquilidad para entresacar la mayores emociones.
Y miren por dónde, por Laraña llegaba San Esteban, delante de la Anunciación,
donde hace un año debió refugiarse por culpa de la lluvia. Y sonó Virgen del
Valle, glorioso momento, casi desapercibido por los ocupantes de las sillas
playeras, pero que nos indica que todavía quedan Hermandades con sensibilidad.
Me apetecía ver El Cerro por la plaza del Triunfo, cerca del
Alcázar, y puedo asegurar que me sorprendió. Se mantenían las filas de
nazarenos bien formadas, no había huida masiva a bares ni hermanos tirados por
las aceras. El barrio y su cofradía dieron un nuevo ejemplo de amor a sus
titulares, también de humildad en ese horario. Cuando al Cerro no le llueve, se
muere de calor. La Virgen de los Dolores Coronada reinó en los corazones de sus
hermanos.
La salida del Dulce Nombre fue otro momento de esos que año
tras año se mantienen como imperturbables. La plaza de San Lorenzo es amplia,
permite que acudan las familias con los carritos de los niños, ahora ya sin sillitas
de chino, para presenciar simplemente la categoría cofrade en su más mejor expresión.
El paso de misterio salió de forma espectacular, tremenda la banda de las
Cigarreras y su Señor de Sevilla, cuando Nuestra Padre Jesús ante Anás giraba
para saludar al Gran Poder. La cuadrilla que mandaba Manuel Gallego meció con
finura y elegancia al paso de La Bofetá. Todavía quedaba la intensa emoción de
la salida de la Virgen guapa de la saya rosa del Dulce Nombre y la banda de la
Oliva de Salteras tocando como si fuera su última salida en esta Semana Santa.
Esta emoción de San Lorenzo en Martes Santo nos reconcilió con tanto desmadre
en las calles, era posible una Semana Santa emotiva e íntima a pesar de la
multitud que se agolpaba en San Lorenzo.
Aún quedó tiempo para alcanzar al Cristo de la Buena Muerte
y Santa Cruz. La Semana Santa cambia a partir de la diez de la noche. Las
tropas de zangolotinos se han recogido o andan consumiendo, y de esta forma se
van quedando los clásicos. Ayer decía alguien en algún lado que lo clásico es
retrógrado, que solo lo moderno es progresista. Así estamos, en manos de
pensadores absurdos que no saben que no hay nada más auténtico que conservar lo
bueno de toda la vida.
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