El Martes Santo con el recorrido de la Carrera Oficial al
revés finalizó cerca de las tres de la madrugada. Era el momento de los
balances. Los comentarios eran variopintos. El presidente del Consejo se lanzó
de forma prematura a calificar la jornada como un éxito. El Martes Santo tiene
muchas lecturas necesarias. Lo que fue evidente en las calles fue una cierta
confusión popular que no solucionaban los programas de papel ni los digitales. Preguntas y más preguntas
para ubicarse, para saber adónde había que caminar para buscar una cofradía o
para encontrar emociones nuevas. Ese fue
otro matiz alabado por muchos: lo inédito. Por supuesto que fue un día de
escenas nunca vistas, no tanto de históricas como comentan los exagerados, pero
si se trata de encontrar escenas inéditas se le da la vuelta a toda la Semana
Santa y ya no la conocerá ni la madre que la parió y algunos se creerán que han
encontrado la piedra filosofal para soluciones a los supuestos males que la atenazan.
Los momentos nunca vistos no pueden justificar el invento.
Si el análisis frío que se necesita ahora demuestra que ha ganado la seguridad
y los recorridos han sido más fluidos, los que pensamos que todo es una
perversión absurda tendremos que admitir que este cambio está justificado. Nadie
puede entender que una cofradía como Los Estudiantes, que cumple estación de
penitencia a la Catedral y que debe tomar siempre por el camino más corto, deba
llegar hasta La Campana cuando su sede está a tiro de piedra de la iglesia
mayor sevillana. Es decir, que la Carrera Oficial manda como escenario
obligado. O sea, que la prioridad absoluta es que para cobrar los dineros del
Consejo hay que desfilar hasta La Campana.
Es cierto que se descomprimió la Alfalfa; es verdad que no
hubo cruces con parones eternos; también es cierto algo muy positivo. En este
Martes Santo con estación final en La Campana hubo un exquisito cumplimiento de
los horarios por parte de todas las Hermandades, lo que no siempre ha ocurrido.
Decían que si se quiere, se puede. Pero a esta transgresión del recorrido
invertido se ha llegado porque algunas no siempre habían querido. No deja de
ser curioso que la del Martes haya sido la de más exacto cumplimiento de los
horarios.
En una vuelta de tuerca tan profunda hay cofradías
beneficiadas y otras perjudicadas. Entre las damnificadas, San Esteban. A pesar
de que colocó a sus penitentes en filas de a tres a la salida de La Campana, se
quedó atrapada en la Encarnación, totalmente comprimida, porque debió acelerar
para dejar el paso expedito al Dulce Nombre de Orfila a Cuna y tenía que
esperar el paso de Los Javieres. Debajo de las setas, el cortejo estaba
desmembrado, sobre todo porque los más pequeños estaban extenuados por el
calor. Cuando soltaron amarras, la comitiva desfiló con una sorprendente
tranquilidad por un enclave tan concurrido otros años como la plaza de Pilatos.
El caminante cofrade pudo apreciar los mayores beneficios para El
Dulce Nombre y La Candelaria. La salida de San Lorenzo de la primera con el sol
nítido de la tarde ofreció una de esas escenas nunca vistas. Nunca lució tanto
el rostro de la dolorosa. Y si hablamos de la Candelaria, ya se puede afirmar
sin ninguna duda que resulta más brillante pasar por los Jardines de Murillo a las siete de
la tarde que por la noche. Todo el recorrido de la Hermandad de San Nicolás
ganó en belleza y emotividad. Fue, para este cronista de las esquinas, la que resultó mejor
parada. El paso por la plaza del Triunfo junto a las murallas del Alcázar con
la banda de la Cruz Roja tocando el Ave María de Schubert pasa al disco duro de
los mejores recuerdos. Y luego, ya en la Cuesta del Rosario, cuando la sonó
Candelaria, la genial obra de Manolo Marvizón, uno da casi por bueno toda la parafernalia.
Pero el día mantiene muchas de sus constantes vitales en
buen estado. El Cerro hizo una
demostración de la devoción del barrio. Me volví a quedar absorto a ver a las
mujeres que caminaban detrás del misterio del Cristo de Desamparo y Abandono; y
petrificado me sentí al fijarme en el perfil de Nuestra Señora de los Dolores,
una obra genial de Sebastián Santos.
Los Estudiantes pasaron por el Postigo de noche. Es tan
inmensa la talla, derrama tanta dulzura su rostro, conmueve tanto su dolor que
no importa que la veas con luz diurna o en la anochecida. Siempre brilla la
Buena Muerte. Y San Benito, a lo suyo. Que no es otra que demostrar su fuerza
como Hermandad y que para ellos es lo mismo desfilar de sur a norte que al
revés. Me impresionó la imagen del Cristo de Las Almas de Los Javieres, que
gana solera con el paso de los años. Y como fin de la jornada volví al Dulce
Nombre, ya muy tarde por la Gavidia. A esas horas la ciudad estaba adormilada,
en la calle solo quedaban los cabales, no había bullas ni prisas, solo el
regusto de comprobar el paso de unas hermandades que derramaban su
devoción para deleite de quienes en una esquina nos sentíamos orgullosos de
nuestras cofradías, vengan por derecho o lo hagan la revés.
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